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La mujer equivocada

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Blurb

Lina Bella, la tímida secretaria de César Lombardo que oculta su hermoso atractivo bajo la fachada de una mujer fea y sin gracia. Mantenía una relación clandestina con el arrogante multimillonario, pero tiempo después se vio opacada con la repentina entrada de Violetta, la encantadora amiga de la infancia de César.

Ante la decisión de César de casarse con Violetta, Lina, con un corazón "destrozado", cedió a la petición de César de salir de su vida. Sin embargo, lo que el empresario no sabía, era la verdadera cara de la "fea secretaria", quien solo lo utilizó para su propio beneficio.

Desapareciendo sin dejar huellas, Lina dejó a César sumido en la amargura de la traición, sin sospechar que la aparentemente indiferente secretaria llevaba consigo un fruto no deseado en su vientre. Un embarazo que ella, por temor al peligro que la acechaba, prefería mantener en silencio.

Pasado un año, César Lombardo, abrumado por problemas con su insoportable esposa embarazada, buscó consuelo en un club nocturno, ahogando sus penas en el alcohol. La sombra de la pequeña y tímida secretaria que lo abandonó seguía vagando en sus recuerdos, dejando una huella imborrable marcada por la amargura de su traición.En esa noche, inesperadamente, César se topó con una seductora bailarina del club, sorprendentemente parecida a su antigua amante, Lina.

Al descubrir un lunar peculiar en el muslo de la joven, no hubo dudas: era ella. Un reencuentro, un pequeño secreto, una venganza. ¿Podrán César y Lina entregarse de lleno a la pasión olvidando las dolorosas huellas del pasado?.

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Hasta nunca
—Quiero que esto termine. La joven secretaria se vio sumida en un torbellino de emociones al escuchar esas palabras que resonaron como un trueno en la oficina. Una sonrisa nerviosa se dibujó en sus labios, su mirada reflejaba una mezcla de confusión y dolor mientras intentaba comprender la inesperada petición. —No entiendo... ¿qué quieres decir con eso? —balbuceó, sintiendo cómo la tensión se apoderaba de su cuerpo, su pecho oprimido por una mezcla de amargura. El hombre se levantó con gesto serio, mostrando un dejo de escepticismo ante su reacción. —Sabes muy bien a lo que me refiero —su tono era firme, sin titubeos—. Esto entre nosotros tiene que llegar a su fin. —¿Por qué? —cuestionó ella, su voz cargada de una mezcla de tristeza y desconcierto. —Estoy enamorado de Violetta —confesó con determinación—. No quiero continuar lastimándola ahora que hemos empezado una relación. La joven secretaria se vio inundada por un mar de lágrimas al escuchar esas palabras. Sus ojos brillaban con la tristeza de quien descubre una verdad dolorosa. —¿Relación? —susurró entre sollozos—. ¿Desde cuándo?. —Hace unos días —declaró él con solemnidad—. Ella aceptó mis sentimientos. Así que nosotros... —De todos modos no había un nosotros —interrumpió ella, sollozando—. Porque yo simplemente soy su secretaria, señor Lombardo, ¿No es así? Ni siquiera teníamos una relación, soy, o más bien era, una más de tantas. —Las cosas son así —afirmó, manteniendo su imperturbabilidad—. A partir de ahora, solo quiero que seamos jefe y empleada. No quiero que Violetta malinterprete nada entre nosotros. —Claro —asintió, secando lentamente sus lágrimas, aunque su expresión denotaba la ausencia de emoción—. Ella es importante para usted ahora, y no quiere hacer nada que la perjudique. —Es mi prometida ahora —soltó él con dureza—. Nos vamos a casar. Fue como una bofetada que resonó en el silencio. Sin embargo, ella mantuvo la compostura, mostrando una sonrisa leve y forzada. —Felicidades —respondió con calma—. Espero que sean muy felices, señor Lombardo. —No quiero que nadie sepa de lo que hubo entre nosotros —condicionó—. ¿Está claro?. —Más que claro —asintió ella—. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle?. —Nada más, puedes retirarte —le dio la espalda y vuelve a sentarse en su silla —. Cierra la puerta cuando salgas. Lina Bella, la joven secretaria, obedeció en silencio las últimas instrucciones de su jefe. Sin decir palabra, asintió y abandonó la oficina, llevándose consigo un corazón abrumado por emociones dolorosas. El peso de la situación la llevó a mantener la compostura mientras salía, evitando llamar la atención de sus compañeros inmersos en sus tareas, algunos concentrados frente a las pantallas de sus ordenadores y otros transitando por los pasillos. La situación entre Lina y César, su jefe, era una relación oculta que resonaba con una dosis de irrealidad. César Lombardo, dueño de una renombrada empresa de arquitectura en Italia, una de las tres más influyentes, mantenía esta relación con una joven a quien ella misma veía como alguien sin gracia, una mujer común en comparación con la prominencia y el estatus de su jefe. Lina, a sus veinticuatro años, ingresó a la empresa Lombardo como secretaria, apenas llevaba tres meses en el puesto cuando percibió un cambio en la mirada de su jefe. Desde el primer instante en que lo vio, César despertó su interés. ¿Qué mujer no se sentiría atraída por un hombre como él?. A pesar de ser consciente del carácter despreocupado y poco comprometido de César con una sola mujer, Lina se entregó a esa atracción. Se enamoró, dejando que su corazón tomara las riendas, ignorando las señales de advertencia. César, con sus palabras dulces y seductoras, le hacía creer que existía algo más entre ellos, pero no era así. Lina se ilusionó sola, cayendo en la trampa de sus propias emociones. Pronto, la amiga de la infancia de César hizo su entrada en sus vidas, desencadenando un giro inestable en la relación. César se volvió distante, dedicando la mayor parte de su tiempo en la empresa a la compañía de Violetta. Sus salidas juntos se volvieron frecuentes, compartiendo comidas y lanzándose miradas cómplices que revelaban una conexión íntima. A pesar de ser consciente de esta nueva dinámica, Lina aún conservaba la esperanza de mantener a César a su lado. Observaba la manera en que él miraba a Violetta, una mirada cargada de calidez y entusiasmo, como si estuviera contemplando al amor de su vida. Fueron meses de placer para él, pero para ella, esos mismos meses representaron alegría e ilusión. Sin embargo, sin saberlo, Lina se sumergía en un torbellino de emociones, ajena al hecho de que César guardaba en su corazón sentimientos por otra mujer que estaba a punto de regresar, dispuesta a arruinar lo que, para ella, no existía. Nadie habría imaginado que entre César y su "fea" secretaria existía una relación. Era un secreto celosamente guardado por ellos dos. Pero ahora, Lina se enfrentaba a una dura verdad: su cuerpo había sido utilizado y su corazón destrozado, mientras él solo buscaba placer efímero, dejando tras de sí un rastro de dolor y desilusión. Sin embargo, todo lo anterior fue meramente una introducción a algo que no encuentra cabida en su corazón, porque la realidad dista mucho de lo que aparenta. Lina Bella no se corresponde con la imagen que todos tienen de ella. Su papel como secretaria era simplemente una máscara, una representación de lo que se esperaba de ella en ese rol. Aquella historia contada era solo lo que César creía, o lo que ella le hacía creer. "La fea secretaria enamorada". —Simplemente patético —murmuró Lina con el mentón elevado, mientras recorría el pasillo con paso firme luego de salir de la oficina de su jefe. Sus pasos se detuvieron frente a la puerta del baño. Echó un vistazo a su alrededor antes de ingresar y asegurar la puerta. El teléfono en uno de sus bolsillos comenzó a vibrar. —«Fénix»—habló alguien del otro lado de la línea—. «Ya está hecho, los documentos han llegado». —«¿Están en manos de Ancelotti?»—preguntó, su mirada se encontraba fija en su reflejo en el espejo, buscando quizás alguna señal en su expresión. —«Por supuesto. Y por cierto, no entiendo cómo es que sigues con tu papel de secretaria cuando cumpliste con tu misión hace un mes». —«Solo quería diversión» —se encogió de hombros —«pero no te preocupes, hoy dejaré mi carta de renuncia. De todos modos, ya me cansé de este juego». —«Es mejor que dejes de jugar y regreses a la organización. Santoro está impaciente, tiene nuevas misiones para ti». —«Tiene que cumplir primero. Sabes lo que necesito». —«Puedes hablar con él, cumple con su palabra». —«Bien. Esta noche regresaré, no te preocupes». —«Nos vemos, Fénix». Ella colgó el teléfono, inhalando una bocanada de aire profundo. Se observó en el espejo durante unos segundos, frunciendo el ceño. Esa imagen patética de secretaria desdichada, fea y enamorada le resultaba desagradable. Con irritación, secó los rastros de lágrimas falsas que había derramado minutos antes en la oficina de su jefe, y esbozó una sonrisa de suficiencia. Nunca antes se había sentido tan cómoda interpretando su papel de actriz. —¿Hay alguien ahí? Abran la puerta —una mujer insistía desde el otro lado. Lina reaccionó rápidamente, acomodando su cabello y enderezando sus anteojos antes de tomar la perilla y abrir. —Lo lamento, parece que se trabó cuando la cerré —mintió con esa sonrisa nerviosa que solía caracterizar a la secretaria tímida. —No te preocupes —la mujer del otro lado le ofreció una sonrisa comprensiva—. ¿Estás bien? Pareces pálida. —No es nada. Creo que el almuerzo de hoy no me sentó muy bien. —Entiendo. La conversación se interrumpió cuando Lina se disculpó y abandonó el baño, volviendo a su aspecto natural. Su rostro lucía una sonrisa relajada y serena. En la compañía, Lina era conocida como la secretaria torpe de Lombardo. Siempre vestía con una falda debajo de las rodillas y una camisa blanca que no realzaba su rostro sin maquillaje, además de su piel seca. Sus anteojos y las trenzas que caían sobre sus hombros contribuían a esa imagen que ella misma consideraba fea y carente de gracia. Aún no lograba comprender cómo César pudo mirarla con ojos de deseo, considerando su estándar, normalmente mujeres con cuerpos perfectos y una apariencia artificial llena de silicona. Al llegar a su puesto de trabajo, Lina deslizó el cajón y extrajo con cuidado la carta de renuncia que había redactado hacía un mes. Había completado su misión, pero inexplicablemente optó por continuar en ese juego falso de aparentar ser una secretaria enamorada. Desde el principio, ella había conocido la verdadera identidad de César Lombardo; él representaba su objetivo central para acceder a unos documentos importantes de la empresa, documentos que ahora se encontraban en posesión de los Ancelotti. Esa era la encomienda que le habían asignado y por la que había entrado en el juego de aproximación hacia Lombardo. —Pero ahora todo se terminó —murmuró Lina, cerrando el cajón con rabia, sintiendo el peso del fracaso y la decepción. —Lina, ¿Pasa algo? —preguntó su compañera de trabajo Rosalyn, acercándose al notar su actitud extraña. —No es nada —respondió Lina bruscamente, recogiendo rápidamente las pocas pertenencias dispersas sobre su escritorio. —¿Qué estás haciendo? ¿Te han despedido? —inquirió Rosalyn, preocupada por la prisa y la incomodidad que emanaba de Lina. En el corto tiempo que Lina había estado trabajando en la compañía Lombardo, había forjado una buena amistad con Rosalyn. Aunque no era una relación profundamente arraigada, Rosalyn mostraba una preocupación constante por Lina, casi como si fuera su hermana menor. Sin embargo, para alguien como Lina Bella, carente de sentimientos y con un corazón frío, le resultaba difícil establecer vínculos afectivos con las personas. —Entrégale esta carta de renuncia al jefe —le indicó Lina, mostrando una actitud diferente a su habitual timidez. Su tono de voz, antes dulce y nervioso, se volvió frío y brusco a pesar de su esfuerzo por mantener una actitud amable—. Mi tiempo aquí ha terminado, tengo que irme. —¿Qué? ¿Por qué dices eso, Lina? —preguntó Rosalyn, confundida por el repentino cambio en el comportamiento de su amiga. —No lo entenderías —respondió, pasando junto a ella, llevando solo su bolso con algunas pertenencias personales. Los demás útiles que usaba como secretaria los dejó olvidados en el cajón del escritorio—. Hasta nunca, Rosalyn. Gracias por tu amabilidad. Sin decir nada más, se movió en la punta de sus bajos tacones y se dirigió al ascensor. Miró la hora en su reloj de mano, ansiosa por salir de aquel lugar tan asfixiante. —Oh, Lina —una mujer de cabello n***o y ojos color miel salió del ascensor, vestida con un traje ejecutivo muy elegante—. ¿Ya te vas?. —Por favor, déjame pasar, no estoy de humor para ti—respondió Lina, tratando de evadir el encuentro mientras se dirigía puertas adentro—. No es asunto tuyo de todos modos. —¿Cómo te atreves a hablarme así? —Violetta se mostró molesta por la actitud brusca e irrespetuosa de Lina—. Hablaré con César sobre esta falta de respeto. ¿Quién te crees que eres?. —Lamento no besar tus pies a la hora de hablarte —contestó con frialdad, y con un dejo de sarcasmo en su voz —. Por cierto, eres repugnante. —¿Qué...? —Violetta se quedó sorprendida por la respuesta de la chica, quien le mostró un rostro gélido e inexpresivo. Finalmente, las puertas del ascensor se cerraron, dejando a Violetta momentáneamente confundida. Sin embargo, una vez superado el desconcierto inicial, se encaminó hacia la oficina de César para expresar su molestia. —César —entró a la oficina con decisión, cerrando la puerta con un chasquido. —Lety —él se levantó de inmediato al escuchar el portazo, su expresión de sorpresa se transformó en preocupación —¿Qué sucede? ¿Por qué estás así?. —Esa chica, Lina, tu secretaria, fue bastante grosera conmigo hace un momento —se quejó, haciendo que César frunciera el ceño. —¿Lina? ¿Qué pasó exactamente? —preguntó, tratando de entender la situación. —Me trató de manera despectiva, me dijo que soy repugnante. Fue bastante incómodo y desagradable. César se quedó perplejo por unos segundos, intentando procesar cada palabra que salió de la boca de Violetta. ¿Lina diciendo esas cosas? No podía creerlo, por más que lo intentara. Para él, esa chica tímida y dulce no sería capaz ni siquiera de hacer un mal gesto a nadie. Parecía imposible imaginarla en una situación así. —¿No te estarás equivocando? Lina no actuaría así —respondió, resistiéndose a creerlo. —¿Crees que estoy mintiendo? Eso es lo que me dijo hace un momento. Recordando la reciente conversación que había tenido con Lina, donde él mismo había terminado la relación que tenían debido a la presencia de Violetta, César comenzó a entender lo que estaba sucediendo. ¿Sería posible que Lina se hubiera comportado de esa manera?. —Hablaré con ella —declaró, decidido a esclarecer lo ocurrido. —No pierdas el tiempo ahora. Se acaba de ir, deberías despedirla. Siempre me pareció una persona grosera. —¿En serio? ¿Ya se fue? ¿A dónde?. —No tengo idea. Justo cuando salía del ascensor, me la encontré y me dijo todas esas cosas. ¿No te importa? Deberías considerar despedirla. Fue muy irrespetuosa. César salió apresuradamente de su oficina, escudriñando con la mirada los puestos de trabajo. Solo encontró el escritorio vacío de Lina, con todas sus pertenencias laborales abandonadas sobre él. En ese momento, Rosalyn se acercó a entregarle a César lo que Lina le había indicado. —Jefe, esta es la carta de renuncia de Lina —extendió el sobre hacia él—. Me dijo antes de irse que se la entregara. —¿Qué? —César tomó el sobre, su corazón latía con fuerza mientras una oleada de sorpresa y confusión lo invadía—. ¿Dónde está ella? ¿No mencionó algo más?. —No señor. De repente, tomó algunas cosas de su escritorio, me dejó la carta de renuncia para que se la entregara y luego se despidió con un "hasta nunca". Dijo que su tiempo aquí había terminado y que necesitaba marcharse —explicó Rosalyn con un gesto preocupado, notando la sorpresa en el rostro de César ante la situación inesperada. Cada palabra que pronunciaba era como un latigazo en la mente de César, dejándolo confundido y sorprendido por la inesperada partida de Lina. —Es imposible —César negó con la cabeza, desconcertado—. Ella no pudo haberse ido así. Al menos debió haber pasado por mi oficina. Además, las cartas de renuncia se presentan con quince días de anticipación, es regla. —Ella simplemente se fue, señor. Pero la vi bastante extraña, como si no fuera ella misma. —Ahora entiendo su actitud tan desagradable conmigo —intervino Violetta—. ¿Era porque ya había renunciado? No lo puedo creer. Qué mujer más desubicada y desconsiderada. La culpa y la impotencia se reflejaron en el rostro de César, golpeándolo con fuerza mientras estrujaba la carta de renuncia entre sus dedos. Le pesaba el hecho de que Lina ni siquiera se hubiera presentado para hablarlo cara a cara. Pensar en poner fin a lo que tenían parecía ser una decisión sensata para ambos. César, bajo la presión de sus padres, necesitaba encontrar una esposa y asegurar la continuidad del legado de los Lombardo. Era un deber que debía cumplir. Y la opción más razonable parecía ser Violetta, su amiga de la infancia. Las familias no solo compartían una larga amistad, sino también intereses comerciales. La responsabilidad de mantener esa unión era parte fundamental del futuro de la familia Lombardo. Sin embargo, César nunca imaginó que Lina tomaría una decisión tan abrupta sin consultarle previamente, y mucho menos esperaba ese comportamiento de su parte. Ahora, Lina había regresado a su realidad, dejando atrás un corazón sacudido y lleno de lamentos. César sabía que no descansaría hasta poder encontrarla nuevamente.

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