Capítulo 1: La habitación equivocada.
Susan Miller y Tayler Jones se conocían desde niños, desde el instante que los padres de ella se hicieron cargo de él, luego que los papás de este se suicidaran al perder toda su fortuna.
Aunque para el mundo exterior eran como hermanos, ellos jamás se vieron de esa forma, desde que Tayler llegó siendo un adolescente hubo una conexión mágica con Susan y con el pasar de los años, se fue convirtiendo en atracción. Cuando los padres se dieron cuenta, estuvieron muy de acuerdo que fuera el hijo de sus mejores amigos con quién su niña a futuro llegara a tener una relación, ellos mismos habían criado a ese joven, hasta convertirlo en un hombre de bien.
Cuando Susan supo que sus padres no se oponían tomó una gran determinación, decidió que el día de su cumpleaños número dieciocho, se entregaría a Tayler por completo.
«¿Qué podía salir mal?»
Todo estaba preparado para que esa noche, luego de la fiesta en uno de los salones más lujosos de un prestigioso hotel, ellos se encontraran en una suite.
Esa misma noche Susan eligió el mejor vestido. Una maquilladora se encargó de su peinado Ella era una joven hermosa, y sobre todo millonaria. Cuando estuvo lista salió de su alcoba, suspiró profundo al mirar la puerta de la habitación de Tayler, el estómago se le encogió de tan solo pensar lo que iba a pasar en unas horas más adelante, entonces con sus altos tacones bajó las escaleras, ya el chofer la esperaba para llevarla a la recepción. Sus padres se habían adelantado.
Instantes después ella llegó, y fue el propio Tayler quién la recibió, la ayudó a descender del vehículo, y la recorrió con su mirada brillante, y las pupilas dilatadas.
—Te espero en la habitación 363 —susurró al oído de ella con voz ronca—, cuando la fiesta termine alrededor de la una de la mañana, estaré ahí.
Susan asintió, se mordió los labios.
—Ahí estaré, no faltaré por nada del mundo. —Sonrió con timidez y del brazo de él, entró al salón.
Las luces se apagaron y un reflector la enfocó, en la fiesta había muchos invitados, amigos de la cumpleañera, exitosos empresarios amigos de la familia, gente importante, a algunos Susan ni los conocía, pero sus padres aprovechaban esos eventos para hacer negocios.
Los ojos de todos se posaron en la bella chica, los aplausos no se hicieron esperar, la primera pieza musical sonó y fue el padre de la jovencita quién inauguró el baile, junto con su hija.
Todo estaba saliendo a la perfección. Las amigas de Susan reían, bailaban, y le daban de beber whisky.
—Ya no más —solicitó la joven empezando a sentirse algo mareada—, recuerden que esta noche debo estar lúcida. —Se mojó los labios.
—¡Qué afortunada! —comentó una de sus amigas. —¡Tayler es tan…! —Suspiró.
—Y muy pronto solo mío —aseguró Susan, bebió otro trago hasta el fondo en señal de triunfo, entonces a lo lejos lo divisó, él le hizo un aviso con la cabeza, ella asintió, el momento había llegado.
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En otro de los lujosos salones de aquel impresionante hotel: Franco Rossi, italiano de pura cepa, disfrutaba de una emotiva velada junto a su novia.
Sarah se sentía complacida, como siempre Franco no había escatimado en gastos, había enviado a cerrar el salón para cenar en privado con ella, la decoración era romántica, las luces tenues, las velas en la mesa, y ese aroma a rosas le daban el toque ideal al momento.
Franco la contemplaba esa noche con un brillo especial en la mirada, le sonreía, y le acariciaba la mano. Sarah se dio cuenta de que él agitó sus dedos frunció el ceño sin saber con qué nueva sorpresa iba a salir él, de pronto las suaves notas de unas guitarras eléctricas sonaron en las bocinas del salón: «When a Man Loves a Woman by Michael Bolton» era la melodía escogida.
Franco bebió un sorbo de whisky, se puso de pie, se acercó a la silla de Sarah, y colocó una de sus rodillas en el piso, de inmediato sacó un estuche de terciopelo de su impecable chaqueta Versace, tomó de la mano a su novia, la miró a los ojos, con esa expresión triunfadora.
—Cásate conmigo —propuso.
Sarah abrió sus hermosos ojos marrones de par en par, se llevó la mano que tenía libre al pecho, fue imposible detener los latidos de su corazón, sin embargo, se quedó en silencio.
Franco frunció el ceño, la expresión triunfante, de ganador que siempre tenía su mirada, cambió por una de confusión.
—¿Qué sucede? —preguntó con voz ronca.
—No puedo, no acepto —respondió Sarah sin vacilar, agarró su bolso, salió corriendo del salón.
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Susan miraba impaciente el reloj, y cuando notó que faltaban cinco minutos para la una, empezó a alejarse del salón, pero dos de sus amigas la arrastraron a la pista, la obligaron a seguir bailando, mientras le daban de beber licor.
Cuando por fin logró quitarse de encima a sus amigas, casi tambaleándose salió del salón. Pensó que tomando algo de aire aquel malestar pasaría, pero fue peor, entonces caminó por los pasillos del hotel, miró borroso los números de suite. Recordó el número que le dijo Tayler, se agarró de la pared y entonces tocó la puerta de habitación.
Susan ya no lograba distinguir con exactitud a las personas, y de pronto una gran presencia masculina abrió aquella puerta.
—Ya estoy aquí —susurró, colocó su brazo en el umbral, y la otra mano en la cintura, entonces se le dobló el pie, y se tambaleó casi a punto de caer, pero las fuertes manos masculinas se posaron en su cintura sosteniéndola con firmeza, y unos hermosos ojos verdes la observaron, cautivado. —¡Te daré lo que has soñado! —musitó ella, se aferró al cuello de él, y ya con los efectos del alcohol, dejó atrás su timidez, y estampó sus labios con los de aquel hombre en un apasionado beso.
El hombre se sorprendió por aquel imprevisto beso. Notó que el beso de la bella chica era bastante inexperto, así que la tomó por la nunca, hundió sus dedos en el espeso cabello de ella, y con sus carnosos labios abrió los de Susan, introdujo su cálida lengua, una y otra vez, saboreando aquel aroma a champagne que ella destilaba.
Y cuando la falta de oxígeno los obligó a separarse, ella aun tambaleando se alejó, y se paró frente a él, así aquel hombre pudo contemplarla en todo su esplendor.
Las pupilas del caballero se dilataron, esa mujer era muy joven, se notaba en las facciones dulces de su rostro, sin embargo, sus curvas eran perfectas, y aquel vestido rojo fuego la hacía lucir endiabladamente sensual, sobre todo ese escote en la parte del busto, que lo incitaba a pasar su lengua por ese lugar.
—Sei bellissima —susurró él en su idioma natal con esa voz ronca, gruesa, sensual.
Susan sintió que el estómago se le encogió, hizo sus brazos hacia atrás y con torpeza intentó bajarse el cierre del vestido.
El hombre al verla forcejear se aproximó a ella, sin dejar de contemplarla se acercó demasiado, envolviéndola con su calor y aquel aroma a madera y cuero que desprendía de su piel, con habilidad logró bajar la cremallera.
Susan sentía que su pecho subía y bajaba agitado, enfocó sus ojos color cielo en él.
—Eres muy guapo, me encantas —murmuró, y colocó su mano en el pecho de él, lo acarició—, eres tan fuerte. —Se mordió los labios.
El hombre la observó con atención, jadeó, aquella jovencita lo estaba enloqueciendo con su juego de chica inocente, entonces ella se hizo para atrás y dejó caer el vestido al piso.
—Sei una ragazza perfetta —susurró él, y la contempló. La piel de la chica era trigueña, sus piernas largas, esbeltas, bien torneadas, sus muslos fuertes, su vientre plano, sus pechos perfectos, firmes. Lucía un conjunto de fina lencería negra. Sus caderas eran bien pronunciadas. Su rostro muy bello, poseía unos carnosos y sensuales labios, una nariz bien perfilada, su cabello castaño caía como ondas por su espalda, era una verdadera tentación, y esa noche él no la iba a desaprovechar.
De inmediato se aproximó a la chica, colocó sus fuertes manos en su cintura, la atrajo a su cuerpo, le devoró los labios con apasionados besos, que le robaron el aliento a Susan y le hicieron perder la cordura.
Segundos después ella, tan solo sintió como los fuertes brazos de él la cargaron y la llevaron hasta la cama, percibió el calor de él envolviéndola, y sus labios de nuevo tomando los suyos, provocando un cosquilleo que jamás antes había sentido, un cálido estremecimiento encendía su piel, y hacía quemar su vientre, percibió su ropa interior húmeda.
Los labios de aquel experto hombre le recorrieron la figura, le despojaron de las pocas prendas que cubrían su desnudez, y luego miró como él se irguió y empezó a desnudarse, el cuerpo masculino de aquel hombre era bien esculpido, parecía una escultura de la antigua Grecia.
Susan clavó sus ojos en la entrepierna de él, cerró sus piernas, sintió su estómago encogerse, y tembló cuando él volvió a cubrirla con su cuerpo, la besó una y otra vez, y ella correspondió a cada una de esas caricias, sus suaves manos bajaban y subían por la firme espalda de él, y luego cerró sus ojos se tensó cuando uno de los dedos de él, acarició su humedecido sexo.
Ella gimió con un deje de dolor cuando él introdujo más a fondo su dedo, le agarró por la muñeca, él la percibió tensa, y disminuyó la presión, y cuando la sintió de nuevo relajada volvió a la tarea.
Susan advirtió que el fuego consumía su piel, no tenía nada de experiencia en la materia, y tan solo por instinto empezó a mover sus caderas, y el placer que sintió fue exquisito.
—Va bene piccola —susurró, la observó con los ojos nublados de deseo, volvió a besarla, pausó unos minutos, buscó en su mesa de noche protección, y sin dejar de verla, su erguido y firme m*****o se introdujo de una sola estocada hasta el fondo.
Susan gritó de dolor, se quedó estática, y varias lágrimas salieron de sus ojos. Él se detuvo anonadado, abrió sus ojos con sorpresa.
—Lo lamento, pensé que…—Se reprochó por su torpeza. —¿Te he lastimado? —cuestionó susurrando muy cerca de sus labios.
Susan inhaló profundo, lo observó conmovida.
—Creo que estoy bien, quizás necesito acostumbrarme al tamaño. —Mordió sus labios.
Él le brindó una sonrisa, le besó las pestañas, y luego la punta de la nariz, otra vez tomó sus labios con absoluta pasión, y cuando ella empezó a mover sus caderas, supo que el malestar había pasado.
Sus envites fueron suaves al principio, quería que se acostumbrara a él, sus manos le acariciaban su figura, su boca pasaba de los labios de Susan a su cuello, y así sucesivamente, entonces sus cuerpos sudorosos se hicieron uno, una gran ola de calor los invadió.
Susan gemía y jadeaba retorciéndose de placer bajo el firme cuerpo de él, el hombre incrementó el ritmo y ella sintió que todo ese fuego empezaba a condensarse en su vientre, extendiéndose a su zona íntima, y unos minutos después se tensó, y gritó el nombre de Tayler una y otra vez cuando llegó a su culmen, y un par de minutos después, él la tomó con fuerza de las caderas, se hundió en ella con firmeza, una, dos, tres y más veces hasta que logró la ansiada liberación, gruñó al oído de ella aliviado.
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Al día siguiente los primeros rayos solares encandilaron sobre el rostro de Susan, ella frunció el ceño, se cubrió la cara con la sábana, y de pronto su móvil empezó a sonar en alguna parte de la alcoba. Abrió sus ojos, se agarró la cabeza todo le daba vueltas, por levantarse se enredó en la sabana cayó sobre la alfombra.
—¡Auh! —Se quejó sobando su rodilla, encima de una silla divisó su bolso y se arrastró hacia allá, sacó su teléfono.
—¿Por qué nunca llegaste a nuestra cita? —Rugió Tayler al otro lado de la línea.
Susan parpadeó en repetidas ocasiones, se llevó la mano al pecho, se miró y estaba completamente desnuda.
—¿A qué estás jugando? —preguntó ella con la voz temblorosa—, yo estoy en la suite —explicó balbuceando.
—¡No mientas! —gritó Tayler—, yo estoy en la suite, ¿con quién te acostaste? —bramó.
Gruesas lágrimas corrieron por las mejillas de Susan.
—Tayler… yo…
La llamada fue colgada.
—¡Dios! —gimoteó Susan abrazándose a sus piernas, sollozando. —¿Qué hice anoche? —Se preguntó, entonces algunos recuerdos vagos vinieron a su mente, y abrió sus ojos de par en par, se puso de pie, y encontró una tarjeta en la mesita de noche, y unos cuantos dólares—. Gracias por tus servicios, la noche fue fascinante. Franco Rossi —susurró con voz temblorosa, dejó caer su cuerpo en la cama, y empezó a llorar. —¿Me confundió con una prostituta? —Sollozó con más fuerza. —Y ahora: ¿Cómo voy a enfrentar a Tayler, y a mis padres?