Compromiso a la fuerza

1757 Words
Me voy a casar. Oh, madre mía, me voy a casar. Si hubiese podido retratar la cara de felicidad de nuestros padres cuando volvieron de su viaje y les anunciamos que estábamos felices de unirnos en matrimonio, guardaría la imagen para la posterioridad, para ese momento en que Alonzo y yo anunciemos que nos divorciaremos. Hemos llegado a un acuerdo, un torpe consenso, que esperamos sea la solución a esta estúpida idea de casarnos. Alonzo será un buen tipo, pero eso no quiere decir que me sienta feliz de casarme con él. Tendré que vestirme de novia, caminar hasta el altar a su encuentro, fingir una luna de miel y todo lo que hacen los recién casados, cuando en verdad hubiese querido que cuando eso sucediera fuese real. Ninguna chica planea vestirse de novia como parte de un contrato de matrimonio porque eso es lo que existe entre Alonzo y yo, un contrato de matrimonio. Pasados seis meses, nos divorciaremos y será como si nunca hubiese ocurrido. Entonces, si tengo suerte, en el futuro conoceré a un chico tan genial que quiera casarse conmigo, aún sabiendo que soy una mujer divorciada. Me llevará al altar, nuevamente, pero no será nada emocionante, porque ya lo habré vivido una vez, con Alonzo. Me estremezco de pensarlo. Estoy metida en esto hasta el fondo y ya no puedo hacer nada por cambiarlo. —Saca tu sucio brazo de mi cintura —le exijo a Alonzo, cuando salimos de la sala luego de dar nuestro “feliz” anuncio. —Como si fuera agradable tenerte abrazada y fingir que me haces reír —se queja, limpiándose el brazo con su mano, como si yo estuviera sucia. Estúpido. —Recuerda que de mí depende todo esto, así que, si quieres ser mi esposo, será mejor que cambies tu actitud —le digo de mal talante. —¿Querer ser tu esposo? —responde burlón—. Bueno, si por querer entiendes que me den náuseas cada vez que me imagino vestido de novio esperándote en el altar… pues no. —¿Y crees que yo me siento feliz de vestirme de novia para casarme con un poste de luz? —alzo una ceja con incredulidad—. Porque eso es lo que pareces, si no te habías dado cuenta. —¿Un poste de luz? ¿Eso es lo que crees? —eleva la voz. Uy, sí, se ha ofendido—. ¿Y no te has visto en un espejo? Con ese cabello tan de… poodle, y esas piernas largas pareces un… —¿Todo bien? —pregunta el padre de Alonzo, apareciendo junto a nosotros en las escaleras. —Oh, sí, todo bien, papá —Alonzo cambia su actitud casi automáticamente, como si le temiera. Claro que debe temerle, es feo, y huele a ogro… En todos los sentidos. ¿A quién habrá salido Alonzo? Este hombre viejo es feo, con mayúsculas y no es que esté aceptando que Alonzo es guapo, claro que no. —¿De verdad, señorita Aurora? —Oh… claro que sí —me obligo a tomar del brazo a Alonzo, feliz de que entre ese maldito ogro pequeño y yo, exista la distancia suficiente para que me mire así—. Todo perfecto. Alonzo sólo me decía lo mucho que le gustan mis piernas. "¿Qué acabo de decir? ¡¿Qué rayos acabo de decir?!" Alonzo parece un maldito tomate. Yo sonrío tontamente, mientras su padre se aclara la garganta y haciendo una inclinación, se aleja de nosotros. —¿Cómo te atreves a decirle algo así a mi padre? —me cuestiona mi prometido, casi tartamudeando y con llamas en los ojos, sin dejar de perseguirme por la casa mientras avanzo. —¿Qué? —me detengo. "No lo mires a los ojos, no lo mires a los ojos"—. Sólo fui sincera. Supongo que a tu padre le gusta la sinceridad… o por lo menos le gustará saber que piensas que soy tu chica ideal. —¿De qué rayos estás hablando, Auri? —está sublevado, enojado y sonrojado. —¿No ves? —le hago ojitos—. Hasta me llamas Auri. ¿Quieres ganarte mi confianza, verdad? —me mofo, y girando sobre mis talones, salgo hacia la terraza. Y esta vez, es él el que se queda sin palabras, varado y estático detrás de mí mientras me alejo. Auri 1, Alonzo 0. O para ser justos, estamos empatados a 1. :_:_:_: Convivir con Alonzo en mi casa no es tan malo como pensaba, aunque no podemos vernos sin comenzar a discutir… y pensar que tendré que esperar seis meses para poder liberarme de él luego de casarnos. Dios mío, será una completa tortura. En fin, en los negocios no todo es miel sobre hojuelas, porque esto no es más que un negocio, eso es algo que no debo olvidar, sobre todo en momentos como éste, cuando él irrumpe en la cocina con esa maldita pijama que lo hace ver… bien. Maldita sea, que no se me note que se me cae la baba… o se me moja la entrepierna, como sea. Camina ante mis ojos rumbo a la nevera, saca la botella de leche y luego va en busca de cereales a la despensa. Se atraviesa de nuevo ante mí, mientras lo sigo observando. Es… tan… ¡Dios! Miren ese cabello desordenado de acabo-de-despertar y esos pantalones que caen tan jodidamente agradables desde su cadera hasta sus pies. Encima, esa camiseta blanca que se ajusta a sus bíceps, tríceps, y todos esos músculos de los que no sé el nombre. Y ese abdomen… Se sienta frente a mí, al otro lado del desayunador, vierte la leche en el cuenco sobre los cereales, y luego bebe un poco de la caja, observándome. Sus labios se ven… bien, porque son grandes, gruesos, y rojos… y ahora deben estar dulces, por los cereales y… —¿Te vas a comer eso o vas a babear por mí toda la mañana? —me pregunta, apuntando mis waffles con su cuchara. Y entonces, caigo en la cuenta, ese estúpido es mi enemigo… y es feo. Bueno, puede que ya no esté tan de acuerdo con lo último, pero también puede que mi cambio de opinión se deba sólo a mi poca socialización con chicos. Con chicos que se convertirán en mi esposo. Sí, debe ser eso. —¿Mirarte a ti? —logro formular la pregunta y me río—. Oh, sí, como si hubiese mucho que ver. —Créeme que sí hay mucho que ver —trago grueso—. Pero, antes de ver, deberías desayunar, querida futura esposa. Eso sonaría dulce, si no lo dijera de esa forma tan repulsiva. —Sólo me preguntaba cómo es posible que un chico de veintiún años no sepa comer. Mírate esa boca, tienes una hojuela de cereal ahí —apunto la comisura de sus labios. —¿Dónde? —frunce el ceño. —Allí —apunto nuevamente, y el muy tonto se toca del lado opuesto—. ¡Allí! —tomo una servilleta y se la refriego en la cara con osadía, luego se la estampo en la frente con un leve golpe. Sigo comiendo. Él no, sin embargo, levanto la mirada, para encontrarme con sus grandes ojos fijos en mí. —¿Qué? —le cuestiono. —Aurora —dice pensativo—. Definitivamente, no le haces honor a tu nombre. Eres la persona más gris, agresiva y pesada que conozco. Paso por alto el comentario, porque me surge una duda. —¿Estuviste averiguando el significado de mi nombre? —pregunto, levantando las cejas. Carraspea y terminando de tragar su última cucharada, dice: —Bueno, un esposo debe saber por lo menos qué significa el nombre de su mujer —dice como si nada y casi me da un patatús. "Su mujer. ¡¿Su mujer?!" Santas vacas voladoras, no me puedo acostumbrar a eso. No puedo pensar en él poseyendo siquiera mi boca, porque siento que las mejillas se me calientan… al igual que mi cuerpo. ¡Por Dios, 20 años y ser virgen no puede ser una buena combinación cuando te casas por conveniencia! Estoy totalmente jodida. Voy a discutirle, pero mi teléfono suena. Sin quitar la mirada de mi prometido y deshacer las arrugas de mi frente, lo agarro y contesto. —¿Hola? —A las 10, en el centro comercial, no acepto un no por respuesta —suena la voz de mi mejor amiga en la bocina. Gracias a Dios, Elsa se ha reportado, ya la extrañaba. No la veo desde que este desagradable chico invadió mi casa. Elsa siempre es así: impulsiva, atolondrada, mandona, alegre… por eso la amo. Con ella es imposible dudar mucho tiempo sobre algo, lo que me impulsa a hacer cosas que quiero, sin darle muchas vueltas al asunto. —Como ordene, mi comandante —respondo. No puedo evitar sonreír. Alonzo aún no sale de la cocina—. ¿Pero por qué al centro comercial? Que yo sepa no sueles ir de shopping. —Necesito telas para mis nuevos diseños y necesito una amiga que me ayude a cargar las nuevas telas. Tú eres la única que calza con ese prototipo. Sonrío de nuevo y Alonzo alza las cejas. —Vaya y yo necesito alguien con quien salir. Tú también calzas con ese prototipo. Nos vemos afuera de Cindy’s Shoes —cuelgo. Me pongo de pie, para lavar la vajilla que usé en el desayuno. Alonzo sigue parado, mirándome. Comienzo a tararear una canción. —Te ves bastante feliz —comenta, acercándose a mí—. ¿Quién era? —¿Te importa? —alzo una ceja, mirándolo desafiante. —¿Con quién saldrás? —insiste. —Repito, ¿te importa? —siento mis facciones endurecerse. —Sí —dice, despreocupado—. Me importa. Serás mi esposa, y debo saber a dónde va mi prometida, y con quién. Pero qué machista. No más eso me faltaba, un guardaespaldas controlador. Oh, espera… ya tengo uno y no necesito otro. —Te estás tomando demasiado en serio esto del matrimonio, Alonzo —le digo, palmeándole un hombro—. Por si no lo recuerdas, todo esto es una farsa. No tengo porqué darte explicaciones, ni siquiera se las doy ni a mi padre. Dicho esto, salgo de la cocina. Si bien soy algo dura, él tampoco debería controlarme. No tiene derecho. Ni que estuviera celoso. ¿Celos? Já. Imposible.
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