La oscuridad era espesa en aquella habitación, tanto que el aire parecía haberse vuelto sólido, asfixiante. Un hedor a sangre fresca impregnaba el lugar, colándose por cada rincón como si se tratara de un eco silencioso de todo lo que había ocurrido entre esas paredes. Los gritos, desgarradores y crudos, llenaban la atmósfera como un coro de desesperación, vibrando en la penumbra. De tanto en tanto, un jadeo sofocado interrumpía el ritmo de la tortura, y luego, el silencio momentáneo sólo servía para acrecentar la angustia que se respiraba en el aire. Era como si la misma oscuridad se alimentara de aquellos sonidos, haciéndolos resonar con más fuerza. A un lado de la sala, una silueta se movía lenta, casi perezosamente, como un depredador saboreando su presa. Su sombra se proyectaba larg