Susan sostenía entre sus manos su vaso con café, se hallaba de pie frente al enorme ventanal, contemplando la maravillosa vista de la ciudad, el paisaje desde esa altura era fenomenal, se podía mirar a los lejos el Empire State en todo su esplendor. Y de pronto el azote de la puerta la sobresaltó. —¿A qué estás jugando? —cuestionó vociferando Franco—, estoy perdiendo la paciencia contigo, niñita —musitó. Susan giró y lo encaró, sin dejar de mirarlo a los ojos. —Yo no juego a nada, tan solo deseo que aprendas a tratar a una mujer, seguramente por ser tan irracional fue que te dejó tu ex —expresó con simpleza, bebió un sorbo de café. Franco gruñó, abrió y cerró sus puños con fuerza, se aproximó a Susan con esa forma tan intimidante. —No tienes derecho a cuestionar mi vida. —Tam