Capítulo 2
Ambar
Leer. Eso es lo único que encontré para hacer en medio de una casa vacía. Luego de que mamá se fue, dormí como hasta las 10 am. Le envié un mensaje a Gabriela, que respondió con un audio rápido a las 11 am:
“Cuando tenga tiempo libre, te cuento un chisme”.
Respondí con un emoji de un mono cubriendo sus ojos y dejé el teléfono encima de la mesa de la cocina. Pensando que quizá se trataba de algún chico. De las dos, ella era la de los chicos. Yo más bien era una desinteresada del tema. No es que no me gustaran o que ninguno me mirara, sino que los de mi edad me parecían tontos.
Sí, buscaba un padre, como el que no tuve.
Mi padre sí tenía un trabajo antes de convertirse en lo que es hoy. Era alguien y no el alcohólico que es hoy. Era profesor de un colegio, hasta que llegó ebrio a una clase y se propasó con una estudiante.
Sí. El respetable Erick Olson se volvió un vagabundo barbudo, borracho y mantenido por su mujer.
Lo único que quedó del hombre intachable fue una biblioteca que me gusta explorar cuando no está. Porque cuando llega a casa todo se transforma. La tensión aumenta por algún motivo. Todo es incómodo.
La biblioteca está en lo que solía ser su oficina, pero ahora es una especie de estudio donde está la computadora de escritorio, la biblioteca, una impresora y un escáner.
Se trata de una colección de libros que solo yo miro, porque mi madre trabaja desde su habitación en una laptop, mi hermano no vive aquí y es un amante de las matemáticas y papá los olvidó hace mucho tiempo.
Dejo pasear mis dedos entre los lomos de distintos materiales, con títulos que reconozco y otros que no y tomo el primero que llama mi atención: ‘Flores en el ático’ de V. C. Andrews.
Empezándolo a leer me doy cuenta de que forma parte de una saga, pero no me detengo a constatar si el resto de los libros están en la biblioteca o no.
Me paseo por la casa leyendo. Incluso, me atrapa tanto que, cuando decido calentar una pasta con mariscos que está en la nevera, sigo leyendo mientras vierto el contenido en el sartén, revuelvo y como.
No puedo dejar de mirar el libro, ni siquiera cuando un fideo cayó en una de las páginas y lo manchó. Suspiro por eso, dejo el plato a un lado y siento como mi teléfono vibra mientras tengo los pies descalzos encima de la mesa de la cocina, con la silla un poco inclinada hacia atrás.
Pienso que debe ser Gabs, pero su chisme no debe ser tan interesante como el libro.
El teléfono vuelve a vibrar, pero no contesto. Quedo absorta en el libro hasta que la cocina comienza a oscurecerse y me doy cuenta de que el Sol se está escondiendo.
Entonces, pongo el teléfono en medio de la página donde quedé, me quito la blusa de tirantes que llevo desde anoche, la lanzo al suelo desde las escaleras y me meto a la ducha.
Desde ahí, oigo como abren la puerta de la casa e imagino que se trata de mi padre. No paso demasiado tiempo bajo el agua, cuando salgo y corro a mi habitación. Me visto con rapidez.
Con el pelo aún húmedo bajo las escaleras, miro hacia la sala y papá está sentado en un sillón con la mirada perdida en sentido al jardín de enfrente, que es un césped con un solitario árbol en frente y la acera.
Solo le veo la cabeza, porque el resto del cuerpo lo cubre el sillón.
—Hola —susurro caminando a la cocina, tomando mi libro con el teléfono adentro y abriendo la nevera—. Puedo calentarte lo que sea —digo en voz más alta.
Silencio.
Cierro la puerta de la nevera y, cuando voy a subir a mi habitación, con el libro en manos y el móvil, dice —: No pensé que te gustaran mis libros.
—Sí. Me entretienen. Supongo que heredé tu hábito de la lectura —respondo.
—De mí no fue —dijo tajante.
—No sabía que a mamá le gustara leer, pero me alegro —Él respiró hondo y se levantó.
Aún de espaldas dice —: No lo entiendes.
No respondo.
—Ha sido duro vivir así durante todo este tiempo. Tengo azoospermia —me mira— es imposible para mí tener hijos. Pero tu madre no lo sabe —tiene ganas de llorar, lo veo en su rostro.
—Entonces, naciste tú —dijo en un hilo de voz y caminó hacia mí—. Y me callé porque…—suspiró y lo miro intentando entenderlo. Suponiendo que está demasiado ebrio. Pero, parece lúcido.
—Porque cuando adoptamos a Oliver me comprometí a darle una familia. Una familia unida y soy yo el que no hace lo que los otros hombres se supone que hacen…—llora desconsolado e intento acercarme con cautela.
—Papá, creo que debes recostarte.
—¡No me llames así, carajo! —rugió en un grito infernal y como un animal saltó encima de mí. Puso sus manos en mi cuello y la respiración comenzó a faltarme.
Trato de gritar, pero es imposible. Aún tengo el libro con el teléfono en la mano, que comienza a vibrar. Lo golpeo con el libro varias veces en la cabeza, mientras veo cómo su rostro enrojecido llora.
—¡Éramos felices! —ruge.
—¡Éramos felices! —vuelve a decir.
El teléfono sigue vibrando e intuyo que es una llamada por la forma en la que lo hace. Sin ver quién es, lo saco y por costumbre uso el táctil para responder y poner el altavoz. La gloriosa voz de Gabs suena en toda la casa.
—¿Ambar? —mi padre reacciona y se quita de encima asustado.
—¡Intenta matarme! —respondo en medio de un intento de grito corriendo hasta la puerta que alcanzo, mareada, sudada y asustada.
Salgo en pijama a la calle, oyendo a Gabriela aterrorizada al otro lado del teléfono, pidiéndole que le mandaba mi ubicación por w******p. Como pude lo hice y luego respondió —: Llamaré a emergencias —y colgó.
Iba a hacer lo mismo, temblando en media avenida, con los autos pasando a toda velocidad. Pero, la camioneta que se detuvo a mi lado mientras intentaba marcar el número de emergencias me calmó.
Oliver la conduce. Con el rostro calmado me pide que suba.