Cuando digo que no voy a salir, es porque no voy a salir. Eso es algo que papá y mamá no entienden.
Han mandado a Victor buscarme. Entiéndase por Victor, a mi fiel guardaespaldas. ¿Para qué quiero un guardaespaldas si nunca salgo de casa? Para que me obligue a obedecer a mis padres, tal vez.
—Señorita, por favor, abra la puerta —escucho la gruesa voz de Victor al otro lado de la madera que le bloquea el paso a mi alcoba—. El señor De Luca y su hijo están aquí. Su padre dice que si no sale, debo derribar la puerta.
Me lleva la que me trajo.
—¡Si derribas la puerta me tiro por la ventana! —grito a todo pulmón, comenzando a perder los papeles.
—No puede tirarse por la ventana, estamos a tres pisos del suelo.
Jodida. Estoy jodida.
—Como sea, bien sabes que soy capaz de tirarme.
—Señorita Auri, por favor, usted y yo sabemos que es lo suficientemente cobarde como para mirar balcón abajo siquiera.
Maldito. Me conoce tan bien.
Por cierto, ¿a qué viene tanta confianza? Básicamente, a que Victor y Ana, nuestra ama de llaves, han sido quienes me han criado.
—Bajo en unos minutos. — Y ya qué, no tengo opción.
Bajaré esas mortales y empinadas escaleras hasta la sala, veré al estúpido de Alfonzo, saludaré al estúpido de Alfonzo y subiré a mi estúpido cuarto.
No, espera, mi cuarto no es estúpido, yo sí.
Pero Alfonzo, más, tal vez.
Ahora, la disyuntiva es ¿qué ropa me pongo? Y… ¿por qué rayos me importa?
Yo soy yo, así, tal como me ven. Y sí que me va a ver, porque estoy en pijama y mi pijama no es muy de mujer madura que digamos.
Si le gustan los pijamas con patitas, bueno, si no, que no me mire.
Me ordeno un poco el cabello, y bajo las escaleras. En cámara lenta, y antes de entrar a la sala, me encuentro con mi madre.
Maldición.
—¡Aurora! ¿A dónde crees que vas vestida así? —me regaña con voz baja, para que nadie la escuche, pero con suficiente coraje para asustarme.
Solo un poco.
—A la sala ¿no querían que bajara? Aquí estoy.
—No vas a presentarte ante el señor De Luca así. Ve a tu cuarto ahora mismo y ponte algo decente.
—No —me mantengo firme.
—Aurora —dice a secas, con mirada firme, amenazante.
Ella nunca me dice Auri. Siempre es hostil conmigo. Ella parece odiarme.
—No me cambiaré, mamá. Esta soy yo. Si mi futuro esposo me quiere conocer, que me vea tal cual.
—Aurora, por última vez, ¡ve a cambiarte! —alza la voz.
—¡No me cambiaré! ¡Nunca voy a ser quien tú quieres mamá! ¡Entiéndelo!
Alza la mano, dispuesta a golpearme.
No sería la primera vez, pero mi padre aparece en la escena, impidiéndolo.
Me mira severamente, mientras se acerca al primer peldaño de la escalera donde estoy parada, pálida y asustada, aunque no quiera admitirlo.
—¿Qué sucede aquí? —pregunta con su voz ronca.
—Tu hija, que se empeña en avergonzarnos. Primero, dibujando a personas desnudas y ahora quiere presentarse ante los De Luca vestida así de ridícula —me señala la señora que dice ser mi madre.
Sí, soy artista y dibujo gente desnuda. ¿Qué tal?
Papá me observa detenidamente. Él no me ve con furia, sólo como un padre estricto. Sé, que en el fondo, entre mamá y papá, él es quien más me quiere, aunque a su manera.
—Auri, por favor, ve a cambiarte.
¿Ven la diferencia? Él me llama Auri.
Aunque nunca estoy con él y lo veo casi una vez a la semana, lo siento más cerca que a mamá.
Trago saliva y entorno los ojos, suspirando derrotada.
—Está b… —no termino la frase.
A espaldas de mi padre ha aparecido un chico. ¿Quién lo invitó?
No me digas que él es… ¡ups! Demasiado tarde para cambiarme de ropa.
Mi madre coloca cara de pánico y mi padre cierra los ojos, sobándose el puentecillo de la nariz. La he jodido de nuevo… Creo.
El tipo me mira de pies a cabeza.
No ha de ser muy mayor que yo. Es demasiado alto y tiene un aire de soy-exageradamente-educado que se ve a kilómetros. Sus labios son sorprendentemente gruesos, casi tan sorprendente como el tamaño de sus ojos.
Muy expresivos, por cierto.
Ahora mismo me miran con diversión, aunque el resto de su rostro parece de piedra. Su cabello castaño claro cae sobre su frente, alborotado. Creo que es lo único de él que no está en correcto orden. Su piel bronceada, su cuerpo imponente y sus anchos hombros, son como los de un ejemplar espartaco.
Me gustaría dibujarlo… ¡Espera! ¿Qué estoy pensando?
Este tipo se va a casar conmigo sin mi consentimiento y encima se entromete en una discusión familiar.
Aunque, aún no ha dicho nada...
—Lamento entrometerme —... y ahí está, con su voz aterciopelada y varonil que me hace odiarlo más—. Pensé que había un inconveniente y quise venir a ayudar.
No está ayudando, puedo asegurárselo.
Cuando él y su padre salgan de casa, mis padres me crucificarán.
—No hay ningún inconveniente —sonríe mi madre, falsamente—. Es sólo que Aurora se encuentra indispuesta, por lo que vino a avisarme que no podría presentarse.
—Un gusto, Aurora —se acerca y besa mi mano. ¿Se supone que eso es normal desde donde viene?—. He escuchado mucho de ti.
—Ah que sí —murmuro y mi padre me asesina con una sola mirada.
—Bien, ya tendrán tiempo de conocerse. Lamento que hayas tenido que ver a Aurora así —se disculpa mi padre—. Por favor, regresemos a la sala, Auri, sube a tu cuarto.
—Pero…
—Ahora —me interrumpe.
Yo no más decía… no es como si me interesara conocer a la familia De Luca tampoco.