1997
Morgan estaba emocionada. Tanto que estaba hiperventilando. En sus manos, envuelto en una fina tela, yacía un bebé durmiendo. Flaco y largo, con el pulgar metido en la boca, con la serenidad que le hacía falta a su vida.
¿Lo mejor? Era suyo. Por fin obtuvo lo que deseó los últimos 5 años de su matrimonio. Un bebé. Así que, pensó, que no era solo de ella. Era de ambos.
Erick salió de la oficina del abogado mientras ella miraba al pequeño sentada en una banca de madera frente a la oficina. Su esposo cargaba con una carpeta amarilla entre su torso y el brazo.
—Listo —dijo el hombre caucásico— Ya es plenamente nuestro —sonreía y se veían sus ganas de llorar en los ojos enrojecidos.
Entonces, Morgan se levantó con cuidado. Como si estuviese cuidando no hacerle daño al bebé y, poniendo su frente en la de su marido, con el pequeño en medio de ambos, comenzaron a llorar.
—Lo logramos —susurró ella.
—Vencimos a la esterilidad —él la besó y el pequeño empezó a llorar, recordándoles que la paternidad recién iniciaba.
Entonces, la mujer de cabello rojizo y tez blanca miró hacia la banca y le pasó el bolso a su marido cuidando cualquier movimiento de su brazo derecho. Él buscó un biberón de plástico en la pañalera azul marino. Sacó el termo de agua caliente y el bote de fórmula y con rapidez le preparó la comida a su recién adoptado hijo.
Pese a las circunstancias en la que pasó todo.