Roxana inclinó la cabeza, y buscó el bolso de Susan, miró a Franco por última vez esperando que dijera algo, pero parecía una estatua, inmóvil, pétreo, frío, indiferente. La chica negó con la cabeza, agarró el bolso de Susan como se lo pidió, y salió de la alcoba. —Llevate su maleta también —ordenó. —Se va a arrepentir —murmuró en voz baja, asegurándose que él no la escuchara, y descendió con tristeza las escaleras. **** Susan caminaba con una opresión en el pecho a través de ese sendero empedrado, algunos trabajadores la miraban como lo que era: una extraña, algunos la saludaban, otros la ignoraban. —Jamás debí aceptar eso, fue un error —murmuró percibiendo un escozor en el pecho. —¿Por qué tuve que equivocarme de habitación esa noche? ¿Por qué tuve que llegar a Franco Rossi? —