Susan abrió los labios, sorprendida, ella era inocente, no sabía que ese salón era prohibido, no le agradó en lo absoluto la actitud de él. —¡Suéltame animal! —vociferó, se sacudió del agarre de Franco—, a mí nadie me informó que este sitio estaba sellado —bramó Susan respiraba agitada—, además no pueden vivir un duelo eterno, ella estaría feliz de ver que se celebran fiestas en su lugar favorito —musitó. La mirada de Franco era sombría, daba miedo, se veía fuera de sí, las empleadas estaban petrificadas, temían un despido en masa. —¡Cállate! ¡No tienes idea de lo que estás hablando! —vociferó gritando. Susan sintió que la sangre hervía en su interior, podía entender la conmoción en él, pero no que la humillara en público, y le gritara. —¡Nadie me manda a callar! —bramó ella, res