Dos almas libres

1449 Words
“El orgasmo es el gran comedor de palabras. Sólo permite el gemido, el aullido, la expresión infrahumana, pero no la palabra.” Valérie Tasso Adriana se retira del escenario, regresa a su camerino visiblemente emocionada por aquella propina y por la atracción inexplicable que siente hacia aquel hombre, sin nombre. Ignacio regresa a la barra, se sienta junto a su hermano, quien parece tener ya con quien pasar la noche. —¡Te dejó impactado la francesita! —le comenta Sebastián. —¡Es una mujer excesivamente hermosa! Casi qué peligrosamente bella. Micaela lo observa con algo de enojo, mientras acaricia la rodilla de su acompañante eventual. —Voy a pedirla para esta noche. —¡Wow! Bomboncito, esa es una elección bastante pretenciosa de tu parte. Ya debe tener compromiso. Micaela interviene en la conversación. —¡Sí! Es lo más seguro. Digamos que es la más cotizada. —Pues pagaré lo que sea para tenerla. Yo también soy muy exquisito en mis gustos y no hay algo que quiera, y no lo obtenga. —¡Así habla un Rossi! —presume Sebastián de su abolengo.. —¿Rossi? —pregunta Micaela, quien ha oído mencionar ese apellido, a su hermana menor. —Sí, los Rossi. ¡Eso somos! —repite dando mayor presunción a sus palabras. —Deja ya de jactarte. Lo que yo consigo, lo hago sin usar mi apellido como boleto al éxito. —¡Ah si! Ya sé que detestas a nuestro padre. —No detesto a nuestro padre. Simplemente no me valgo de sus influencias para lograr mis objetivos. Y con permiso de ustedes, voy a tocar las estrellas frente a la Torre Eiffel. Ignacio se aleja en busca de su chica paga. —¿Y tú y yo, qué haremos bomboncito? —le dice sonriendo y con picardía Sebastián a su conquista. —¡Divertirnos, bebe! —lo toma de la mano y lo lleva hasta la pista, comienza a seducirlo con el baile; él la sigue. Aquella mujer es experta en convencer a sus clientes. Mientras Ignacio está sentado en el sofá y campanea su wiskie, espera que Adriana, entre a la habitación. Resultó bastante fácil para él, comprarla esa noche. Estuvo de suerte. Se abre la puerta, ella entra. La hermosa mujer viste un traje de cuero n***o que se ajusta a su cintura, su pecho y gruesas piernas, botas altas negras y un antifaz satinizado n***o que hace juego con su atuendo de dominatrix. Camina hacia donde está él, quien con una mirada penetrante, pareciera desnudarla con sólo verla. Sin pretender nada más de lo que significa aquel encuentro, para Adriana eso no es más que parte de la faena. Él le ofrece el vaso de cristal con Wiskie. Ella niega con su cabeza para luego decirle: —No tomo cuando manejo. Él sonrié con la respuesta ocurrente de Adriana. —¿Y sabes manejar bien? Ella asiente y se acerca, se arrodilla frente a él, se abre paso entre sus piernas, acaricia su mástil, el cual, se muestra erecto por debajo de la tela del pantalón de gabardina gris. Baja la cremallera y mete su mano, pone en libertad al pájaro que pronto comerá el polen de su flor carnívora Nepenthes. Comienza a deslizar su mano por el grueso y torneado m*****o, mirándolo fijamente, sin quitar la vista de los labios carnosos de Ignacio. Se saborea y humedece sus labios, mientras se inclina un poco más para sentir su sabor masculino, en la hendidura se muestra el fluido cristalino que empieza a brotar como una gota de rocío. Ella se acerca más y más, él comienza a respirar agitado. Con la punta de su lengua saborea el néctar de aquella hendidura, él jadea, mientras acaricia el cabello de aquella hermosa pelirroja. —¡Mmmmmm! Tienes un sabor exquisito. Aquellas palabras lo estremecen y excitan aún más. —¡Es todo tuyo! Degústalo completo. Ella lo mira, muerde su labio inferior, abre su boca y comienza a probar el sabor de su carne. Con sus labios y algunas leves mordidas lo siente arquear su espalda y elevar su cadera. Para Adriana, es común aquello que está haciendo, es parte de lo que ha aprendido durante varios años descubriendo pieles y desnudando almas. Él comienza a tomarla de los cabellos y con fuerza presiona su pelvis para que su falo encaje completamente en su boca. Ansioso y muy excitado, se levanta para besarla, ella intenta esquivar sus labios, pero al verlo desesperado cede y se entrega a aquel inusual beso. Sus manos se desatan, le acaricia las caderas y glúteos, presionándola contra su cuerpo. Es un tanto extraño para ella, sentir tan intensamente aquellas caricias; pues casi todos sus clientes van, para ser satisfechos y no lo contrario. Es como si él nunca hubiese estado en uno de esos lugares, ni manejara los códigos que ello implica. Pero ella, no puede negar que aquello le gusta, que se siente excitada, que todo pareciera ser real y no sólo una de esas tantas escenas montadas, donde fingir es lo mejor pagado. Mientras más gritas y gimes, mientras más simulas sentir placer con sólo las arremetidas básicas de tu cliente, mejor propina obtendrás. Levantarle el ego a un hombre, es la manera más fácil de lograr un cliente fijo. Eso ella lo sabe. Pero aquel hombre, no parece estar allí buscando placer. Pareciera necesitar algo más. Algo que ella está negada a darles, su amor y su entrega. Repentinamente él se separa de ella. La mira algo apenado. —Disculpa, no era mi intención sacarte de tu zona de confort. Es sólo que desde que te vi en la tarima, sentí algo extraño, algo que me impulso a querer estar contigo esta noche. —No te preocupes. Es parte de mi trabajo complacerte. Tú sólo pide y yo lo haré. Él se levanta del sofá, arregla su pantalón y camina hacia la ventana que da al estacionamiento. —Es precisamente lo que no deseo. Es muy fácil para mí, obtener placer de una mujer, siempre a cambio de algo. Pero no quiero eso. Quiero que la mujer que esté a mi lado, desee estar a mi lado. Ella se puso de pie y se sentó en el sofá, mientras admiraba la figura perfecta de aquel hombre. Espalda ancha, blanca, con lunares estratégicamente colocados; unos glúteos bien marcados, pero no exagerados, brazos gruesos y piernas que se dejaban ver torneadas en aquel pantalón. Ignacio se volteó hacia donde estaba ella, recostándose del borde de la ventana. —¿Puedo quedarme aquí contigo? —pregunta él —Pagaste para ello —responde ella. —No quiero estar sexualmente contigo. —Entonces, ¿por qué pagaste? —Te acabo de decir que algo me impulso a querer estar contigo. Esa canción... —¿Lo hiciste por la canción? —No mi dama burlesque, la canción fue la excusa perfecta para atreverme a acercar a ti. Adriana lo observa algo confundida. Pues al igual que él, ella sintió la misma necesidad e impulso de estar a su lado. —¡Ven, acércate! Ignacio se acerca, ella extiende su mano, él la toma; ella se hace a un lado para que él se siente. —¡Gracias, por tratar de entenderme! —No eres el único que a veces necesita huir de su realidad. —¿Te ha pasado también? —le pregunta algo sorprendido como asumiendo que aquella realidad, la de ella, había sido su elección. —¡Sí, me ha pasado! Y en esos instantes, sólo cierro mis ojos y me imagino en otro planeta, en otra galaxia. Ignacio mira sus ojos con dulzura, se aproxima lentamente, con suma delicadeza la toma por la barbilla y besa sus labios con ternura. En ese momento, ella cierra sus ojos y se deja ir a esa galaxia donde su realidad se desmorona y ella puede construir su propio universo. Entonces deja que sus manos vayan deslizándose por los torneados muslos. Él corresponde a sus caricias, cada roce es un código que desbloquea sus ganas y los va llevando al límite de sus deseos. Ella se levanta, se sube a horcajadas sobre él. Ignacio siente como su dama, se mueve cadenciosamente y lo va poniendo a mil. Ella se apoya en sus propias rodillas, baja la cremallera, saca nuevamente el falo, lo coloca en su v****a y se deja caer sobre la pelvis inquieta y frenética de Ignacio. Sólo los gemidos y los sonidos pélvicos sonorizan esa noche de dos almas buscando ser libres de la realidad. “No tiene sentido negarse al placer” piensa Adriana. Prefiere disfrutar aquel momento, como nunca antes lo había hecho.
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