Magnus.
Las palabras del doctor resuenan en mi cabeza como si se trataran de un maldito eco. Más que nada, palabra padre. Pasa por mi mente una y otra vez como disco rayado, y juro que creí comprender lo que eso significaba hasta ahora que lo unen a mi nombre, a mi pasado, presente y futuro.
Siento que las manos me tiemblan, sé que no estoy siendo yo mismo en estos momentos pero ¿Cómo se supone que tengo que actuar? No existe un reglamento, ni nada dicho para situaciones como estas donde tu realidad cambia en un abrir y cerrar de ojos.
Nada es como pensaba, la vida construía que tanto presumía se está cayendo a pedazos mientras mi cerebro asimila lo que la palabra padre significa.
—Señor Dupont, entiendo que esto es demasiado para procesar pero necesitamos que alguien se haga cargo de ambas—dice el doctor buscando mi mirada. —La madre tiene severas lesiones que llevarán tiempo para sanar. Ambas son insulina dependientes y ninguna ha estado recibiendo la medicina como debe. Además, tiene que hablar con protección al menor.
Sacudo la cabeza.
—¿Qué? —pregunto abrumado.
De un momento a otro siento que las piernas me flaquean. Tanto así que un enfermero me sostiene cuando al parecer, mi cuerpo se niega a continuar soportando esta situación por más tiempo.
Siento náuseas. Realmente estoy mal, tengo demasiado en qué pensar pero mi mente no puede hilar dos pensamientos razonables porque... ¡Joder, que soy un crío todavía para tener un crío!
—Siéntese, por favor, no vaya a desfallecer ahora.
Me sientan en una de las sillas de la sala de espera, una enfermera me checa el pulso y asegura que estoy en un estado de shock. Sus voces son lejanas, realmente siento como si estuviera sobrevolando ahora mismo este maldito edificio, incluso quiero creer que es todo un sueño, uno malo, por lo cual me pellizco con fuerzas pero no me despierto.
No es más que una pesadilla.
—Hijo—levanto la cabeza buscando a mi madre quien viene a mí con el ceño fruncido ya que estaba alejada hablando con los oficiales que nos trajeron hasta aquí. Preocupada, lo primero que hace es asegurarse de que estoy bien, tomando mi rostro con ambas manos. —¿Qué pasó? ¿Por qué luces asustado?
Sacudo la cabeza, incapaz de decir alguna cosa.
—Señora, soy el doctor que está atendiendo a Casey Andrews y a su hija. ¿Será que podremos hablar unos minutos?
—No dejaré a mi hijo y supongo que lo que le dijo fue lo que lo dejó así, por lo que puede decirme lo que quiera ahora mismo.
El doctor nos mira a ambos soltando un suspiro.
—La señorita Casey dio el nombre de su hijo cuando fueron los rescatistas—menciona, logrando que mi madre frunza el ceño. — Encontraron a su hija de tres años, Taylor, y aseguró, antes de caer en este estado crítico, que su hijo es el padre.
Mi madre me mira con su mandíbula desencajada. No puede creer lo que acaba de oír y es mi maldito turno de sostenerla cuando se queda tan mareada que incluso parece estar a punto de caerse pero a diferencia de mí se recompone rápido.
—¿Hija? —tartamudea. —¿Cómo que una hija?
—Sé que ha de ser difícil para ambos apenas enterarse de esto pero como le dije a su hijo, necesito que alguien se responsabilice por ambas porque necesitan cuidados. Están en graves estados de desnutrición, si bien la niña está mejor de salud, la madre estuvo a punto de caer en un shock insulínico por la falta de insulina ya que ambas padecen de Diabetes tipo 1.
Trago grueso.
—¿Desnutrición? —pregunto sin poder creerlo—No entiendo, creí que estaban viviendo con sus padres o... no lo sé, ella... mierda.
—Por lo que sé, los rescatistas sacaron a ambas de un coche a la deriva el cual fue atropellado por no tener las luces de emergencia encendidas.
Entonces recuerdo a sus padres y la razón por la que fueron a verme. Otra cosa más que me parece completamente ridícula.
—Sus padres no quieren saber nada con ella—susurro, recordando ese momento, obteniendo la mirada de mi madre sobre mí. —Dijeron que yo debía de encargarme de ellas.
—¿No quieren saber nada de su hija? ¿Es que acaso son psicópatas? Su hija está en grave estado pero ellos ni siquiera preguntan.
El doctor carraspea.
—Según declararon aquí, ninguno ha tenido contacto con la señorita Casey desde hace más de tres años. No tenían idea ni siquiera de que hubiera dado a luz a una niña así que dejaron en claro que no quieren tener participación de esta situación.
Frunzo el ceño. Me resulta increíble que padres que vieron crecer a su hija se nieguen a saber siquiera si continúa con vida. Pienso que no tienen corazón, ni siquiera remordimiento porque de no haberme encontrado, quizás hubieran dejado a ambas a su suerte sin siquiera preguntarse dónde irían a parar.
Regreso la vista hacia Casey. Intubada, completamente golpeada, con un yeso sobre su pierna, un collarín en su cuello y un aspecto terrible, no es necesario ser un adivino para saber que lo ha pasado como la mierda el tiempo que no puse nada de ella.
Y el poco tiempo que compartimos viene a mí como en una especie de película la cual se repite una y otra vez asegurándome que de hecho, tuvimos una buena época.
—¿Cómo están seguros de que es hija de mi hijo? No se hizo ninguna prueba de paternidad—menciona mamá.
—¿Quieren realizar una prueba?
El doctor me mira. Supongo que ahora soy la única persona que tiene la palabra por lo que asiento de inmediato.
—Sí, quisiera una prueba.
Más que para asegurarme, es para caer en la realidad porque si bien recuerdo que tuve sexo con Cas, también recuerdo que fue sin protección y más que nada, que fueron varias veces así que un embarazo era algo viable. No pretendo no hacerme cargo, solo quiero caer en cuenta de que de hecho, salió embarazada de mí.
La enfermera trae una jeringuilla en su mano. Dice que es bastante rápida la muestra de sangre que debo de darle por lo que dejo que me saquen la muestra sin importarme cuánto se tarden. Finalmente, cuando la tienen, el doctor me pide que revise la información de contacto en el registro médico de ambas ya que necesitan tener a alguien.
Coloco todos mis contactos, incluso mamá está haciendo llamadas para trasladar a Casey y a su hija al hospital central donde tendrán una mejor atención.
—Ahora sería un riesgo mover a la señorita Andrews—dice el doctor—Tiene muchos golpes, estamos haciendo estudios por posibles traumatismos craneales y tuvimos que inducirla a un coma farmacológico para tratar su estado en general.
Trago grueso.
—¿Qué tan mal está?
Siento que mi propia voz sale en un hilo, como si preguntarlo en voz alta lo volviera todo peor.
—Mucho—afirma—Su cuadro empeoró por no tener la alimentación y cuidado necesario. Una persona en su posición tendría que haber muerto de un shock insulínico. Sus niveles de glucosa eran demasiado bajos, casi nulos, cuando ingresó. Eso tendría que haberla matado sin embargo, se nota que es una mujer fuerte. No ha hecho más que luchar desde el momento en que llegó aquí.
—¿Cuánto tiempo cree que estará aquí?
Se encoge de hombros.
—Al menos hasta que probemos que no tiene ninguna lesión cerebral. Eso sería grave, inclusive podría costarle algunas funciones motoras pero esperaremos a que el cerebro se desinflame ya que la mayor parte del golpe lo tuvo en el rostro al estrellarse contra el parabrisas.
Hago una mueca. De solo imaginarme el infierno que tuvo que pasar me dan ganas de abrazarla para asegurarle que está en buenas manos ahora. Así sea o no el padre de su hija, juro en silencio que me haré cargo de ambas hasta que sea capaz de hacerlo por su cuenta.
—Por el momento su cuadro es reservado. No quiero dar falsas esperanzas y tampoco dar malas noticias porque es muy pronto para saber cómo continuará cuando en realidad nadie lo sabe. Tenemos que confiar en que todo saldrá bien, mientras tanto, darle los mejores cuidados que este centro pueda ofrecerle.
Niego con mi cabeza.
—Eso no es suficiente—reniego—Necesita tener todo lo que requiera y sé que eso no es aquí. Tenemos que moverla cuanto antes a la ciudad donde estará más controlada. ¿Está seguro de que no puede viajar?
Lo piensa durante unos minutos.
—El traslado en coche tomaría horas, quizás...
—¿Y en helicóptero? ¿Sería más seguro para ella?
Asiente.
—Por supuesto, por aire se pueden restar muchos minutos además de que evitaría el tránsito pero no creo que ella pueda costearse ese presupuesto.
—Ella no tendrá que costear nada.
Me alejo del doctor unos minutos, hablo con mi madre y le pido que se encargue del traslado, de conseguir lo que se requiere pues ella, teniendo tantos contactos, sé que será solo cuestión de minutos para tenerlo todo listo por lo que lo dejo en sus manos.
Luego, el doctor asegura que los rescatistas pidieron que alguien se hiciera cargo del coche donde encontraron a ambas por lo que tengo que trasladarme a la estación de bomberos la cual no se encuentra muy lejos. Mi madre se queda en el hospital mientras yo me encargo de esto.
Salgo del coche de mi madre luego de estacionar frente a la estación. Ahora mismo lo único que noto es que el hospital no es lo único precario de este pueblito sino también la estación de bomberos que cuenta con un solo coche especializado.
No sé dónde estamos todavía, solo sé que quiero terminar con esto, pagar lo que se debe y ya luego preocuparme por lo importante. Sin contar que tengo demasiadas cosas en la cabeza, realmente esto es lo de menos.
—Hola—saludo, deteniendo a un hombre mayor el cual me mira con el ceño fruncido. —Vine porque llamaron a alguien que se hiciera cargo de las pertenencias de Casey Andrews, la joven que tuvo el accidente de coche.
Asiente.
—La joven con la niña—dice.
—Sí, ellas.
—¿Eres su novio?
Trago grueso.
—Un amigo, yo me haré cargo por ahora. ¿Sabe con quién puedo hablar?
Me apunta la dirección y menciona el nombre del hombre que está a cargo por lo que me adentro en la estación buscando su oficina. Preguntando a otras personas llego, notando que se trata de un hombre no tan grande de edad, quien se pone de pie al recibirme, estrechando mi mano.
—Hola, ¿Viene de parte de la víctima?
Asiento.
—Sí, en el hospital dijeron que necesitaba que viniera a recoger sus cosas.
—Recoger lo que queda, mejor dicho. Acompáñeme.
Salimos de su oficina, caminamos por los mismos pasillos por lo que entré sin embargo luego toma otra ruta llevándome hacia la parte trasera de la estación donde veo que hay un coche completamente destruido de la parte delantera y abollado detrás.
—Este es el coche—menciona. —No sé si algo de lo que está dentro se puede salvar pero es libre de revisar.
Trago grueso mientras me acerco. Me resulta increíble pensar que dos personas sobrevivieron a tal choque porque la parte delantera ni siquiera parece la de un coche sino algo completamente destrozado. Veo que el impacto estuvo en la parte del conductor, cuando me acerco veo que el parabrisas tiene manchas de sangre y el estómago se me revuelve al pensar en Cas en esta posición.
A medida en que me acerco más me sorprendo por el choque. Por eso y porque no se necesita ser un experto para saber que junto a su hija, vivían este espacio puesto que las cajas apiladas detrás, llenas de ropa y cobertores de bebé, con apenas unos juguetes rotos y mal cuidados, usados, ultrajados, además de comida enlatada, son demasiada evidencia junta como para siquiera pensar que tenían una vida digna.
No sé cuánto tiempo habrá vivido de esta forma, pero es inhumano. Todos merecemos tener un espacio limpio, pulcro y al menos saludable para dormir, no este lugar donde apenas y tienes espacio para estirar las piernas.
No puedo imaginarme a una niña de tres años viviendo en estas condiciones.
Es una pérdida total, incluso la ropa de la niña está ultrajada. Todo parece ser de segunda mano, como si jamás le hubiera comprado algo decente qué usar y siento pena por ella, porque en mis recuerdos es una muy buena chica como para haber terminado de esta forma.
Finalmente decido que no hay nada qué hacer por este coche ni por las cosas que tiene dentro por lo que firmo los papeles correspondientes para que sean desechados antes de marcharme para regresar al hospital.
En el transcurso, no comprendo los sentimientos que me abarcan el pecho. Ciertamente es algo extraño porque estoy pasando por mucho en poco tiempo. Esta mañana tenía mi vida planeada y estructurada, estaba feliz y contento y ahora solo puedo imaginarme a Cas viviendo en ese coche miserable por los últimos tres años.
No hay nada que pueda hacer para cambiar el pasado, eso lo tengo asegurado, pero me digo que puedo cambiar el futuro por más sorprendido que esté por la noticia.
Casey siempre fue una buena chica. Disfruté mi tiempo con ella y me siento mal de que las cosas para ella hayan terminado de tan mala manera, pero de camino al hospital me digo a mí mismo que eso tiene que cambiar.
Estaciono el coche, regreso por los mismos pasillos hasta la sala donde está descansando Casey, cuando veo que mi madre se pone de pie al verme. Y no solo ella, sino también papá quien me abraza con fuerzas.
—Tu madre me contó todo—susurra, palmeando mi espalda. —Verás que todo irá bien.
Trago grueso.
—¿Pudieron averiguar sobre el traslado?
Mamá asiente.
—Todo está listo pero lo harán en la mañana. Todavía es muy pronto para trasladarla y los médicos quieren asegurarse de que la niña esté bien antes de sacarla del hospital.
Inhalo profundo.
—¿Saben algo de los resultados?
Ella niega.
—Todavía no nos dijeron nada. ¿Pudiste ver el coche?
—Está destrozado, es inservible a este punto.
—¿Sucedió algo más? Luces consternado—menciona papá.
Suelto un suspiro.
—Supe que estuvieron viviendo en ese coche durante semanas, puede que incluso años.
Mi madre luce agobiada.
—¿Viviendo en un coche? Eso... mierda, eso es grave. ¿Cómo pudo pasarla tan mal y ni aún así ser capaz de pedir tu ayuda? Si dice que eres padre de su hija pudo haberte buscado. No es tan difícil, eres una figura pública.
—Supongo que esas preguntas las haré cuando despierte, por el momento solo tengo lo que dejó atrás y la verdad es que sí es agobiante—reniego. —¿Qué saben de la niña?
Papá se encoge de hombros.
—De momento dijeron que están tratando su diabetes pero nada más.
No tenemos más opción que quedarnos en la sala de espera. No sé cuántas horas pasan ni cuánto tiempo estamos así, solo sé que de a poco el cansancio y las horas comienzan a pasar.
No quiero pensar, no quiero imaginar lo peor y mucho menos hacerme preguntas que no tendrán una respuesta pues la única persona capaz de dármelas está en un sueño del que no va a despertar pronto por lo que solo queda esperar.
Casey, según los informes que dan cada cinco horas, está estable aunque aún en un estado reservado. Tanto mis padres como yo permanecemos en el mismo lugar durante varias horas hasta que una enfermera viene hacia mí.
—¿Señor Dupont?
—¿Sí?
—La niña está despierta ahora—menciona, acelerando mi corazón. —Si quieren verla, pueden acompañarme.
Mis padres se ponen de pie de inmediato. Sé que esperan lo mismo de mí pero es imposible levantarme pues siento los pies clavados al suelo. Miles de preguntas me están agobiando en estos momentos. Sé que todo va a cambiar si es que no han cambiado ya y yo lo único que quiero es regresar a la puta mañana de hoy donde no tenía idea de nada.
Las náuseas me resultan increíbles porque jamás he estado enfermo, ni siquiera una vez. Mis padres están mirándome con el ceño fruncido, no he sido capaz de poner un pie frente al otro porque no sé cómo reaccionar. ¿Y si en verdad resulta ser mi hija? ¿Cómo cambiará todo?
Una vez más miro a Cas. No es que hayamos tenido una historia de amor de esas que son memorables. Fueron solo unas noches, la pasamos bien, eso sí pero ¿Tener un lazo de por vida con alguien es lo que realmente quiero?
—Magnus—me llama mi madre, sacándome de mis pensamientos. —¿No vienes?
Trago grueso, tengo mucho qué decir sin embargo, solo asiento obligando a mis pies a caminar uno frente al otro porque a decir verdad, esto tiene que pasar. Quiera o no quiera.
Con miles de cosas en la cabeza seguimos a la enfermera. Me asegura que Cas no va a necesitar nada porque está bien atendida y terminan llevándonos por un pasillo que poco a poco, comienza a tener más vida.
Estamos en el área de pediatría. Es lógico que el olor a niños, las risas y los dibujos en las paredes no pueden faltar porque a decir verdad, solo veo eso. Mujeres con trajes rosas e incluso hombres llevan trajes del mismo color aunque, igual al área de cuidados intensivos, hay poco personal rondando.
La pregunta de si realmente pueden con todo el trabajo que tienen encima es algo que no sale de mi cabeza. Mi familia, desde que somos niños, envía dinero a los grandes hospitales aunque no puedo evitar preguntarme por qué no envían el dinero a esta clase de lugares que se ve, realmente lo necesitan.
Mi familia siempre ha sido caritativa. Según mamá, desde la muerte de mi hermano mayor, ellos se enfocaron en ayudar a otras personas a superar la pérdida y quisieron asegurarse de que cada caso, por más diferente que fuera, fuera atendido con la misma rutina. Y mi padre por supuesto, envía dinero para centros de familia de bajos recursos.
Me acerco a papá.
—¿Crees que podríamos enviar algo de dinero para este hospital? Tienen tan pocas cosas que la verdad, dudo mucho que puedan atender una urgencia como la que les llegó.
Asiente, soltando un suspiro.
—Ya me reuní con el director del hospital. Me dio una lista de cosas que hacen falta pero veré todo cuando terminemos aquí.
Niego con mi cabeza.
—Envíame esa lista luego, quiero ser yo quien compre lo necesario.
Me mira con una ceja enarcada.
—¿Ahora te has vuelto caritativo, hijo mío?
Ruedo los ojos.
—No es eso, es solo que esta gente necesita ayuda, papá.
Comprendo la sorpresa de mi padre porque jamás fui una persona demasiado involucrada en asuntos de caridad. Mi hermana Mía siempre estuvo metida en todo esto, de hecho, de mis hermanas, es la que más se involucra en cosas de mis padres porque adora quedarse con ellos aunque todos sabemos bien por qué se queda en el rancho.
Finalmente, la enfermera se detiene frente a una puerta rosada la cual señala.
Hago ademán de tomar el pomo cuando siento su voz lo cual me detiene.
—El doctor me pidió que le dijera que ya tiene los resultados de la prueba de paternidad. Vendrá en unos pocos minutos.
Trago grueso.
—De acuerdo, lo esperaremos—menciona papá.
Entonces es tiempo. Es el momento de girar el pomo lo cual hago, pero evito contacto visual con la niña que espera dentro. No entiendo cuál es mi negativa de levantar la mirada, sé que es solo una niña que no tiene maldad y que no va a hacer nada malo pero mis ojos se niegan a posarse en ella.
Ingreso en la habitación mirando el suelo. Mis padres ingresan detrás de mí con una combinación de pasos y sonidos de asombro.
—No puede ser—susurra mamá, completamente impresionada.
—Es... es preciosa—menciona papá, encandilado hasta la médula.
Trago grueso. Hay tanto silencio en la habitación que incluso puedo sentir el sonido que hace mi garganta al pasar saliva. Las manos me están sudando mucho igual que un temblor provoca ruidos en el pomo de la puerta el cual se encuentra claramente suelto.
No sé qué hacer, no sé cómo reaccionar solo sé que...
Mi madre se detiene frente a mí. Con ambas manos me toma el rostro obligándome a levantar la mirada, enfocándome en sus ojos cristalizados.
—Voltea, hijo.
Niego levemente.
—No puedo.
—Voltea, no te vas arrepentir.
Mi mente todavía no asimila todo lo que sucedió hoy así que tomo aire y me volteo de golpe, con al realidad golpeándome fuerte, duro y conciso en medio del pecho comprendiendo en definitiva lo que sorprendió a mis padres.
Lo veo claro porque la niña que está recostada en la cama, durmiendo, con golpes en toda su pequeña carita... es una copia idéntica a mí y nadie lo puede discutir.
Como si mis pies tuvieran vida propia caminan hacia ella con lentitud, posando mis ojos en ella para observarla mejor a detalle. Con el cabello de los Dupont, tiene todos los rasgos que puedo identificar en mi propio rostro, la nariz respingada, la forma de su cara, los labios rosaditos igual que sus mejillas.
Es... es una maldita obra de arte.
Mi mano hace ademán de alargarse para tocarla pero me detengo porque no quiero despertarla. ¿Y si pregunta por su madre? ¿Si se niega a que alguien la toque por que no nos conoce?
Tengo tanto miedo de lo que pueda pasar, estoy pensando en tantas cosas a la vez que me resulta imposible oír al doctor que ingresa. Solo sé que está con nosotros cuando se posa del otro lado de la cama buscando mi mirada.
—Tengo los resultados aquí—dice, enseñando una hoja. —Y con el noventa y nueve por ciento, la niña es su hija, señor Dupont.
Levemente sonrío.
—No hacía falta la prueba, con solo verla me di cuenta que es sangre de mi sangre.
—¿Cómo está ella? ¿Necesita algún estudio específico? —pregunta mamá. —¿Podemos llevarla a casa?
El doctor suelta un suspiro.
—Ante esta situación, dado que la niña no los conoce, Servicios Infantiles vendrá a verlos en unas horas para dictaminar si pueden quedarse con ella o si la niña necesitará permanecer bajo la custodia del Estado hasta que...
Niego con mi cabeza.
—Nadie va a llevársela—le corto—Si Cas les dio mi nombre es porque quería que quedara conmigo.
—Comprendo, señor Dupont, pero en estos casos el Estado deberá dictaminar qué es lo mejor para la niña.
—Su familia es lo mejor. Nosotros somos su familia, yo soy su padre.
La palabra padre se siente pesada en mi lengua pero supongo que será hasta que me acostumbre, sin embargo la diré cuantas veces sea necesario para que la niña se quede conmigo. Su madre así lo quería.
Viendo que es una conversación que no puede ganar, el doctor decide retirarse del tema alegando que no tiene nada ver.
Suelto un suspiro.
—¿Cómo está ella? —le pregunto.
—Su nombre es Taylor—dice, sacándome una sonrisa porque de verdad tiene cara de Taylor. —Al igual que su madre sufrió de golpes. Le realizamos una tomografía y todo salió bien, ahora está durmiendo por los medicamentos, al parecer el cuerpo le dolía por el impacto, además de que estaba llorando demasiado, decidimos darle un calmante para asegurar que descansara.
Asiento.
—Dijo que... usted dijo que era dependiente de insulina ¿cierto?
—Sí, como su madre. Ambas van a necesitar inyecciones de insulina dos veces al día. Son pequeñas, viendo que la niña tiene marcas en el abdomen me doy cuenta de que tiene noción acerca de cómo funcionan las inyecciones así que supongo que aquello no será un problema sin embargo todavía deberá tener controles médicos para controlar su enfermedad.
Asiento.
—De eso no se preocupe que tendrá sus revisiones. Solo quiero saber si tengo que tener cuidado con algo, si es alérgica, si las inyecciones las debo de poner yo, esas cosas.
Se ríe.
—Señor Dupont, ser padre es un título y una responsabilidad que viene sin instrucciones—asegura. —Al principio será difícil pero ya verá, que a medida en que vayan pasando los días, esta niña se convertirá en lo mejor que le haya podido pasar.