Franco Rossi se puso de pie. Contempló a Susan, ella tenía el cabello enmarañado, las mejillas enrojecidas, su pecho aún se inflaba, sus ojos se encontraron con los de él, y cuando captó la atención de la chica, él saboreó entre sus labios, su esencia. —Te has convertido en uno de mis elixires favoritos —musitó, y luego subió encima de ella, su rostro quedó a escasos centímetros del de Susan—, pruébate —ordenó y la besó, dejando que ella saboreara la miel salada que minutos antes fluyó de su interior, y luego cuando la falta de aire los obligó a separarse, la mirada sombría de él, se posó sobre ella—, ya te di algo que valió la pena —susurró—, eso es lo que querías, pero te aseguro que cuando vuelvas a ser mía, será en otras circunstancias, será cuando estés loca de amor por mí —aseguró