No existe

1209 Words
*** —Santoro —Fénix se presentó en la sala de mando. Estaba de pie frente al escritorio del superior, con la cabeza gacha y las manos cruzadas en la espalda mientras sentía los pasos del hombre acercándose. —Llegas tarde, Fénix. El hombre acarició suavemente su mejilla, colocando un mechón de cabello detrás de su oreja con delicadeza. —Es mi culpa. Tuve algunos inconvenientes. —Inconvenientes que tardaron tres meses, al parecer. El suave y calmado tono de voz de Santoro, ronco y profundo, hizo que Fénix cayera de rodillas de inmediato. Sabía perfectamente que la calma de Santoro significaba peligro, advertencia. —Lo siento, señor —se disculpó—. No volverá a suceder. —No me malinterpretes —se posicionó frente a ella, removiendo ligeramente su cabello con una serenidad letal—. Tomemos esos tres meses como tus vacaciones; eso sería menos problemático. —Se lo agradezco, señor. Pero esta vez, la mano que la acariciaba empuñó mechones de su cabello con fuerza, tirando de ellos y haciendo que la cabeza de Fénix se inclinara hacia atrás. Ambas miradas se encontraron. Pese al dolor, ella no mostró signos de debilidad; su expresión permaneció imperturbable. —Espero que esas "vacaciones" que decidiste tomar después de completar la misión no hayan sido por un motivo personal, o más bien... "sentimental". —Santoro, solo era un gusto, no una necesidad —ante esas palabras, el hombre sonrió. Sabía perfectamente lo que ella quería decir. César Lombardo no solo fue un objetivo, sino también un capricho momentáneo. —Te lo merecías —la soltó y le dio la espalda—. De vez en cuando se necesita un respiro. Solo espero que hayas hecho las cosas bien, Fénix. Sin rastros. No quiero a los Lombardo detrás de nosotros. —Todo está hecho meticulosamente, Santoro, no te preocupes. —Buena chica —se volvió hacia ella, masajeándole la cabeza como si fuera su perro dócil—. Te has ganado tu recompensa. Ve por ella. Ella asintió, poniéndose de pie para encontrarse con la expresión complaciente de su amo, alias Santoro, conocido en el bajo mundo de la F.A.E como el Emperador Sanguinario. Él sonrió, mostrando esa siniestra mueca de cariño, como él la llamaba. Era un hombre frío, cruel y despiadado cuando se lo proponía. Siempre llevaba un parche n***o cubriendo una horrible cicatriz en su ojo izquierdo, tenía el cabello blanco y, aunque de edad avanzada, era el jefe de los jefes y la peor pesadilla de Fénix. Con una última inclinación, ella se retiró, y las puertas de metal se cerraron instantáneamente a sus espaldas. Avanzó por el pasillo de las instalaciones, calmada, pero con la ansiedad creciente de reencontrarse con su llamada "recompensa", que en realidad era la correa que ataba su cuello. Corrió, sus botas de cuero resonando por todo el corredor, hasta que llegó a una gran puerta de metal. Se detuvo ahí, respirando profundamente para recuperar el aire y la compostura, buscando la mejor de sus expresiones. Pulsó un botón rojo dentro de una cajita de vidrio y las puertas se abrieron de par en par, cerrándose detrás de ella. Una vez más, había hecho arder el mundo solo por conseguir esa pizca de esperanza y luz en su vida. En ese mundo oscuro, solo esa llama llamada paz podía ahuyentar sus demonios. *** —¿Qué mierda dices ahora? —El rostro de César se distorsionó al escuchar las noticias de su asistente—. ¿Qué quieres decir con que no existe?. —Señor, hemos revisado la base de datos buscando cualquier información que nos lleve a Lina Bella, pero los resultados fueron nulos. Lo que encontramos fue... que esa identidad no existe ni está registrada en los sistemas gubernamentales ni corporativos. —¿Qué? —La noticia le cayó como un bulto de plomo—. ¿No existe su identidad? Entonces... —Creo que Lina Bella nunca existió —interrumpió su asistente—. Usamos a nuestros mejores especialistas en seguridad cibernética, y ni ellos pudieron hallar nada. Los investigadores de seguridad corporativa también hicieron su trabajo, pero fue un fracaso. Todo sobre Lina Bella se ha esfumado, como si nunca hubiera existido. César cayó desplomado sobre su silla, con las manos en la cabeza, tratando de digerir toda la información que había recibido en solo un día. Problemas por doquier causados por una sola persona, a quien no solo había metido en su empresa, sino también en su cama y en su vida. ¿De verdad ella no existía? ¿Quién era en realidad? ¿Para quién trabajaba? Muchas preguntas atormentaban su cabeza, incógnitas sin respuesta. —Retírate —ordenó a su asistente. Este obedeció y salió de la oficina, dejándolo solo. César se levantó de su asiento, se acercó a la licorera y se sirvió un trago, tomándose el líquido de un solo empalme, soltando un ligero gruñido de frustración. Aún estaba furioso, enojado consigo mismo por lo estúpido que había sido con esa mujer que terminó por clavarle un cuchillo en la espalda. Nadie hubiera dudado de ella nunca. Decidió hacer el resto por su cuenta. Investigar sobre ella había sido un fracaso, pero aún quedaba ir al apartamento donde residía, un lugar que César conocía bien. Tomó su saco del perchero y se puso en marcha. Escuchaba los murmullos por las instalaciones de la empresa: hablaban sobre Lina, sobre él, chismes y cotilleos. Ignoró todo aquello, e incluso las persistentes llamadas de Violetta. Ella no tenía la culpa de nada, pero César lo último que deseaba era una reprimenda. Ya había tenido suficiente con su madre. Salió en su auto como alma que lleva el diablo, apretando tan fuerte el volante que la carne de sus nudillos parecía querer agrietarse en cualquier momento. Su mandíbula estaba apretada, conteniendo la furia interna, el deseo de encontrarse con esa mujer, sea quien sea, cara a cara. Aparcó el auto frente al edificio donde se suponía que quedaba el apartamento de su exsecretaria. Entró apurado, sin esperar una indicación de la recepcionista, y tomó el ascensor. Sabía de memoria el número del apartamento donde se alojaba, y solo recordarlo lo enfurecía más. —¡Lina! —tocó cabreado a la puerta al llegar a esta—. ¡Abre la puerta, Lina!. No hubo respuesta. Por más que insistió, la pequeña mujer de lentes y sin gracia jamás apareció para recibirlo como solía hacerlo. Por un momento, César pensó que iría a verla solo para pasar la noche con ella, como había venido haciendo, pero la cruda realidad lo golpeó duramente. —Señor —un hombre de seguridad, llamado por la recepción, interrumpió el escándalo de César—. Le tengo que pedir encarecidamente que se retire. La joven que residía en ese apartamento ya no vive ahí. —¿Qué?. —Nadie la vio salir. Todas las cosas estaban intactas, solo se llevó algunas pocas pertenencias. Desapareció y no volvió. César comprendió. Todo estaba meticulosamente planeado: su entrada a la compañía, su identidad falsa, su huida, y la eliminación de toda la información sobre ella. Absolutamente todo fue una obra maestra bien trazada. Seguía sin creer que esa chica hubiera empleado artimañas tan sucias y bajas.
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