Capítulo 1
Ambar
2021
Algo se partió en la cocina. El estruendo recorre toda la casa seguido por una maldición. Reconozco la voz de mi madre. Tomo una respiración profunda y saco mi teléfono móvil de debajo de la almohada. Son las 5.42 de la mañana. Lo devuelvo a su lugar mirando la foto con mi mejor amiga y que la batería está a 25%.
Sin ponerme nada debajo, desfilo en pantaletas y con una blusa de tirantes fucsia por el pasillo y bajo las escaleras medio dormida. Aun intentando abrir los ojos.
Mamá está vestida como para ir a la oficina, aunque no tiene una y tampoco un trabajo formal.
Tiene una escoba en manos y una pala en otra, recogiendo la porcelana rota del piso.
—¿Pensando en huir? —pregunto recostada en el arco de la cocina.
Ella da un respingo y me mira —: Ambar, hija, no quería despertarte. Soy una torpe, tumbé la taza del café antes de llenarla.
Entonces, soy consciente del olor a café en toda la casa —: Necesitaré uno —respondo, pensando en no ir hasta la silla del comedor porque estoy descalza y puedo clavarme algún pedazo de la taza hecha añicos.
—Seguro —susurra mamá, que pone los pedazos en la papelera, toma la jarra de vidrio de la cafetera y sirve dos tazas.
Se aproxima hasta mí y me ofrece una. Se recuesta al otro lado del arco y, soplando el café, dice —: Me ofrecieron una prueba de un nuevo restaurante en la capital. El vuelo sale a las 10 de la mañana, el taxi llega a las 6. Debo estar llegando a las 5 de la tarde.
Me encojo en hombros —: ¿Y papá? —doy un sorbo y la observo.
—No llegó —soltó el aire, como si estuviese cansada y ni siquiera amanece.
—¿Debo prepararle desayuno?
Mamá se carcajea y responde —: Creo que cena.
Sonrío sin ganas, aún dormida. De repente, me mira, como analizando mis facciones y pregunta.
—¿En qué momento creciste tanto? —la analizo, con su pelo rojizo en una cola y las arrugas que recién se asoman en sus ojos y labios. Me pregunto si alguna vez seré una pelirroja tan guapa como ella.
—Puedes preguntarle a la pared del baño donde siempre me medías —digo juguetona.
—Creo que puedes venir, podrías darme perspectivas nuevas para el blog —propuso. Pero yo rodé los ojos y le respondí.
—A mí no me pagaron el pasaje ida-vuelta.
—Oh —pensó ella abriendo mucho los ojos con la taza de café en la mano.
Porque, así es mamá. Un alma libre, loca e impulsiva que piensa las cosas luego de proponerlas. En el momento improvisa y ya. Eso la llevó a abrir un blog de gastronomía con los mejores lugares de comida del país. Quizá fue eso mismo lo que hizo que todos los restauranteros se mataran por aparecer allí.
Ese blog es lo que mantiene mi casa, generando dinero por publicidad y la alegría de mi madre. Así como los vicios de mi padre. Un alcohólico empedernido que solo veo dormir y llegar cuando quiere.
No sé cómo mamá lo aguanta tanto.
Suspiro.
—¿Sabes algo de Oli?
Mamá asiente y sonríe —: Estuvimos hablando ayer por w******p. Dice que tiene mucha tarea pendiente. Exámenes finales.
Cuando hablamos de mi hermano, la atmósfera casi siempre se aliviana. Como si el oxígeno de la casa fuese más pesado de lo normal la mayor parte del tiempo.
—¿Crees que papá llegue hoy? O voy a pasar la mayor parte del día sola —digo cambiando el tema a lo que me interesa.
—No sé —Terminó de tomarse el café y fue al fregadero a lavarlo, dejándome ahí parada—. Puedes llamar a Gab si quieres.
—Gab tiene curso de actuación hoy. No nos pusieron los mismos horarios —suspiré pensando en el curso de actuación que tomé al salir del colegio y en mi amiga.
Mamá me miró e hizo un mohín —: Ya te dije que si fuera por mí, vendrías conmigo. Pero —se encogió en hombros— Puedes ir al gimnasio, correr por la cuadra o ver algunas películas.
Un auto se estacionó en frente, mamá tomó el bolso de encima de la mesa, abrió la puerta de la casa, miró el taxi y luego se aproximó hacia mí. Me dio un beso en la frente, me miró a los ojos y me dijo —: Ambi, tienes 18 años, disfruta la vida. No te quedes aquí encerrada y busca algo que hacer. Vuelvo en la tarde.
Comenzó a caminar hacia la puerta, pero de nuevo volteó y me dijo —: Te quiero, cariño —cerró la entrada de la casa y me fui a la cocina a lavar la taza de café.
Miré por la ventana cómo abría la puerta trasera del auto n***o, lanzando primero su cartera al asiento. Luego el automóvil arrancó y se perdió en la calle.
Ojalá hubiese sabido que esa sería la última vez que la vería.