Oliver jugaba con los frascos vacíos del maquillaje de su madre en la habitación de sus padres. Imaginaba que eran carros en medio de una carrera. Tenía muchos autos de juguete, pero todos lo aburrieron.
Sabía que, detrás de la puerta del baño, estaba su mami vomitando. Podía escucharla desde ahí.
Adentro, en un pequeño y húmedo cuarto de baño de baldosas blancas, Morgan estaba arrodillada frente al retrete intentando respirar y mirando de reojo hacia el piso.
—¿Sigues jugando, cariño? —gritó a su hijo, tratando de mantenerse serena.
Sintió un leve toque en la puerta, que se entreabrió y Oli mostró sus rizos oscuros y su rostro tostado.
—¿Estás bien? —terminó de entrar el pequeño y se acercó a su mamá, que con rapidez le dio a la palanca del baño para que su almuerzo terminara de irse por las cañerías.
Oliver la abrazó, ignorando que pasó por el lado de un fino tubo que llevaba 3 minutos en el piso.
En medio del abrazo, Morgan abrió los ojos y gritó. Oliver se asustó, pero ella tomó el test de embarazo del suelo y volvió a abrazarlo.
—¡Vas a ser un gran hermano mayor! —El pequeño no entendió mucho, pero sonrió porque su madre lo hacía.
Ninguno de los dos entendía lo que se avecinaba. Porque nadie podía ver el futuro.