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—Erick —por segunda vez en el día, César llamó a su amigo, esta vez con más urgencia—. ¿Dónde estás cuando más te necesito? Me urge tu ayuda.
—¿Ahora qué? Estaba de camino a la empresa —respondió Erick, irritado—. Ya arreglé las cosas con Vittorio, pero no me convence. Aceptó todo muy rápido.
—Al diablo con ese tipo. Necesito que vayas directo a la casa de campo de mis padres. Estaré ahí.
—¿Qué? Sabes dónde queda eso, ¿verdad? Tardaré unos treinta minutos en llegar. ¿Qué haces ahí? ¿Crees que estamos para tomar vacaciones?.
—No, imbécil. Es el único lugar al que se me ocurrió llevar a Einar. Lo tengo conmigo. Necesito que me ayudes.
—Por el amor de Dios, estás loco —bufó Erick, y César casi podía imaginarlo poner los ojos en blanco—. Estaré ahí. Más vale que no me quieras poner
