Capítulo 4: Un beso para sellar el trato.

1787 Words
«¡Novia sustituta!» Aquella frase retumbó en el cerebro de Susan, centró sus ojos en el hombre, lo miró con atención, era muy alto, musculoso, elegante, de mirada profunda, piel bronceada, cabello oscuro, y unos ojos verdes que resaltaban con ese tono de su piel, se estremeció al recordar lo que pasó la noche anterior. —¿Y qué te hace pensar que voy a aceptar esa absurda propuesta? —preguntó ella, colocó su mano en la cintura. El hombre la rodeó, la miró con atención. —Por algún motivo llegaste a mí —musitó con su voz ronca. —¿Qué viniste a buscar? —averiguó, y notó que ella tiritaba, y se veía mal. —Yo… Susan sintió que todo daba vueltas a su alrededor, la visión se le tornó borrosa, no pudo decir más por qué se desvaneció, los fuertes brazos de Franco la sostuvieron antes de que se estrellara contra el piso. —¡Margaret! —gritó pidiendo ayuda a su asistente personal. La mujer entró, se llevó las manos al rostro. —¿Llamo una ambulancia? —No, saca las llaves de la suite del último piso y ven conmigo, abre y te vas —ordenó. La mujer asintió, y con Susan en brazos Franco y su asistente llegaron en el elevador hasta el último piso, una vez que él entró colocó a la chica sobre uno de los muebles, estaba casi helada, enseguida fue por el botiquín empapó de alcohol un algodón y se lo frotó cerca de la nariz de ella. Susan tosió, frunció el ceño, abrió sus ojos y aún aturdida lo primero que miró fue a él, a Franco Rossi, se incorporó y de nuevo se mareó. —Despacio, niña —ordenó él. —¿En dónde estoy? —preguntó ella, y cuando abrió sus ojos se dio cuenta de que estaba en una lujosa y enorme suite, y la vista a la ciudad de New York era impresionante desde aquellos grandes ventanales. —Aquí vamos a hablar con calma, pero antes necesitas quitarte esa ropa mojada, puedes enfermarte —propuso—, puedes ir a la recámara de la derecha, darte un baño y cubrirte con un albornoz mientras solicito que laven tu ropa. Susan no tuvo otra alternativa más que hacerle caso, asintió, con cuidado se puso de pie, y se dirigió a la alcoba, también era muy grande, de inmediato se encerró en el baño, se quitó la ropa, la cabina tenía música, y ella no dudó en encenderla, el agua caliente caía por su piel relajándola, pero no podía darse el lujo de disfrutar mientras su padre se encontraba en prisión. Se bañó con rapidez, secó su cuerpo, se envolvió en una bata blanca, su cabello lo cubrió con una toalla, y prefirió colocarse una de las camisas de él, cuando tomó la prenda, inhaló aquel exquisito aroma. —Pero ¿qué estoy haciendo? —se reprochó, se colocó la camisa y de nuevo apareció en el salón. Franco no se encontraba, pero se escuchaba ruido en la cocina y un exquisito aroma a café recién colado. El estómago de Susan clamó por alimentos. —Estoy lista —dijo ella con voz suave aproximándose a la cocina, lo contempló desde la puerta, se había levantado las mangas de su impecable camisa a la altura de los codos, sus brazos eran muy fuertes, inhaló profundo. —Te escucho, ¿qué quieres a cambio de ser mi novia sustituta? —preguntó y giró para mirarla, la vista se le nubló al ver sus largas piernas, ella se veía muy sexy, con su ropa, su cuerpo empezó a reaccionar, pero debía controlarse, quizás esa chica inocente en realidad no lo era, no podía darse el lujo de confiar de buenas a primeras en ella. Susan se armó de valor. —Quiero que me ayudes a sacar a mi padre de prisión y recuperar la fortuna de mi familia. Franco dejó lo que estaba haciendo, la miró con atención. —¿Tu padre es un delincuente? —¡No! —exclamó Susan con firmeza—, es un hombre íntegro, estoy segura de que le tendieron una trampa, y fue alguien a quien creímos que era de confianza, me haré pasar por tu novia, si me ayudas —expresó sin dejar de verlo a los ojos. Franco resopló, se aclaró la garganta. —Pues ahora las cosas cambian, pensé que eras una prostituta que uno de mis amigos envío a la habitación, creí que las cosas serían sencillas, que pedirías una buena suma, y ya. —Colocó sus manos sobre la encimera—, pero la situación es más complicada, requiere de abogados. Susan lo observó atenta. —Pensé que eras un hombre de palabra, y que no te retractabas en los negocios —enfatizó ella—, pero veo que no, y que vine a perder el tiempo —expresó con tristeza—, solo te pondré este panorama, sé que es muy fácil para ti contratar a cualquier mujer para pasar por tu novia, pero sí alguien se entera de que esa mujer es una prostituta, tu reputación se verá empañada, en cambio, yo, no tengo un pasado turbio, soy una mujer muy educada, de dinero aunque ahora esté en la ruina —explicó—, ahora soy yo la que te pregunta: ¿Lo tomas o lo dejas? Franco parpadeó y clavó su profunda mirada en aquella inocente jovencita, jamás imaginó que fuera buena negociadora, pero tenía razón, a Susan la clase se le notaba, en todos los sentidos, y era lo que él necesitaba para convencer a la junta directiva, solo tenía que pensar en la historia que iban a contar para que nadie sospechara de la mentira. —Está bien, acepto el trato —expresó. Susan se aclaró la garganta. —Firmaremos un acuerdo, y tengo condiciones. —¿Condiciones? —resopló. —Así es, no tendremos intimidad, en público haré todo lo que me pidas, pero en privado tú por tu lado, yo por el mío. ¿Estás de acuerdo? —Claro que no —contestó él con naturalidad—, nos entendemos muy bien en la cama. ¿Por qué privarnos de ese placer? —La mirada se le oscureció, se aproximó a ella como una pantera al asecho. Susan sintió su corazón agitarse retrocedió y su espalda chocó con la encimera, él enseguida la encerró con sus brazos, estaba prisionera. —Responde ragazza —musitó muy cerca de los labios de ella. Susan tembló y empezó a recordar lo ocurrido la noche anterior, se estremeció por completo. —Eso fue un error —balbuceó—, te confundí con Tayler. Franco arrugó el ceño. —¿Quién es ese tal Tayler? —preguntó mientras sus ojos se posaban en el escote de ella, y recordaba como su boca sostuvo la noche anterior esos rosados pezones. —Era como mi hermanastro, mis padres se hicieron cargo de él, desde niño, y nos traicionó. —La voz se le quebró, inclinó el rostro. —¿Qué? ¿Pensabas pasar la noche con el hombre que los ha dejado en la ruina? —preguntó con voz seria. —Porque hasta ayer se comportó como un hombre bueno, y hoy que regresé sacó las uñas —contestó ella, alzó la barbilla—, quiere que me convierta en su amante, y eso jamás. Franco sacudió su cabeza. —Haber niña, déjame entender algo, no quieres ser la amante de ese hombre al cual le ibas a entregar tu virginidad, pero sí pretendes convertirte en mi novia sustituta. ¿Por qué? —preguntó. —¡Por hacer justicia! —contestó ella—, además es una cosa muy distinta ser la amante de un hombre, que aceptar un empleo, porque ser tu novia sustituta para mí es como un trabajo más. —Parpadeó—, y aunque no quiero dinero como p**o, debes saber que no puedo regresar a mi casa, y no tengo donde pasar la noche, ni ropa para ponerme. Franco soltó un bufido. —Lo solucionaré —respondió con seriedad, sin embargo, debía estar seguro de que aquella jovencita decía la verdad. —¿Cuál es tu nombre? —Susan Miller —respondió—, mi familia se dedica al negocio de bienes raíces, mi padre es muy conocido, es George Miller. —Bien Susan, tengo que resolver unos pendientes, aquí hay algunas cosas con las que puedes alimentarte, le diré a mi asistente que me ayude con lo de tu ropa, regreso más tarde —explicó y se reflejó en los ojos de ella—, entonces, ¿tenemos un trato? —Gracias —contestó Susan, asintió aún con cierto recelo, pero no tenía otra alternativa—, sí, lo tenemos. —Entonces hay que sellarlo. —Se acercó más a ella, y sin darle tiempo de reaccionar, la tomó de la nuca, y volvió a besarla, con la misma intensidad de la noche anterior. Esta vez Susan forcejeó, intentó resistirse, pero él era más grande, más fuerte, más poderoso, y sus labios ejercían presión, le mordió el labio y sintió el sabor metálico de la sangre en su boca, él se separó un poco, gruñó, y ella aprovechó para abofetearlo. —Por atrevido, te aprovechaste ayer de mi —musitó con voz débil. Franco sobó su mejilla, si ella en verdad era una chica de familia, se había merecido esa bofetada pensó, pero la tomó de las muñecas, y con más fuerza volvió a besarla, ella de nuevo se resistió, su respiración era agitada, y de nuevo esa sensación de calidez la envolvió, dejó de pelear, y abrió su boca para corresponder esa caricia. —Buena chica —dijo Franco luego que dejó de besarla—, además anoche disfrutaste, debes agradecerme. —Sonrió con cinismo, se alejó y salió de la cocina, abandonó la suite y mientras caminaba por los pasillos marcó a su abogado —Necesito que me averigües todo acerca de George Miller y su familia, me parece que tiene negocios de bienes raíces. —Bien, tendrás esa información a la brevedad —indicó el abogado, y colgó. —Espero no estés mintiendo Susan —musitó Franco—, sería una verdadera lástima. —Suspiró profundo. —¿Estaré haciendo lo correcto? —se preguntó Susan, las piernas le temblaban luego de aquel beso, él era un hombre experimentado, y ella una jovencita inexperta, había un enorme riesgo, y enamorarse de aquel hombre no estaba en sus planes, pero la atracción que ejercía en ella era innegable—, pero no me voy a someter a tus caprichos tan fácilmente Franco Rossi —sentenció con firmeza.
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