Las piernas de Susan se pusieron como gelatina; sin embargo, trató de disimular la turbación que las palabras de Franco hacían en ella, salió a brevedad del apartamento.
En el elevador ninguno de los dos dijo nada. Ella miraba atenta bajar los pisos, la cercanía con él, era un peligro, cuando al fin la puerta de la cabina se abrió, Susan respiró aire fresco, se sintió aliviada.
El chofer de Franco ya tenía listo el auto, y la puerta abierta, Susan subió, por un lado, y él lo hizo por el otro.
—A la delegación —ordenó.
Susan miraba los rascacielos, la gente caminando de un lado a otro, y de pronto sus sentidos se alertaron:
«¿Qué le iba a decir a su papá? ¡No podía contarle que pasó la noche de su cumpleaños en la suite de un hotel con un hombre desconocido!»
—¿Qué voy a hacer? —se cuestionó en voz alta sin darse cuenta de que estaba acompañada.
—¿A qué te refieres? —preguntó Franco, arqueó una de sus pobladas cejas, la miró con atención.
Susan al escuchar su voz gruesa, salió de sus cavilaciones.
—No sé qué decirle a mi papá, acerca de… nuestro trato. —Mordió su labio inferior.
Franco asintió varias veces, resopló, tenían que ser muy cuidadosos con la versión que iban a dar de su repentino noviazgo, entonces se puso a pensar, dándole vueltas al asunto.
—Bien, dirás que me conociste en un restaurante, tú estabas con unas amigas, yo con unos empresarios, las invitamos unos tragos, y al darnos cuenta de que eran menores de edad, la cosa quedó ahí, pero te di mi tarjeta personal, y nos seguimos hablando por teléfono como dos buenos amigos, todo esto pasó un mes antes de tu cumpleaños.
—¿Y qué relación se supone que tenemos? —Susan lo observó a los ojos, se reflejó en esa azulada fría e inexpresiva mirada.
Franco rascó su barbilla.
—Te propuse empezar a tratarnos, salir como amigos, me contaste la grave situación de tu familia y decidí ayudarte, aludiendo que mis intenciones contigo son serias.
Susan soltó un bufido, apretó los labios, miró de nuevo la ciudad por los ventanales del auto.
—Está bien, diré eso, pero mi papá va a querer conocerte —comunicó.
—No tengo problema con eso —dijo Franco con tranquilidad.
****
Tayler daba vueltas como un loco por el salón, gruñía con desespero, miraba el reloj y Susan no llegaba.
Entonces abandonó el salón principal, subió a zancadas las escaleras, y entró a la alcoba de Grace la madre de Susan.
—¿Has sabido algo de la descarada de tu hija? —cuestionó.
—No he podido comunicarme, su móvil está en su alcoba, espero se encuentre bien —expresó la mujer con pesar, sus ojos estaban vidriosos.
Tayler empezó a impacientarse. Era cierto que Susan había salido descontrolada de la casa.
«¿Y si le pasó algo?», se cuestionó, y resopló.
—¿Ya la buscaste en casa de sus amigas? —indagó arrugando el ceño.
—He llamado a todas, y nadie sabe nada, si no aparece daré aviso a las autoridades. —Sollozó.
Tayler palideció, y sobó su rostro.
—Esperemos unas horas más —dijo con voz seca, abandonó la habitación.
****
Susan caminaba abrazada a sí misma, por los fríos pasillos de la delegación en la cual tenían a su padre recluido, se sobresaltó al escuchar unos chiflidos y palabras soeces de unos presos que un par de guardias los llevaban a una celda.
«¡Qué horrible lugar!», pensó sintiendo su piel helada, y erizada. Cuando por fin llegó a la sala de visitas el guardia le abrió la puerta, ella ingresó.
Era una habitación muy fría, solitaria, apenas había una mesa y cuatro sillas a su alrededor, entonces una puerta del fondo se abrió, y el señor George Miller apareció.
La mirada de Susan se llenó de lágrimas, y corrió a los brazos de su papá, lo estrechó con todas sus fuerzas, mientras sollozaba.
—¿Cómo estás, papito? ¿Te han tratado bien en este lugar? —cuestionó gimoteando.
George sintió su corazón estremecerse, abrazó muy fuerte a su hija, soltó un largo suspiro.
—Estoy bien dentro de lo que cabe, no es el mejor lugar del mundo —expuso. —¿Cómo están ustedes? ¿Tu madre vino contigo? —indagó con curiosidad, miró a su hija con atención.
Susan inclinó la cabeza, negó.
—Tayler es un monstruo, quiso chantajearme, me pidió ser su amante a cambio de tu libertad —comunicó mordiendo sus labios, avergonzada.
George gruñó, apretó sus puños con gran fuerza.
—No me digas que aceptaste, no lo voy a permitir —espetó iracundo, tensó la mandíbula, y empezó a caminar de un lado a otro.
—Tranquilo, no acepté —expresó Susan, con voz débil.
George parpadeó en repetidas ocasiones, y luego giró y se paró frente a su hija, la miró atento.
—¿Cómo hiciste para que te permitieran verme?
Susan agarró las manos de su padre, lo invitó a tomar asiento, apretó los labios antes de hablar.
—Papá. —Soltó un bufido—, estoy saliendo con un hombre algo mayor, lo conocí un mes atrás en un restaurante, le pedí ayuda, y aceptó.
El padre de Susan abrió sus ojos con amplitud, arrugó la frente, sus sentidos se pusieron alerta.
—¿Un hombre mayor? ¿Quién es? ¿De dónde, diablos salió? ¡Joder Susan!
La muchacha se sobresaltó, varias lágrimas rodaron por sus mejillas.
—Es un buen hombre —mintió, pues Susan no bajaba a Franco de arrogante, atrevido, y aprovechado—, está afuera, quiere hablar contigo —mencionó con voz temblorosa.
—Dile que entre.
Susan se puso de pie, las piernas le temblaban y su ritmo cardíaco era acelerado, abrió la puerta, salió al pasillo, se paró frente a Franco.
—Mi papá quiere verte.
Franco Rossi la miró con la seriedad que lo caracterizaba, se puso de pie, irguiendo su imponente estatura, que en ocasiones intimidaba a Susan, soltó un bufido, se aclaró la garganta.
—Vamos.
Susan asintió, caminó al lado de él, y cuando abrió la puerta de la sala, él la tomó de la mano, y ella tembló de pies a cabeza, lo miró ceñuda, sin comprender.
—Señor Miller, buenas noches —saludó con seguridad, caminó junto con Susan hasta la mesa—. Soy Franco Rossi —se presentó.
George lo contempló de pies a cabeza, miró que tenía a su hija de la mano, y notó que la muchacha se veía muy tensa, y nerviosa.
—Me dice mi hija que están saliendo juntos, y seré directo señor Rossi. ¿Cuáles son sus intenciones con Susan? —preguntó sin dejar de mirarlo a los ojos.
—Las mejores —contestó—, por ahora estamos conociéndonos, si más adelante Susan acepta ser mi novia, será un honor. —Giró y miró a la jovencita—, mis intenciones son serias.
«¡Mentiroso!», pensó Susan en su mente.
—¿Por qué debo confiar en usted? —cuestionó el señor Miller.
—Porque en este momento soy su único aliado que tiene, dígame: ¿Quiénes de sus amigos han venido a solidarizarse con su caso? —cuestionó en un tono de cinismo—, ninguno —respondió él mismo con simpleza—, pero yo creo en su inocencia, basta con conocer a Susan para saber qué clase de persona es usted —aseguró.
Sin embargo, George Miller era un hombre astuto, un viejo lobo de Wall Street, y no se comía cualquier cuento.
—¿Y qué va a querer a cambio, señor Rossi?
Franco ladeó los labios, observó a Susan, le sonrió. La chica lo miraba angustiada, sin saber cómo reaccionar.
—Solo deseo ver a Susan feliz, y que usted me dé su permiso para seguir tratándola, quiero llevarla a Italia, a conocer a mi familia. —Acarició con suavidad la mejilla de Susan, ella se estremeció ante su tacto.
George miró a su hija, la contempló con ternura.
—Susan es mi mayor tesoro, por ella no me importaría perderlo todo, con tal de verla feliz, y espero sus palabras sean ciertas señor Rossi; sin embargo, le aclaro que mi hija a pesar de ser muy joven es independiente, y solo ella puede decidir si quiere continuar tratándolo.
Franco giró su rostro, miró a Susan elevando una de sus bien pobladas cejas, esperando una respuesta.
Susan inhaló profundo, sentía el estómago revolotear de ansiedad, jamás le había mentido a su papá, y odiaba hacerlo, pero no tenía otra salida.
—A mí me agrada Franco, papá —mencionó mordió su labio inferior, intentando mostrarse serena—, anhelo seguir conociéndolo, y si las cosas marchan bien, pues, conocer a su familia.
—Bien, entonces confiaremos en usted señor Rossi —dijo Miller sin dejar de mirarlo.
—No se va a arrepentir —aseguró—, mi abogado personal se está haciendo cargo de su caso, mañana pagaremos su fianza, y saldrá en libertad para que pueda defenderse.
—Gracias señor Rossi, le aseguro que le pagaré hasta el último centavo —aseguró.
—No tengo problema por el dinero —contestó Franco—, además Susan me comentó que no tienen donde vivir, he rentado una villa para usted y su familia.
Susan abrió sus ojos con sorpresa, lo miró sin comprender nada, pero luego analizó las cosas, todo era parte de su plan, fingir cortejarla, y luego hacerse novios, y llevarla a Italia.
«Piensas en todo» dijo ella en su mente, apretó su puño.
—Le pido que sume todos esos gastos, a los Miller no nos gusta deberle dinero, ni favores a nadie —aseguró.
—Lo iremos viendo —contestó Franco—, ahora los dejo solos. —Salió de esa habitación.
George de inmediato se aproximó a su hija, la tomó de las manos, la miró con atención.
—Dime la verdad, ¿En verdad te interesa Franco Rossi?