*** —Mierda, detente —gruñó Fénix, tratando de quitarse a César de encima. Pero César prefería ser degollado a renunciar a la satisfacción de probar sus labios después de tanto tiempo. No quería cortarlo más profundo, no podía, era César después de todo, un bastardo arrogante y egocéntrico, pero el padre de su hijo. Dejó caer la daga con un ruido metálico mientras él aprovechaba la oportunidad para acorralarla y besarla más profundamente. Ambos se miraban con una intensidad feroz en medio del beso, ninguno cerraba los ojos; sabían que no era un momento para el romanticismo. César, al sentir el forcejeo de la rubia, la tomó por la cintura y la empujó bruscamente contra la pared, presionando su cuerpo contra el de ella. Fénix dejó escapar un suspiro ahogado, sintiendo la violenta arremet