Indeseado

1177 Words
*** —¡No, maldita sea! —El bramido de Fénix resonó en la habitación junto con el sonoro impacto de su puño contra la pared—. ¿Qué mierda es esto?. Se llevó las manos a la cabeza, apretando sus cabellos con fuerza. La rabia e impotencia la consumían. Justo lo que le faltaba: un obstáculo más en su vida. Notó el sangrado de los nudillos y resopló mientras se lavaba en el grifo, aún con las venas ardiendo de ira. No sentía ninguna emoción positiva, solo una fría certeza de que esto no era una bendición, sino una maldición. Tomó la prueba y la lanzó al bote de basura. Secándose las manos con una toalla, salió del baño con la determinación de mantenerse calmada y serena. No podía perder el control; aquello era solo un desliz que se solucionaría con una visita al doctor, alguien que hiciera desaparecer esa pequeña masa de carne creciendo en su vientre. Mientras se preparaba, alguien tocó a su puerta. Instintivamente, se dirigió sigilosamente a la cómoda, sacó un arma escondida bajo una gaveta, la cargó y se acercó a la puerta como si esta fuera su peor enemiga. Abrió rápidamente y, sin pensarlo dos veces, apuntó el arma a la cabeza de quien estuviera del otro lado. Al ver quién era, puso los ojos en blanco y bajó el cañón, dejándolo pasar al instante. —Vaya, casi me mandas al otro lado sin haber dicho mis plegarias —bromeó el hombre, entrando confiadamente al pequeño apartamento donde Fénix se estaba quedando. Cerró la puerta detrás de él y dejó sobre el mesón unas bolsas de frituras y cervezas—. ¿Qué tal, pollita? ¿Todo bien? ¿Por qué tan sensible últimamente?. —No me jodas ahora —espetó la rubia, dejando el arma sobre la mesa de la sala y dirigiéndose a la nevera para sacar una botella de agua—. ¿A qué has venido? ¿Más trabajo que hacer?. —Digamos que no —bufó él, sacando una bolsa de frituras de las compras—. Solo vine a pasar el rato contigo. ¿O qué? ¿No quieres estar con el amor de tu vida? No me digas que has encontrado a otro. Eso me heriría mucho. —Deja el drama, Stefano. No tengo humor para ti hoy. —¿Cerveza? —Le ofreció una lata, pero ella negó con la cabeza, haciendo que su amigo enarcara una ceja—. Escupe lo que sea que tengas atragantado. —No sé de qué hablas. —Oh, sí que lo sabes —se acercó a ella y la acorraló contra el mesón de la cocina—. Estos últimos días, desde que volviste a la organización, has estado extraña. Más sensible, de mal humor, aunque siempre lo estás. Más delgada, y ahora me rechazas una cerveza. Eso es muy sospechoso de tu parte. No seas tan evidente o Santoro se dará cuenta. —¿Cuenta de qué?. —De que hay algo mal contigo. —Supones cosas absurdas por haber rechazado una maldita cerveza. Medícate y hablamos. —No me mientas —la atajó, su voz cargada de sospecha—. ¿Qué es lo que...? No terminó la frase, al notar la herida en los nudillos de Fénix mientras ella levantaba la mano para beber agua de su botella. —¿Así dices que no pasa nada? —le sujetó la muñeca con firmeza, haciendo que la botella cayera al suelo—. ¿Por qué estás herida aquí? Habla. —He recibido heridas más profundas que estas y justamente quieres interrogarme por algo de mera insignificancia. ¿Qué te pasa hoy? Solo es una herida —respondió Fénix, con un tono de desdén que no lograba ocultar su incomodidad. En realidad, quería evadirlo. No deseaba decirle la verdad, la razón por la que ha estado extraña últimamente, o más bien, su cuerpo lo ha estado. Era mejor hacer las cosas en silencio sin que nadie se enterara, ya que eso sería de sumo riesgo para ella. Stefano podía ser su amigo más íntimo y colega de trabajo, pero ella seguía sin confiar. Ni en su propia sombra confiaba. Esa era la regla primordial de la F.A.E. —Sabes que puedo averiguar lo que pasa, ¿verdad? —le recordó él, con una advertencia velada—. Santoro no quiere disturbios. Fénix apartó la mirada, tensando la mandíbula. Sabía que Stefano tenía los medios para descubrir la verdad, pero también sabía que revelar sus secretos podría ponerlos a ambos en peligro. En el mundo en el que vivían, la información era una moneda más valiosa que el oro, y una traición podía costarles la vida. —Estoy embarazada —confesó, casi haciendo que Stefano se atragantara con las frituras que masticaba—. ¿Contento?. No quería decírselo, pero a Stefano no le decían el hacker fantasma de la F.A.E. por nada. Podía obtener cualquier información, por muy confidencial que fuera, y ella tenía que exponerse en cualquier momento para abortar a esa criatura no deseada que llevaba dentro. —Santa mierda —maldijo su amigo—. ¿En serio, Fénix? ¿Qué cojones estás diciendo ahora? Estás frita. —Lo sé —admitió, resoplando—. ¿Crees que no sé eso? Necesito deshacerme de esto —señaló su vientre. —¿De verdad vas a hacerlo? —Stefano, a pesar de saber lo sangre fría que podía ser Fénix, no la creía capaz de llevar a cabo esa decisión. Esa parte de ella podía ser muy vulnerable. —Es este bebé o mi vida, Stefano —profirió—. Justamente tenía que ser ahora, y de ese tipo de todos los hombres. —¿Sabes quién es el padre?. —Por supuesto —dijo, ofendida—. Es con el último que he estado. —¿Y si es de otro?. —Estoy empezando a cambiar de opinión acerca de matarte, Stef. —Retirada —dijo, levantando las manos en señal de derrota, aún comiendo sus frituras, aunque con una mirada perturbada—. Santoro se va a morir. —O alegrar —añadió—. Sabes lo que hará, Stefano. Estoy entre la espada y la pared. Tengo demasiados problemas ahora como para lidiar con uno más. —Es tu hijo. —Y de César. —Y piensas abortar. —Y él se va a casar. Ambos se miraron, retándose en silencio. Un hijo para Fénix no era motivo de alegría, lo sabía perfectamente, y mucho menos si el padre era ese hombre. ¿Cómo podría cuidarlo? El padre de su bebé se iba a casar pronto; no quería estar en el centro de una relación. Ha causado demasiado daño ya, y no le pesa, porque un m*****o de la élite no siente remordimientos por nada. La cuestión es sobrevivir, y ella lo está haciendo. —¿Estás segura de tu decisión? —preguntó Stefano, dándole un último chance de reconsiderar. —Sí, estoy segura. Tengo que abortar.
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