Susan miró desde los ventanales del aeropuerto el jet privado, las piernas le temblaron, y de pronto la voz de Franco Rossi la sobresaltó, brincó del susto. —Ya está todo listo. Vamos —ordenó con esa voz gruesa y varonil. Susan alargó un suspiro, no tenía más alternativa, miró a su alrededor, pensó en su padre, y asintió. Caminó casi arrastrando sus pies al lado de Franco, pasaron los andenes y llegaron a la pista. Una hermosa azafata los recibió, y observó a Rossi con una amplia sonrisa. —Señor Rossi, bienvenido, todo está como lo ordenó —musitó la bella dama. —Gracias —contestó él con esa sonrisa ladeada llena de seducción. Susan se aclaró la garganta para que se notara su presencia. La azafata dejó de sonreír, y los guio a sus lugares. Susan caminó observando el lujo de aquel j