Susan se quedó estática tenía miedo de moverse y volver a sentir dolor, pero las caricias y los besos de Franco fueron disipando su molestia. —Acostúmbrate a mí —susurró él con la voz ronca. —¡Siénteme piccola! —ordenó con la voz firme, entrando y saliendo de ella al principio con movimientos suaves. —Franco —gimió Susan, alzó su otra pierna, y él la agarró de los glúteos, la pegó más a la pared, ella enredó sus muslos en las caderas de él, y sintió como él enterraba su falo hasta el fondo de sus entrañas. —¡Oh Dios! —suplicó. Franco la complació, incrementó el ritmo, sus envites eran profundos y Susan sentía que se derretía en cada acometida, elevaba sus caderas para recibirlo, sus labios estaban hinchados de tantos besos, su corazón latía con fuerza brutal. —¡Ah! —gimió cuando Fra