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La sustituta del CEO virgen.

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La familia de Adamari se enfrentó a la bancarrota. Nathan Pinheiro, más conocido como el señor del inframundo decidió ayudarles, pero a cambio de casarse con la hermana de Adamari, no obstante, esta no estaba dispuesta a casarse y sus padres eran más parciales con la hermana mayor y no querían que su hija se casara con este hombre porque se rumoraba que era muy cruel, por lo que obligaron a su hija menor ocupará su lugar. Al casarse y descubrir que no era la mujer que quería para esposa, Nathan Pinheiro estaba muy enojado.

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PRÓLOGO: sustitución.
RELATA ADAMARI. —¿Por qué tengo que ser yo? —, reproché mientras desgarraba el vestido de novia. —Rompe todos los que quieras, que hay muchos más esperando por ti—, la mujer parada de brazos cruzados a unos cuantos metros, me observó con desprecio. Era mi madrastra quien me odiaba desde siempre —Debes casarte con Nathan Pinheiro, de lo contrario, la mujer que está en el hospital, no sobrevivirá—, siempre tenían con que amedrentarme —Sabes que, si no logramos salvar la productora de olivo, no habrá dinero para el tratamiento de tu madre. El único que nos ofrece una ayuda para no ir a la quiebra, es Nathan Pinheiro, y su única condición es casarse con una Martinek. ¿Con una Martinek? Pero yo no era una Martinek, era la hija bastarda de Oliver Martinek, ni siquiera me dio su apellido, jamás se hizo cargo de mí, fue mi madre la que trabajó duro para criarme. No fue hasta que enfermó que mi padre me acogió, pero cuando me llevó a su casa, su esposa me trató como una sirvienta y él no hizo nada para evitar que eso sucediera. No es que quisiera vivir como una princesa, solo que, era su hija, no debería dejar que me tratarán así, pero que podía esperar de un hombre que traicionó a su esposa y se desentendió despues que embarazó a su amante, la cual era mi madre. No me da vergüenza decir que era la hija de una mujer que fue la amante de un hombre. Mamá solo era una jovencita, mi padre la tomó en contra de su voluntad, se suponía que no debía meterse con una joven inocente, pero al ser el herdero de los Martinek, lo hizo. Volviendo al tema de mi boda. ¿Cómo era posible que me estuvieran forzando a casarme con ese hombre?, ¿acaso pensaban engañar a Nathan Pinheiro? De ser así, estaban retando al mismo demonio. Se rumoraba, que Nathan Pinheiro, después del accidente automovilístico se volvió un hombre amargado, frio y cruel. El haber quedado postrado en una cama, luego en una silla de rueda le había vuelto intratable y ningún familiar se le podía acercar. —Pero no soy una Martinek. ¿Por qué no se casa Luzmila? —, ella si era una Martinek —¿Por qué tengo que ser yo? —Porque eres la hija bastarda y te mereces un matrimonio así, con un hombre como Nathan Pinheiro. Así que, deja de reprochar y vístete, pronto llegarán los hombres de Nathan—, se acercó y me agarró el rostro entre su mano —Recuerda, he sido misericordiosa en tenerte aquí y permitir que mi esposo pague el tratamiento de tu madre, aun cuando fue la amante de mi esposo y te concibieron. Hoy debes pagar todo eso casándote con Nathan Pinheiro, debes hacerlo, por la productora, y por el excremento de madre que tienes. —He trabajado como una mula durante estos dos años, cada día dices que es por la medicina de mi madre, y todavía quieres que pague más. No quiero, no quiero casarme, menos con Nathan Pinheiro—. La mujer de edad media hizo presión en mi delgado rostro esperando que de estos brotaran lágrimas, no obstante, hice presión en su muñeca y enterré mis cortas uñas en su delicada piel, no la solté hasta que esta se quejó. —¡Eres una…! —, pensó cachetearme, pero en ese momento ingresó mi padre. Al escuchar esa voz, bajó la mano y se dio la vuelta, mostró las marcas de uñas que se habían llenado de sangre. —Los hombres de Nathan ya están aquí—, mi padre observó el brazo de su esposa —¿Qué te pasó? —¡Tú bastarda! —, quiso agregar algo más, pero Oliver me miró e ignoró lo dicho, centró la mirada en el vestido, al verlo rasgado se dirigió a la empleada —Tráele otro vestido. Ante su orden apreté los puños, lo quedé contemplando con desdén puesto que, sin remordimiento alguno me estaba lanzando a los brazos de un desconocido, el cual se decía era malvado con todos los que le rodeaban. ¿Acaso no me quería ni un poquito? ¡Era su hija, bastarda, pero lo era! —Póntelo—, lo colocó en mis manos —No hagas esperar al señor Pinheiro, porque de lo contrario tendrás que despedirte de tu madre. Sin chistar me di la vuelta, ingresé al vestuario y me coloqué el vestido de novia. El cual no pensaba describir puesto que no me emocionaba usarlo. Una vez lista, salí de la habitación, bajé las gradas y fui llevada por los hombres de mi futuro esposo. Nadie me acompañó, ni siquiera mi padre. Si antes creía que no me quería, con esto me lo confirmó. Era triste que el hombre que te engendró no te quisiera, pero no iba a afligirme por eso, solo que mi madre dejara de quererme me podría triste. Horas después me encontraba ingresando en la enorme mansión de los Pinheiro. Perdí la mirada en el camino forrado de árboles podados extremadamente perfectos. Cuando dirigí la mirada en la construcción me quedé impresionada, esto parecía un castillo. —Venga por acá, señorita Martinek. Salí del trance y seguí a los hombres vestidos de negros. Mientras lo hacía observé cada detalle de la majestuosa mansión, estaba tan concentrada en lo hermoso de aquel lugar, que ni cuenta me di del juez frente a mí. Se suponía que a mi lado debía estar él; Nathan, no obstante, ese lugar estaba vacío. Por un momento creí que el novio me había dejado plantada, que no se presentaría y así quedaría libre, sin embargo, el juez me entregó el certificado de matrimonio. —Pero… no ha llegado. —El señor Pinheiro no pudo presentarse. Fue lo único que me dijo, después de eso, el juez guardó sus cosas y se retiró. En cuanto yo observé el certificado el cual no contenía mi nombre, si no el de Luzmila. Levanté la mirada y la centré en el extenso terreno lleno de plantas y árboles. AUTOR. Desde un lugar alejado, tras la enorme pantalla, unos ojos verdes la observaban. Sentado en su silla de ruedas, Nathan Pinheiro se encontraba contemplando a su esposa. La puerta de su habitación se abrió, escuchó aquellos pasos acercarse, pero aun así no despegó la mirada de la pantalla que le mostraba la mujer en el jardín. —Señor, está oficialmente casado con la señorita Martinek—, al momento que la joven se giró y pudo ver su rostro con más claridad, Nathan hizo un movimiento de mano en el aire y solicitó. —Acércame el sobre—, rápidamente abrió el cajón, extrajo el sobre amarillo y se lo extendió a su jefe. Al momento que Nathan extrajo las fotografías achicó los ojos. La mujer de la fotografía se veía un poco mayor, y la que se encontraba en el jardín de su casa, se veía más joven, pero en si, eran exactamente igual. —¿Todo bien señor? —, asintió. —Ordena que la lleven a su recámara, y que la preparen para la noche. Sin decir más, el hombre salió, sacó el teléfono, realizó una llamada y ordenó a las empleadas llevasen a la señora de Pinheiro a la habitación. Se encontraba perdida en los pensamientos cuando escuchó a alguien hablar detrás —Señora Pinheiro, acompáñeme—. Siguió tras las empleadas. Al ingresar a la mansión se quedó parada en la entrada y recorrió la vista por todo el lugar. La casa de su padre era lujosa y muy grande, pero aquella le sacaba tres de diferencia. Adamari levantó el rostro y observó los grandes candelabros que colgaban desde muy alto, estaban tan altos como la campana de una iglesia. Al tercer llamado de la empleada dio un paso al frente, subió la enorme escalera que daba más de tres círculos y llegó al segundo piso, pasó por un largo pasillo el cual era elegante y refinado, pero tenebroso al mismo tiempo. Con sus manos hecho puños y sus piernas temblando siguió a la empleada, cuando esta abrió la puerta del final del pasillo y dejó ver la magnífica habitación, se relajó. Antes de ingresar miró hacia atrás, en realidad aquel pasillo le daba miedo, parecía el pasillo de las películas de terror. Después de soltar un suspiro se dirigió al baño, las empleadas le prepararon la tina, y ayudaron a bañarla. Aunque se rehusó aceptar la ayuda de las mujeres, no pudo evitar que estas lo hicieran, pues tenían órdenes de prepararla para la noche de boda. Era la primera vez que Adamari era bañada por otras mujeres, ella siempre hizo el trabajo de las empleadas, siempre le tocó bañar a su media hermana, quien le dificultaba el trabajo. —¿Mi esposo? ¿dónde se encuentra? —El señor Pinheiro no se encuentra en la ciudad. —¿Y cuando vuelve? —, sabía que estaba paralítico, ¿cómo era posible que estuviera fuera de la ciudad? ¿y haciendo qué? Al recordar que era uno de los hombres más ricos de Asia, obtuvo todas las respuestas. Estar en silla de ruedas no le dificultaba viajar, más si tenía una docena de empleados siguiéndolo. —¿Cuándo lo podré conocer? —No tenemos conocimiento, el señor Nathan suele llegar en los momentos menos esperados, y cuando aparezca, usted deseará que vuelva a desaparecer. Ante aquel comentario, Adamari se llenó de pánico —¿Cómo hago para comunicarme con ustedes? —, miró hacia la puerta, no había visto ningún teléfono o intercomunicador mientras observaba a detalle la habitación —Estoy tan lejos de las gradas, que mi voz no será escuchada. —¿Por qué tendría que gritar para ser escuchada, señora Pinheiro? —, recordó el pasillo, y el terror la volvió a envolver produciéndole un frío en todo el cuerpo —Hay una campana al lado de la cama, cualquier inquietud que tenga, solo tóquela, y el sonido llegará hasta donde nos encontramos. Dicho eso se marcharon. Al quedar sola, Adamari cerró los ojos y relajó su cuerpo. Había soñado tanto con tomar un baño de tina, siempre quiso sentir su cuerpo en medio de pétalos y espuma. Sin darse cuenta estaba siendo vigilada, tras esa cámara, los labios del hombre que la observaba se curvaron en una sonrisa, la cual se disipó al momento que la joven se paró. Aquellos ojos verdes detallaron el desnudo cuerpo de la mujer, no dejó de contemplarla hasta que se cambió, cuando salió del baño la siguió en la otra pantalla. La habitación de Adamari, incluso la misma mansión estaba llena de cámaras, en cada esquina, en cada espacio, Adamari Roster estaba siendo observada. Cuando se sintió aburrida, decidió salir de la habitación, al abrir la puerta su corazón empezó a latir con fuerzas, sus piernas temblaron y sus manos se helaron. Inhalando profundo pasó corriendo por el largo pasillo de casi quince metros, bajó a toda prisa las gradas porque le parecía que en cualquier momento una de esas habitaciones se abría y salía un asesino en serie para atacarla. Al llegar a la planta baja respiró hasta calmar la ansiedad o temor que sentía, seguido recorrió la mansión, abrió una puerta y otra hasta que salió al jardín trasero, bajó las gradas para llegar a la piscina, caminó alrededor de esta, desde ahí contempló la mansión, cuando levantó la mirada hacia el cuarto piso le pareció ver una figura parada tras el vidrio. —¿Qué hay en la parte de arriba? —, cuestionó cuando una empleada se le acercó. Estuvo recorriendo el interior de la mansión, y las gradas solo le llevaban al segundo piso, no vio una puerta que la guiara al tercero o cuarto. —Solo es un piso vacío—, al escuchar eso, Adamari frunció el ceño. Ella vio un hombre parado tras el cristal, pero la empleada le aseguraba que era un piso vacío.

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