Relata Adamari.
—¡Oh, cariño! ¿Por qué no nos avisaste que vendrían? —, pude ver sus dientes ajustados. Me abrazó y murmuró entre dientes —¡Sabandija asquerosa, debiste advertirnos para estar preparados! —, me aparté de esa mujer, apreté su asquerosa mano cuando acariciaba mis cabellos, sus ojos me fulminaron, y cuando notó la mirada de Nathan, sonrió —¡Bienvenido, yerno!
—Señor Pinheiro. Eso no cambiará. Recuerda que no estamos al mismo nivel—, le aclaró. Apreté los labios y sonreí en mis adentros.
Berta siempre me hizo sentir poca cosa, que jamás estaría al nivel de ella, menos de su hija. Ahora, alguien con más poder la estaba poniendo en su lugar.
Si bien era cierto que mi padre era dueño de una productora de olivo, pero no sé asemejaba a la familia Pinheiro. Estos eran dueños de grandes constructoras, textiles, centros comerciales y cientos de empresas. La fortuna de un Martinek solo era como una gota de agua, a diferencia de ellos.
Sin tener nada que decir, Berta se dio la vuelta y al mirarme me lanzó una mirada de desprecio. Ya estaba acostumbrada a eso, no se me hacía feo, incluso me divertía.
—Acompáñame a la cocina, querida hija—, miré a Nathan, él asintió. Dando media vuelta seguí a Berta, al llegar a la cocina pidió a toda la servidumbre saliera —Se puede saber por qué no nos avisaste que venían.
—Tampoco lo sabía. Nathan me lo hizo saber en la mañana.
—Mas te vale que finjas bien ser Luzmila, porque de lo contrario…
—De lo contrario, ¿Qué? Ya no vivo en tu casa, Berta. Y si vas a amenazarme con lo de mi madre recuerda que ustedes también perderán. Porque si ahora mismo salgo y le confieso toda la verdad a Nathan, te quedarás en la calle. Imagina lo que será para ti quedarte sin nada. Al menos yo ya estoy acostumbrada a esa vida. Pero tú, tú no podrás soportarlo —, apretó los dientes y escupió con ira.
—Eres tan despreciable. Esperaba que murieras la primera semana en casa de Nathan, pero ya veo que sigues respirando. Ojalá pronto te asesine—, se dio la vuelta y se marchó diciendo —Atiende la cocina. Ya veré qué excusa doy mientras preparas el desayuno.
Pronto aparecieron las empleadas y junto a ellas realizamos el desayuno. Una vez listo salí. Nathan continuaba hablando con mi padre de negocios, y Berta los escuchaba.
—El desayuno está listo—, Nathan achicó los ojos y cuestionó —¿Por qué lo informas tú? ¿No tienen sirvientas en esta casa?
—Si, por supuesto que sí. Solo que a nuestra Luz le encanta esto de la cocina—, sus manos las posó en mis hombros, hice un movimiento para soltarme de su agarre, fui hasta Nathan y me paré detrás.
—Te ayudaré—, asintió.
Lo empujé hasta el comedor, dejándolo en la punta de la mesa, me senté a su lado y desayunamos.
—¿Tú cocinaste? —, iba asentir, pero Berta se adelantó.
—No, como podría hacerlo. Es nuestra princesa, jamás la dejaríamos que realice la labor de los empleados. Ella solo supervisa que esté bien—. Asentí, aunque no era verdad, me tocó mentir.
Después del desayuno fui hasta la habitación, agarré las cosas que se me habían quedado. Agradecí a la empleada que las había guardado, y no las echó a la basura como se lo pidió Berta.
Cuando llegamos a casa preguntó —¿Qué llevas ahí? —, indicó el bolso.
Bajé la mirada y lo apreté más contra mi pecho.
—Cosas importantes—, hizo seña a uno de sus hombres, este se acercó, me arrebató el bolso, lo giró y vació todo lo que contenía.
—¡No! —, me fue imposible evitar que la vieja y pequeña laptop se estrellara contra el suelo —Solo es mi herramienta de estudio.
El retrato de mi madre también se destrozó. Cuando iba agarrarlo, el hombre de n***o lo agarró y se lo mostró a Nathan.
—¿Quién es?
Otra vez debía mentir, y negar a mi madre me dolía, pero no me quedaba de otra —Mi mentora—, aquellos ojos me miraron achicados, era como si durara de lo que decía —Señor Pinheiro, ¡por favor! Devuélvame esa fotografía—, arqueó una ceja, la apretó en sus manos y la echó hecha una bola por mis rodillas.
Con un dolor profundo en el pecho la agarré y abrí, la planché entre suspiros —¿Es tu mentora más importante que tus padres? No veo que hayas traído fotografía de ellos.
—¡Si! —, le miré con enojo —¿Es más importante!
Me dirigió una sonrisa indescifrable, se dio la vuelta y se marchó —Has que limpien eso.
Una de las empleadas vino a limpiar. Agarré la fotografía de mi madre, la laptop y las demás cosas, subí a la habitación, la lancé en la cama y revisé que sirviera.
Agradecí cuando se encendió. Esta era la computadora que mi madre había comprado con tanto esfuerzo hace años. Cuando ella enfermó no pude asistir al colegio y lo terminé en línea. Ahora esperaba entrar a la universidad de la misma forma.
AUTOR.
Aarón ingresó, colocó una carpeta con una pila de documentos frente a Nathan —Es todo lo que pude recaudar, señor.
Los definidos dedos sostenían la carpeta llena de documentos con información. El rostro hermoso, apacible del hombre, se tornó carmesí. Aquellos ojos verdes se oscurecieron reflejando una mirada llena de fuego. Los perfectos dientes se ajustaron y traquearon como un caníbal hambriento.
El hombre parado frente a él se mantuvo inmóvil y observando cada movimiento de su jefe. La transformación del rostro lo hizo temblar, y cuando movió los finos labios dejó rodar la gruesa saliva.
—¿Cómo sucedió? —, había sido engañado por Oliver Martinek. Nadie en su sano juicio se atrevería a engañarlo, menos traicionarlo. Ese hombre se había atrevido a hacer tal cosa. Lo que le esperaba eran días de augurios en los cuales desearía no haber nacido. Porque Nathan Pinheiro se la cobraría hasta el punto que suplicará la muerte.
—No teníamos como saberlo señor. Ella era una empleada de los Martinek, todo lo que ocurrió fue dentro y lo cubrieron muy bien. Jamás reconoció a la niña, menos se hizo cargo. No fue hasta que enfermó que la jovencita buscó a su padre, y este le dio vivienda. Si su esposa no hubiera ido al hospital a visitar a la madre, jamás lo habríamos descubierto.
—Ni siquiera es mi esposa—, bajó la mirada al nombre de la joven. Esa maldita mujer también se había prestado para engañarlo, arruinando así sus planes. Pero ya que había estado de acuerdo con sustituir a Luzmila, liberarla de su purgatorio, debía cargar con ese peso.
—¿Qué hacemos señor? ¿La sacamos de la mansión y la llevamos a la frontera para atarla en un árbol del desierto hasta que muera de hambre?
—Tengo mejores planes para ella—, se levantó y ordenó —Busca a Luzmila, una vez que la tengas me avisas. Si está en el infierno, sácala y tráela ante mí.
—Si señor.