Franco cruzó sus brazos, arqueó una de sus cejas con esa expresión triunfadora que solía poner. —En vez de poner esa cara, deberías agradecerme, tus hijos saldrán bien guapos. —Ladeó una sonrisa. Susan lo miró con los ojos chispeantes de ira, que, si las miradas mataran en ese instante Franco Rossi, habría muerto, pero no conforme con eso, la muchacha colocó sus palmas en el fuerte pecho de él y lo empujó. —¡Eres un imbécil! ¿Cómo pudiste? —refutó, tiró de su cabello, desesperada, empezó a caminar de un lado a otro. —¿Qué voy a hacer? —cuestionó sollozando. —¡La pastilla del día después! —exclamó como solución. Giró como una loca decidida a salir de la casa e ir a la primera farmacia y adquirirla; sin embargo, ella aún era inocente en esos temas, y no sabía si estaba a tiempo de in