*** Una soledad indescriptible y un dolor punzante tan arraigado al alma que parecía interminable. Así se sentía Fénix en ese momento, hecha un ovillo al pie de su cama. Lejos de Einar y de sus gemelos, ahora en el poder de su verdugo, se encontraba sola, sumida en un amargo llanto silencioso dentro de esa fría habitación. No era muy diferente de su pasado. —Fénix, ábreme, por favor —Stefano insistía desde el otro lado de la puerta. —Déjame sola —contestó con un nudo en la garganta. Le dolía demasiado. El único recuerdo que le quedaba de su bebé eran sus pertenencias; ni siquiera tuvo tiempo de entregárselas a César. Y tampoco es como si las fuera a necesitar; con él no le faltaría nada. Ella deseaba tener esa misma certeza. —Estoy preocupado, déjame verte —insistió una vez más, pero