Capítulo 5
Ambar
He pasado los últimos cinco días de mi vida durmiendo. Oliver me deja comida en frente de la puerta y yo la recojo cuando estoy de ánimos. En los momentos que estoy despierta, intento recomponer mi vida.
Mamá está muerta.
El único hombre que he conocido como mi padre intentó matarme.
Mi verdadero padre es alguien que no conozco.
Un criminal me está buscando para asesinarme.
Y ahora vivo con un desconocido.
Porque sí. Lo único que sé de Oliver es que es prácticamente un genio de las matemáticas, el hijo favorito de mi padre y que fue adoptado cinco años antes de que yo naciera.
Reúno cada pedazo de quien soy y solo encuentro a una chica asustada en la esquina de una habitación que apenas conoce.
Cojo fuerzas de algún lugar, conecto el cargador de mi teléfono y la pantalla se enciende. Veo mi foto con Gabs sonriendo y comienzan a llegarme mensajes de ella.
“Estás bien?”
“Dónde estás? Dime y voy por ti”
“Llamé a emergencias. Dicen que no estás en ese lugar”
“Llámame”
“En las noticias dicen que Morgan murió. LLÁMAME. NO PUEDO CREERLO”
“AMBAR”
“ESTOY MURIENDO AQUÍ”
“Vale, lo siento. Necesito saber de ti”
Este mensaje fue eliminado
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“Ambar llámame, por favor”
Suspiro. Le doy al ícono de vídeollamada. Me veo deshecha, con el rostro grasiento, el cabello enmarañado y deshidratado y los ojos enrojecidos. Repicó dos veces y Gabs apareció.
—Por fin ¡Santo cielo! Estás bien —la morena comienza a llorar— Pensé que habías muerto, aunque en la televisión solo dicen que Morgan… —pensó antes de seguir hablando y comencé a llorar.
—Cariño, no sé qué decirte —también llora— ¿Puedes venir? Necesito abrazarte. La señora M era genial. Quiero ir a su funeral. Despedirme —suspira.
Respiro varias veces y le digo negando con la cabeza —: Oli se encargó de todo. Yo… no tuve el valor de verla… Ya sabes, muerta —suelto un sollozo— Estoy bien, con Oliver. Él se está haciendo cargo de todo y, por ahora, solo deseo estar sola… poner todo en orden. Están pasando muchas cosas que necesito acomodar en mi vida.
—¿Estás con Oliver? —Parece asombrada—, Oliver ¿El bicho raro Oliver?
Suelto una risa. No es que yo sea muy extrovertida. Solo tengo una amiga y varios conocidos, pero Oliver siempre habló poco. La mayor parte del tiempo, parece sumergido en sus pensamientos.
—Sí —Susurro— Ha sido cordial, en realidad. Pero, Gabs, no sé por cuánto tiempo estaré aquí ni qué haré. Cuando lo sepa, prometo llamarte. Solo quiero que sepas que estoy bien —paso una mano por mi rostro, sintiendo la grasa y siento necesidad de bañarme.
—Gracias por llamarme y —mi amiga se acerca a la cámara. Puedo ver su pelo afro llenar los bordes de mi móvil y sus dientes blancos mientras habla— mi más sentido pésame. Te adoro.
—Gracias —susurro y corto la llamada.
Entonces, me desnudo, abro la maleta y me percato de que no traje una toalla ni un cepillo dental. Maldigo, me lanzo una bata azul marino, sin ponerme nada debajo y salgo al pasillo.
La casa se siente más grande de lo que esperaba. Más vacía.
—¿Oli? —grito. Pero, parece que no hay nadie. Llego hasta la puerta principal, miro a mi izquierda la cocina vacía, luego toco la puerta de la que, supongo, es su habitación y no hay respuesta.
Suspiro recordando que, en mis pequeñas incursiones al baño de estos últimos días, solo vi una toalla pequeña de manos colgada en el toallero. Tendré que secarme con eso, me digo.
El baño es pequeño. Un retrete, unas puertas corredizas para la ducha y un lavamanos de porcelana blanco. Nada espectacular.
Abro las puertas, la ducha y el agua caliente recorre mi cuerpo desnudo. Mientras me pongo el jabón, siento que bajé de peso porque mis huesos se sienten. Encuentro un champú que huele a caballero y lo aplico en mi cabello.
Cuando empieza a salir, las preguntas se arremolinan en mi cerebro: ¿Quién es mi verdadero padre? ¿Hasta cuándo voy a estar aquí? Y otra se suma a las demás, una que no había pensado hasta ahora ¿Qué hace Oliver?
Abro la puerta de la ducha y miro la toalla pequeña. Me encojo en hombros, me paro sobre la alfombra de baño y comienzo a secar parte por parte, mis piernas largas y flachuchas, mi abdomen fino y más delgado, los pequeños senos y mi largo cabello lo exprimo dentro de la toalla. Terminó empapada y yo un poco húmeda.
Llevo la toalla conmigo al breve paso entre mi habitación y el baño, pero es poco lo que cubre.
Abro la puerta, doy un paso y escucho a Oli —: Por fin saliste de tu cuarto.
Cuando me ve entera, desde la entrada de la cocina, traga seco, se enrojece y dice —: Yo… Estaba en el… garaje y…—pone su dedo pulgar y el índice en el puente de la nariz. Mira hacia un lado y dice—: Te llevaré toallas limpias.
—Y un cepillo dental —alcanzo a decir, un poco acalorada por la vergüenza.
—Aja —asiente y yo termino de entrar a mi habitación, cerrando la puerta con rapidez e hiperventilando.
Entonces, me visto con el primer vestido de tela fina que consigo en la maleta, me pongo unas pantaletas, busco entre mi maquillaje la crema de peinar y un peine pequeño y emprendo la ardua tarea de desenmarañar mi cabello.
Frente al espejo, parte por parte, lo hago. Cuando ya estoy terminando, un golpe en mi puerta me hace levantarme. Oli, vestido con una franela sin mangas y una bermuda corta, me ofrece sin hablar la toalla con el cepillo nuevo encima.
—Todo tuyo —susurra.
Yo asiento y cierro la puerta. Entonces, me doy cuenta de que nunca salió. La teoría más clara, según mi cabeza mientras me cepillo los dientes en el baño, es que estuvo todo ese tiempo trabajando en el garaje, porque si no ¿De qué vive?