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Estando ya en su apartamento, Lina empezó a deshacerse del disfraz usado en la empresa Lombardo, como hacía todos los días. No era en realidad "Lina Bella", ni su apodo "Fénix", en realidad su identidad era otra, pero sigue siendo un secreto guardado bajo siete llaves.
La transformación de identidad era una habilidad habitual en su vida. A veces, asumía el papel de una estudiante universitaria, infiltrándose para obtener información importante sobre hijos de altos funcionarios del gobierno. Otras veces, se sumergía en el rol de una humilde empleada de limpieza en las mansiones de prominentes empresarios o políticos. Estos cambios eran su forma de cumplir sus misiones, adaptándose a cada contexto para lograr sus objetivos sin levantar sospechas.
En su mayoría, logra sus objetivos utilizando tácticas de seducción para ganar la confianza de sus oponentes. No obstante, su enfoque puede ser empleado por violencia o métodos letales. Esta es la realidad de la reservada y astuta Lina Bella. Un veneno letal. Un dolor fascinante.
—Maldición —exclamó, retirándose frente al espejo del baño las lentillas que usa habitualmente, las cuales le dan un tono de ojos miel, a veces azul, verde, entre muchos más.
Al terminar, se despojó de la peluca de dos trenzas, los lentes y algunas pecas que ocasionalmente maquillaba, volviendo a su apariencia natural. Se mostró en el espejo una joven de hermosa presencia, con cabello largo y rubio, ojos color azul claro y una piel cremosa casi perfecta, aunque ligeramente afectada por el uso constante de maquillaje.
Sin perder más tiempo, decidió rápidamente recolectar sus pertenencias más importantes del apartamento, optando por un cambio de ropa: unos jeans ajustados, una camiseta ligera y cómoda, junto con una gorra para ocultar su rostro del exterior. Completó su atuendo con un par de tenis.
Al finalizar, se aseguró de no dejar evidencias de su estadía en el edificio. De manera discreta, para evitar cualquier posibilidad de ser reconocida, eligió el camino de las escaleras de emergencia como una ruta de escape rápida y desapareció sin dejar rastro.
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—¡Maldición! —exclamó César por tercera vez al intentar comunicarse con Lina, sin éxito, ya que el operador le informaba que el número estaba fuera de servicio.
Dentro de su oficina, César se encontraba dando vueltas, lleno de una mezcla de indignación y dolor por la abrupta desaparición de su secretaria. Una marea de sentimientos lo invadía: frustración, tristeza y una incesante culpa que crecía en su corazón.
—César —la voz severa de su madre irrumpió en su oficina, sacudiéndolo por completo—, tenemos un gran problema.
—¿Qué sucede? Tengo demasiados en este momento —respondió, con la mirada fija en el ventanal—. Dime de una vez.
—Los proveedores han cancelado todos los contratos con nosotros —le soltó, dejándolo atónito—. Hace unos momentos, tu padre recibió una llamada del gerente. Dicen que los Ancelotti les han hecho mejores propuestas.
—¿De qué hablas? —se volvió hacia su madre, claramente confundido—. Eso no puede ser. ¿Cómo pasó? ¡Teníamos todo listo para cerrar el acuerdo!.
—No tengo idea de cómo sucedió esto —ella se sentó, mostrando preocupación en su rostro—. Ni siquiera sabemos cómo los contactos de nuestros mejores proveedores terminaron en manos de nuestros enemigos. Los Ancelotti claramente tenían desventaja contra nosotros.
—Es que es imposible... —César se acercó a su escritorio, apoyando ambas manos en la madera, sumamente furioso—. Alguien tuvo que interferir. ¡Es imposible que algo como esto pase de la noche a la mañana!.
—¡Señor! —el asistente personal de César irrumpió sorpresivamente en la sala—. Señor, tengo algo urgente que comunicarle.
—¿Ahora qué demonios sucede? ¿No ves que estamos en medio de algo?.
—Es sobre su secretaria —ante la sola mención, el hombre se puso evidentemente rígido.
—Habla.
—Hemos descubierto que su ex secretaria, Lina Bella, ha estado infiltrando información confidencial de la empresa —confesó el asistente, un tanto temeroso debido a la pétrea expresión de su jefe—. Hace un tiempo se han estado notando movimientos extraños. El programa de seguridad ha detectado que su secretaria es quien ha estado monitoreando los movimientos internos de la compañía.
—¿Qué? —la madre de César se levantó disgustada—. ¿Confiaste en una simple secretaria con solo tres meses en la compañía para manejar asuntos tan importantes? ¿Acaso te volviste loco?.
—Mamá —pronunció entre dientes con una ira contenida—, no le di ningún tipo de acceso.
—¿¡Entonces qué es esto!? ¿¡Se infiltran en la empresa y no te das cuenta, César!?.
—¡No tenía idea de esto, madre! —bramó—. ¿No ves que estoy igual de sorprendido? Ella... —le daba dolor simplemente mencionarlo, creer que esa hermosa y pequeña mujer era capaz de traicionarlo de esa manera.
—¿Tenías algo con ella? —las facciones endurecidas del hombre lo delataron—. ¡Cómo pudiste, César! ¿Incluso cuando estabas con Violetta?.
—Eso es asunto aparte, madre —apretó los dientes, casi a punto de romperlos.
—Tu padre estará muy furioso —dijo devastada—. ¿Qué haremos ahora? ¿Sabes la gran pérdida que tendrá nuestra empresa? ¡Todo por una maldita secretaria! ¡Debiste poner más cuidado con quién te revuelcas!.
—¡Te dije que no tenía idea!.
—Será mejor que no menciones a nadie que tuviste algo con ella —amenazó—. Ni a Violetta, ni a tu padre. No voy a permitir que manches el nombre de esta familia. Suficiente con que esa malnacida se haya infiltrado entre nosotros.
—Despreocúpate. Había cortado ese tipo de relación con ella antes de todo esto.
—Encuentra a esa mujer —se acercó a su escritorio con un aire amenazante, mientras el asistente de César seguía presente, nervioso por el ambiente tan tenso—. Soluciona esto, César, mira en lo que nos has metido. Busca a esa mujer y métela a la cárcel por espionaje industrial. ¡La quiero tras las rejas!.
Así dicho, salió furiosa del despacho de su hijo, cerrando la puerta de un portazo estrepitoso.
—¿Señor? —su asistente se acercó nervioso—. ¿Qué se supone que haremos ahora?.
—¡Maldita sea! —con la furia desatada, César derrumbó todas las cosas que había sobre su escritorio al suelo, asustando a su asistente—. ¿¡Cómo pudiste, Lina!? ¡Maldita traidora!.
—Señor, por favor, trate de...
—¡No me pidas que me calme! —rugió—. ¡Encuentra a esa mujer y tráela ante mí! ¡Ahora!.
Su asistente salió apurado de la oficina sin objetar nada más. La compañía era un caos, y la vida de César también. No solo su ex amante había renunciado sin siquiera darle la cara o atreverse a hablarlo, sino que ahora le llegaba la noticia como un balde de agua hirviendo de que era una espía. ¿Cómo pudo ser tan estúpido como para dejarse engañar por una mujer así? Sin gracia, sin atractivo, simple, y pese a eso... terminó enredado entre sus sábanas. Ni siquiera hizo un esfuerzo en seducirlo. ¿Entonces, cómo fue que terminaron teniendo una relación así?.
—Lina, Lina, maldición —gruñó en voz baja, tomando asiento de nuevo mientras frotaba su ceño fruncido con exasperación—. ¿Cómo pudiste hacerme esto? Tú... me engañaste. Pagarás por eso.