Obligada a casarme

1683 Words
Debo admitirlo, estoy impresionada. Primero, por el perfecto inglés de Alfonzo y segundo, por su manera tan natural de ser inoportuno. ¿Quién lo llamó a la discusión? Aunque bueno, si no fuera por él, todavía estaría discutiendo… o estaría sentada en la sala con un vestido tan extravagante y pretensioso como mi madre. Y esos sí que son parámetros altos. No puedo creer que ese tipo vaya a convertirse en mi marido. Es más, ni siquiera puedo creer que vaya a casarme, dentro de… ¿cuánto? ¿Dos meses? ¡En dos meses no alcanzo ni a digerir la idea! Estoy tan, pero tan frustrada-angustiada-cabreada. Me pregunto si uno puede caer en coma por frustración, angustia y cabreamiento. Si es que existe la última palabra, claro, sería perfecto. Toc, toc. —¡No estoy! —¿Señorita Auri? Oh, es Ana. La única mujer que me entiende en este mundo, aparte de Elsa. —Pasa, Ana. Entra cuidadosamente y cierra la puerta. Luego voltea hacia mí, se sienta en mi cama y me toma de las manos. De la puerta de mi cuarto hacia fuera, ella respeta las formalidades por ser una "empleada", pero la he convencido de que cuando estemos a solas, me trate como corresponde a una amiga. —Mi niña, me enteré de lo que pasó allá abajo. ¿Te sientes bien? A ver… ¿Qué? ¿Cómo se enteró? —¿De qué te enteraste, exactamente? —la miro fijamente, ladeando la cabeza. —De que tu madre te gritó y casi te golpea. ¿Estás bien? —repite la pregunta. Aún no entiendo cómo rayos lo supo, no estaba ahí en ese momento y ni mi padre, ni mi madre volverán a tocar el tema el resto de su vida, estoy segura. Bastante bochorno pasaron frente al gigante ese. —¿Cómo? ¿Quién te lo dijo? Sus ojos delatan culpabilidad. —Hace un rato, su padre tuvo que salir porque recibió una llamada de urgencia de una de sus empresas. Al rato, recibí una llamada para su madre, y en el momento en que ella se fue al teléfono, escuché al muchacho y al señor De Luca conversar… Perfecto, ahora el alto es un bocazas. —¿Y? —Le dijo a su padre que te había conocido, que te vio en pijama, despeinada, justo en el momento en que tu madre te iba a abofetear. Que luego apareció tu padre, y cuando vio que tú ibas a aceptar ir a la sala, él interrumpió para impedirlo. —¿Para impedirlo? ¿Por qué? Se muerde el labio, como debatiéndose entre decirme o no. —¡Suéltalo ya! —le exijo. —Porque al parecer, te detesta tanto como tú a él. Dijo que parecías un perro desnutrido. ¡Bingo! ¡Me detesta tanto como yo a él! Eso quiere decir que… Espera. ¡Perro desnutrido! ¿De cuándo acá yo parezco poodle? ¿Y este quién se cree que es? ¿Oriol Elcacho? ¿Tom Hiddleston? ¿Liam Hemsworth? —Bien, eso es bueno —respiro profundo—. Si él no quiere, es una buena señal. Si los dos nos oponemos, podemos evitar la boda. —No lo creo. No le gustas, pero va a hacerlo. Su padre lo tiene amenazado —abro más los ojos—. No me preguntes con qué, porque no alcancé a escuchar más, tu madre entró a la sala y tuve que regresar a la cocina. —Ya veo —me quedo pensativa. O sea, que además de un entrometido, es un cobarde, yo al menos hago la pelea. Él se resigna a la voluntad de su padre. Aunque, ¿qué amenaza de por medio puede existir para que él acepte una cosa así? —Bien, te dejo, para que pienses en alternativas —Ana me besa la frente, y camina hasta la puerta—. ¡Ah! ¡Pero antes! —voltea y me mira—. Tengo otra noticia. —¿Buena o mala? —Depende… —Nada puede ser peor, así que, adelante. —Alfonzo de Luca se quedará aquí durante un tiempo. Con tus padres llegaron al acuerdo de que era lo mejor para que se conocieran. ¿Lo mejor? ¡Mis nalgas! ¿Qué voy a hacer con ese tipo metido aquí en mi casa? Maldición, en este momento comienzo a valorar mi soledad. Bien dicen que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Aunque, puede existir un lado bueno en todo esto; le haré la vida imposible. Lo fastidiaré tanto, que de sólo escuchar mi nombre temblará de pies a cabeza… o lo que es mejor, saldrá arrancando de casa para no volver nunca más a mi vida. :_:_:_: Es un bello día. Acabo de despertar, y puedo sentir los rayos de sol colarse a través de mi ventana. Me estiro en mi cama, bostezo, y vuelvo a cubrirme con las cobijas, hasta las orejas. Hoy no me pienso levantar, si mi madre me dice vaga, no será novedad. Tampoco es como si me fuese a afectar mucho lo que diga. Ring, ring. Oh, no. No quiero contestar llamadas ahora. ¿Qué hora es? ¿Las diez de la mañana? Temprano para mí. En mi mundo, es casi de madrugada. Pero mi teléfono no deja de sonar. Y sonar. Y sonar. Y sonar. —¡AH! —grito frustrada y me destapo, alargando el brazo hasta el buró para alcanzar el celular—. ¿QUÉ? —respondo. —Aurora —la voz de mi madre, fría como siempre, me habla al otro lado del teléfono. —Hola —contesto. —Supongo que ya estás levantada y atendiendo a tu prometido. —¿Levantada? ¿Atender? ¿Prometido? —me rasco la nuca—. ¿Y tú dónde estás? —Tuve que viajar hoy temprano a Japón por un asunto de negocios, y tu padre está en Alemania en este momento atendiendo otro asunto, así que, debes cumplir con tu deber y salir de tu cuarto a saludar, por lo menos. —¿Saludar a quién? —pregunto en un bostezo. —¡A TU PROMETIDO! —¿Prometido? ¿Quién prometió qué? —y de pronto caigo en la cuenta—. No. Oh no, mamá, no saldré del cuarto para socializar con ese sujeto. No, no, no señor. —Oh, sí, sí señor, lo harás. Si no lo haces, no te daremos más dinero para comprar tus porquerías. “Porquerías”, así llama mamá a mis blocs de dibujo y mis lápices. —No me interesa, tengo dinero ahorrado —me defiendo. —Sí, pero no te durará por siempre. Changos, tiene razón. Resoplo. —Ok. Ya. Tú ganas, me vestiré, e iré a saludar. Pero no me pidas que sea cortés, porque sabes bien que no lo soy. —¡Aurora! Pobre de ti que… —¡Adiós, mamá! —le cuelgo. Y yo que pensé que este iba a ser un buen día. Bueno, al menos podré comenzar con mi plan de “echemos al intruso”. Después de una ducha, hago el esfuerzo de buscar una ropa más o menos decente para usar frente a los oh-respetables-y-todopoderosos señores De Luca. Me maquillo un poco también y bueno, mi pelo… es mi pelo. No tiene caso. De todos modos, ¿por qué debería importarme? Bueno, quiero causar una mala impresión, pero no una TAN mala impresión y estoy diciendo mucho la palabra bueno. Entro a la cocina, sin esforzarme siquiera en mirar quién está allí. No debería estar nadie más que Ana y unas cuantas criadas. Abro la nevera y la miro, aún medio dormida, como si dentro hubiese un espectáculo alucinante y lo único que hay es comida. Bueno, la comida es alucinante, amo la comida. —¿Qué le sirvo para desayunar, señorita Aurora? —me pregunta Ana, y doy un saltito de impresión. —¿Por qué me llamas señorita Aurora? Estamos solas, no está ni papá ni mamá —para variar. Hace un gesto que no puedo descifrar y luego, con un movimiento de cabeza, me indica que voltee a ver. Hago caso y… ¡Oh! Simplemente… ¡Oh, mi Dios! Lo odio. No puede verse así de bien por la mañana con pijama incluido. Yo soy un desastre en pijama y él lo notó ayer. Sonríe cortésmente, luego hace un gesto de saludo y camina hasta mí, besando mi mano. No, hasta la nevera. Me arrebata la puerta de las manos, y con un leve empujoncito, me corre para mirar dentro. Eso sí que no. La comida de esta casa es mía. Sólo mía. Y de mamá y papá, de Ana, Victor y los demás empleados. De todos menos de él. —¡Hey tú! ¡Grandote! —repito su procedimiento; le arrebato la puerta de la nevera, y lo empujo—. ¿Qué crees que haces? ¡No estás en tu casa! ¿Y no te da pena andar en pijama? Me mira de arriba abajo con desprecio, se podría decir. —Soy tu invitado. No, peor aún, tu futuro esposo. Tengo hambre y sobre lo de andar en pijama, no sabía que sólo tú podías hacerlo. Me enfurezco. Sí, lo hago, esa debe ser la razón por la que mis mejillas arden. Empuño la mano. —¡Mira!... ¡Tú!... ¡Pedazo de!... ¡Tú, grandísimo!... —no puedo unir mis ideas. Este es el tipo más enervante que conozco. Es un maldito engreído, frustrante, ¡idiota! Me observa con un dejo de autosuficiencia y luego alborota mis cabellos. Esos que tanto me costó acomodar. ¡Hijo de su mamá! —Eres graciosa —me dice para finalmente, sacar una manzana de la frutera y salir de la cocina. Y ahí me quedo, estática, hirviendo de coraje. ¿Qué pasa conmigo? ¿Me comieron la lengua los ratones? Miro a Ana, y noto como se muerde los labios para no reír. Traidora. Sólo una cosa puedo decir ahora más que nunca: NO ME QUIERO CASAR.
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