A la mañana siguiente, Alaric fue el primero en despertar. Aisling, aún acurrucada a su lado, dormía plácidamente. La contempló en silencio y, con delicadeza, deslizó su dedo índice por la suave curva de su nariz. Ella frunció el ceño sin abrir los ojos, inmersa todavía en sus sueños. Con una sonrisa ligera, Alaric se inclinó y le dejó un beso suave y tierno en los labios antes de retirarse lentamente para no despertarla. Se levantó y, sin prisa, fue al baño, llenando la tina y cubriendo el agua con una espesa capa de espuma. Luego volvió al cuarto, donde Aisling, molesta por la luz del sol que se filtraba a través de los ventanales, se giraba incómoda. Sin hacer ruido, la tomó en brazos, llevándola consigo. Aisling abrió los ojos de golpe, desorientada. Medio adormecida, se apoyó en el