Ni crea que se va a salir con la suya, aquí la única que va a hacerle la vida imposible a alguien soy yo y ese alguien es él.
¡Así que, comienza a temblar!
Después de desayunar, salí a caminar por el patio de mi casa. Entiéndase por patio, a un terreno interminable cubierto de césped, rodeado de árboles y con una gran alberca en medio.
Humildad pura, ¿eh?
Lo bueno de este lugar es que no tiene límite. Bueno, el único límite es la playa que está bajando la colina.
Colina en la cual tengo mi lugar favorito: un árbol… Bueno, dos, en realidad. Son maravillosamente frondosos, y entre ellos he puesto mi hamaca. Aquí es donde suelo leer y dibujar. Como están en la parte más alta de la colina, puedo ver el oleaje del mar y escuchar las olas romperse a orilla de playa.
Es todo un paraíso.
Siempre he pensado que este lugar tiene magia. Primero, por lo alejado que está de mi monumental casa, a pesar de ser parte de la propiedad. Y segundo, porque nadie más la visita, solo yo.
Al igual que la porción de playa que la limita, es la playa privada de los señores Hamilton.
Respiro profundo y me tiendo en mi hamaca. Oh, majestuosa brisa, ayúdame a olvidar, olvidar que me casaré dentro de dos meses con un tipo que apenas conozco y ya odio con todo mí ser.
No quiero pensar que con él tendré que tener hijos. ¡Hijos!
Me persigno ante la idea. Soy tan joven. Tan, tan, tan joven.
¿Y él? ¿Cuánto tendrá? Se ve menor que yo… o no sé, pero algo tiene su piel. Si tenemos hijos, me gustaría que sacaran su piel. Una mezcla De Luca-Hamilton.
¿Qué estoy pensando?
Él es feo, fue feo, lo es y lo seguirá siendo. No sólo porque el maldito luzca espectacularmente en pijama lo hace lindo por siempre.
Aunque ese cuerpo debería ser retratado y…
Cierro los ojos con fuerza.
—¡Eres feo, Alfonzo de Luca! —grito, sabiendo que me encuentro sola.
—¿De verdad? Y yo pensaba que era bien guapo.
Mierda. ¿Qué hace él aquí? ¿Me está siguiendo?
Debería colocar un letrero a los pies de la colina que diga “Prohibido el paso a cualquier sujeto que no sea Hamilton. Pd: En especial a ti, Alfonzo".
—Pues estás equivocado —lo miro y luego vuelvo a cerrar los ojos.
—Mi mamá dice que soy lindo.
—Entonces te ha engañado toda tu vida.
Se inclina hacia mí sobre la hamaca, acercando nuestros rostros. No abro los ojos, pero puedo sentir su respiración.
—Tú tampoco eres muy bonita que digamos —dice, y puedo sentir su aliento chocar contra mis labios.
— Por lo menos no parezco kilómetro parado —me burlo.
—Deja de tratarme así, soy tu prometido.
Prometido. Prometo que no será por mucho.
—¡Ay! —lo empujo hacia atrás y me enderezo en la hamaca—. ¿A quién quieres engañar? Estás tan asqueado con esta situación como yo, ¿por qué no sólo te pones los pantalones bien puestos y enfrentas a tu padre?
Frunce el ceño.
—¿Y por qué no lo haces tú?
Ay, sí.
—Créeme que lo vengo haciendo desde hace mucho, antes que pusieras tus mugrosos pies en mi casa.
Rueda los ojos.
—¿Por qué eres tan agresiva?
—¡No soy agresiva! —entrecierra los ojos ahora—. Está bien, un poquito… solo contigo. Me enfermas, no te soporto.
—Nunca te he hecho nada —alza una ceja—. Que nuestros padres quieran casarnos a la fuerza, no es mi culpa.
—Pero no haces nada para impedirlo, De Luca —le recrimino.
No sé por qué, pero su expresión ha pasado de: hola-me-divierto-molestándote a: hola-soy-un-chico-desgraciado.
Me pregunto con qué lo estará chantajeando su padre.
—No puedo hacer nada, lo siento. No depende de mí —suspira.
Hace una reverencia ridícula y comienza a caminar colina abajo, con las manos en el bolsillo de su pantalón. No me equivoqué en eso de que es educado, lo es cuando quiere ser agradable… y cuando no tiene hambre.
Veo su silueta alejarse, en contraste con el mar. Es tan alto y tan elegante, que con esa camisa a cuadros, y esos pantalones de tela parece un mini empresario. Mini en sentido figurado, es un empresario como su padre y como el mío.
Eso es algo que tenemos en común. Quizás su infancia fue igual a la mía… y su adolescencia. Tal vez sus padres sean tan poco-padres como los míos… y puede que… hasta sea posible llevarnos bien, después de todo.
Soy tan débil.
Lo observo un minuto, junto al mar, apreciando el horizonte. El sol lo envuelve con sus rayos dorados. Por un momento, parece irreal… y entonces me recuerdo que él es mi enemigo. Bueno… podemos hacer una tregua unos minutos… ¿no?
Salto al piso desde mi hamaca y bajo la pequeña colina para llegar hasta él. No sé en qué momento de mi trayecto él se ha sentado en la arena.
Respiro hondo, alejando mis impulsos asesinos y me siento junto a él. Estoy perfectamente consciente de que éste tipo es un extraño, pero no lo suficiente como para ignorarlo.
Pasan unos minutos y ninguno de los dos volteamos a vernos. Solo la brisa marina me hace recordar que no somos estatuas y que podemos sentirla.
Entonces, aclaro mi garganta, y comienzo a hablar.
—Escucha, De Luca. Ni tú ni yo queremos esto. No te conozco, y no me conoces. Somos jóvenes, demasiado para tomar responsabilidades que no nos corresponden. Menos para formar una familia. ¿Por qué no hacemos algo al respecto? Por favor… —y las últimas dos palabras suenan más a súplica de una chiquilla, que a una petición elocuente de una mujer madura que acaba de cumplir veinte años.
Está bien, no soy madura, pero soy mujer… Aunque a veces lo dudo también.
Voltea a verme un segundo que parece eterno, quizás sea por la magia de este lugar o porque en este sector de la playa sólo estamos los dos… o porque estoy deseando con todo mi corazón que él acepte confabular conmigo contra la estúpida idea del matrimonio.
—Lo siento, Aurora, pero no puedo. Ya te lo dije, no depende de mí —dice en tono tan calmado que quiero darle una patada en la espinilla.
¡Me lleva la vieja en chanclas!
¿Cómo puede ser tan cobarde? ¡Y encima no es capaz de sostenerme la mirada! No sé que me molesta más.
Cobarde. Sí, definitivamente.
—¿Cuántos años tienes, De Luca? —pregunto sarcástica—. ¿Dos? ¿No puedes tomar decisiones por ti mismo? ¡Es tu futuro el que está en juego! ¡Yo estoy intentando todo! ¡Hasta ser tu amiga! ¿Pero y tú?
Me traspasa con la mirada. Una mirada indescifrable.
—Estás intentando ser mi amiga para convencerme —comenta, y sonríe. No es una sonrisa sincera, me temo—. Dejemos algo en claro. Me odias y probablemente yo también te odie a ti y si bien tengo veintiún años y puedo tomar decisiones por mí mismo, no soy capaz de tomar una decisión que dañe a terceros. A terceros que me importan —recalca—. Así que, deja de intentar ser agradable conmigo. Nos casaremos nos guste o no. Lo siento por eso.
Se pone de pie y comienza a alejarse de mí.
Esto no se va a quedar así. Oh, no, no señor.
Me coloco de pie, también, y lo alcanzo, lo jalo del brazo bruscamente para que me mire a los ojos, yo no estoy bromeando.
—Te equivocas, señor no-quiero-dañar-a-terceros. No nos vamos a casar. Antes prefiero morirme.
Desvía la mirada, resoplando y se suelta de mi agarre.
—Y yo prefiero casarme contigo, antes de dejar a trescientos niños sin hogar.
Trescientos… ¿qué?
No puede ser que haya dicho lo que acaba de decir. Debe estar bromeando, tiene que estar bromeando.
¿De qué niños habla? ¿Hijos?
"Ay, Aurora. Es tan poco probable que Alfonzo tenga trescientos hijos como que a ti te crezcan alas y te conviertas en unicornio", ataca mi conciencia.
Entonces ¿de qué va todo esto?
—¿De qué estás hablando?
—Mira, Aurora…
—Auri —le corrijo.
—Auri —rueda los ojos—. Si no me caso contigo, trescientos niños se quedarán sin casa. Con el dinero que me ha prestado mi padre, he creado un hogar para niños sin familia allá en Italia. Les doy todo lo que necesiten, porque amo a los niños, pero si no acepto casarme contigo para que nuestras familias unan sus empresas, mi padre se encargará personalmente de cerrar el hogar. Estoy bajo amenaza, Aurora y no sólo yo y los niños, sino también los más de cien empleados que trabajan para mí. Así que, tengo que casarme contigo.
Un segundo, tengo que procesar esta información.
Lo que Alfonzo quiere decir es que… ¿Qué quiere decir? ¿Que si no me caso con él, trescientos niños quedarán en la calle y más de cien personas perderán sus empleos, lo que se traduce en un montón de familias más en desdicha?
Pensé que mi padre era un ogro, uno medio dulce como Shrek, en todo caso. Pero el padre de Alfonzo… ¡A ese hombre habría que quemarlo en la hoguera! ¿Cómo puede tener corazón para hacer algo así?
Bueno. Lo que tiene en lugar de corazón, seguramente es una máquina de ambiciones.
Ahora, me siento como la llave del baúl del tesoro, como una barita mágica, como el hada de cenicienta o peor; como la chica que debe casarse con un tipo que detesta, para salvar la vida de cientos de personas.
Aunque sinceramente, ya no lo detesto tanto. No después de esto, no es tan malo y bruto después de todo.
Levanto mi vista para apreciar su rostro.
Está serio, mirando hacia el oleaje, mientras las pequeñas ráfagas de viento lo despeinan. Me gustaría saber qué pasa por su cabeza y comprender qué es lo que mueve a un chico como él, que lo ha tenido todo en su vida, seguramente, a preocuparse por los más desvalidos.
Me siento una basura, porque yo nunca he hecho algo así.
Nunca he hecho nada por el prójimo… porque donar dinero todos los años a las fundaciones de caridad, definitivamente no es suficiente.
Este chico… es diferente.
Diferente al hijo del Primer Ministro, que me fastidió por años para obtener una cita, enviándome regalos todos los días como si yo fuese un objeto que podía comprar. No me arrepiento de haberle echado laxante en el trago media hora, antes de su discurso en la graduación.
Pero Alfonzo… es un tipo raro.
Agradablemente raro. Diferente a lo que conozco, diferente a estos mequetrefes americanos.
Ahora la pregunta del millón es… ¿qué hago?
¿Casarme con él para contentar a nuestros padres, que unan sus empresas y formen un monopolio maquiavélico italiano-americano? ¿Casarme con él para salvar a cientos de niños y personas humildes que no tienen culpa de la maldad de su padre? ¿Y luego qué?
Me voy a hacer un altar a mí misma por esto.
— Está bien, Alfonzo. Acepto casarme contigo. Aunque… —me mira sorprendido—, siempre soñé que cuando diera el “sí” a mi futuro marido, éste estuviera con una rodilla anclada en el piso, sosteniendo un anillo y un ramo de flores y entonces, cuando dijera “sí, acepto ser tu esposa” me elevara por los aires para luego besarme apasionadamente. Pero… ¿no todo se puede tener en esta vida, verdad? Y después de todo, estoy ayudando a muchas personas con mi decisión, así que, está bien.
"Supongo que lo está".