Franco recorrió con su mirada ensombrecida la línea del escote de la camisa de Susan, y luego sus ojos volvieron a sus carnosos labios, y enseguida plantó su vista en esos hermosos orbes color verde que ella tenía de ojos. —Recuerdo que dijiste que no habría sexo entre nosotros. ¿Cuál es el motivo del cambio? —indagó antes de contestar la pregunta de ella. Susan percibía su pecho agitado, no sabía si estaba haciendo lo correcto, solo necesitaba algo que le diera fuerzas para enfrentar lo que ella se suponía que vendría al poner un pie en suelo italiano. —Te metí en mi vida por una noche de la cual tengo recuerdos vagos —musitó la voz le sonaba temblorosa—, ahora te debo la libertad de mi padre, y que nos estés ayudando, a cambio de mis servicios. —La mirada se le cristalizó—, haz que