Prefacio
Estoy obligada a casarme con un hombre al que no quiero. Es más, un hombre al que ni siquiera conozco.
Mi nombre es Aurora y sí, es el nombre de una princesa fresa que mis padres escogieron para que me comportara como toda una "princesa", pero creo que los desilusioné porque soy todo lo opuesto a eso.
Según dicen, mi nombre significa "Luz", lo que quiere decir es que debería ser una luz en su vida cuando es todo lo contrario, porque ni siquiera se preocupan por mí, se la pasan más en sus asuntos y yo en los míos.
Nací en una familia potencialmente rica. Dueña de… ¿cuántas empresas? Bueno, muchas. Tantas que no me interesan. Empresas en norteamérica y que son bastante reconocidas a nivel mundial.
Desde que tengo uso de razón, estoy rodeada de empleadas que me cuidan y cumplen mis deseos.
Aún así, la mayor parte del tiempo estoy sola. Si no fuese por Elsa, yo sería una ermitaña en mi propio oasis lujoso. Y sí, Elsa es mi mejor amiga y tiene un nombre de princesa también, pero ella sí tiene padres normales. Padres que la cuidan y comparten con ella o que al menos la ven por la mañana en el desayuno.
Mis padres generalmente están demasiado ocupados para verme. A estas alturas, yo tampoco quiero verlos. Menos cuando me han prometido en matrimonio con un tipo que no conozco.
Creo que es Italiano ¡Italiano! ¿Cómo se supone que me comunicaré con él? Es más, estoy pensando si realmente quiero comunicarme con él.
Si me desheredan mis padres, allá ellos…
Mentira. No pueden hacerlo. Si lo hacen, moriré de hambre bajo un puente.
No sé hacer nada más que dibujar.
Dibujo paisajes, animales, personas… personas desnudas. ¿Qué? Es arte. Y si hay algo que amo en esta vida, es el arte.
Idiotez, como la llama mi padre.
Tengo 20 años, y según mi madre, soy una vaga. Yo, pretendo ser una artista. Y mi padre… pretende que yo me interese en el mundo de sus negocios.
Digo “sus” negocios, porque aunque insista en que todo eso me pertenecerá algún día, prefiero mantenerme al margen.
Al margen de la monstruosa, fría e individualista realidad empresarial, lejos de la competitividad en su máxima expresión.
Pero…
Siempre existe un “pero”.
En este caso el “pero” se llama Alfonzo de Luca. El hijo del mayor socio de papá. Un socio, que por supuesto, tampoco conozco.
Soy diferente a lo que mucha gente de alcurnia está acostumbrada y para mí está bien. Odio seguir esos absurdos estándares que te encasillan, como si no pudieras ser lo que quieres ser solo porque sí.
Generalmente me peino sólo cuando salgo de la mansión. La ropa de diseñador que me ha comprado mi madre a lo largo de los años sigue en sus bolsas, arrumbada dentro de mi enorme armario. Prefiero vestirme con las prendas que yo compro. Simples, sencillas, baratas.
No es que sea tacaña, es que odio usar ropa refinadamente incómoda. Si no es ropa de boutique, uso las prendas que Elsa hace para mí. Es diseñadora, o bueno, está en eso.
Ni siquiera sé por qué las chicas se empeñan tanto en disfrazarse de princesas modernas. Quizás sea porque ellas sí salen de casa.
Yo odio a la gente o quizás ellos me odian a mí. Siempre me han juzgado por ser la hija de uno de los empresarios más ricos de mi estado, como si eso fuese un delito.
Bueno, en cierta forma lo es, como también lo es el obligarme a casarme con ese grandísimo idiota del que sólo sé el nombre.
Tal vez ni siquiera es grande. Puede que sea un enano, narigón, con verrugas, cejas felpudas, dientes amarillo–queso, y aliento perturbador.
Ay, no. Estoy siendo prejuiciosa.
¿Ven lo que hace el miedo a lo desconocido?
Mañana el dichoso sujeto llega a mi casa. De hecho, esa es la razón por la que estoy encerrada; mis padres están aquí y no pienso salir de mi habitación para verles la cara. No pienso salir cuando Alonzo llegue, sólo esperaré a que se vaya.
Estoy perdida y ni siquiera sé cómo voy a sobrevivir a toda esta maldita locura.