—¡Señorita Susan! —exclamó Roxana, cuando entró a la pequeña habitación de ella, la joven ingresó agitada. —¿Qué ocurre? —Don Franco está vuelto loco buscándola por todo lado —avisó—, ya se terminó la fiesta, y puso a todo el equipo de seguridad a recorrer la hacienda. Susan resopló, cerró sus ojos y se tiró en la cama de Roxana. —Pues que sufra, que crea que me fui, merece un castigo —expresó con la voz entrecortada, y no pudo contener las lágrimas. Roxana la miró con ternura, se conmovió al verla sollozar. —No llore, ningún hombre merece nuestras lágrimas. Susan negó con la cabeza, tomó aire para calmarse. —No lloro por Franco, sino porque me siento muy sola en este lugar, extraño mi casa, ya debería estar en la universidad, y ayudando a mi padre en los negocios, muero por