Franco plantó su gélida mirada en los ojos de ella. —Es lo que deseas —respondió él con la soberbia que lo caracterizaba, irguiendo la barbilla, sin titubear. —¿Y por qué te robaste mi pasaporte? ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué tenías que aparecerte? —reclamó Susan apretando los dientes, cerrando sus puños con fuerza. —¡Responde! —vociferó exaltada, sus pupilas estaban dilatadas, su pecho se inflaba exaltado. —¡Ve a buscar a tu amada Sarah! ¡Déjame en paz! —musitó bajando el tono de su voz, abatida. Franco sintió un estremecimiento en su corazón, una agitación inusual, se reflejó en la mirada de Susan, los ojos de él brillaron. —¿Estás celosa? —cuestionó y ladeó los labios—, ahora lo entiendo, te quieres ir porque no soportas verme con ella —murmuró irguiendo la barbilla triunfante.