Capítulo 6
Ambar
No hay mucho por hacer en la casa. Luego de mirar en mi teléfono los mensajes de pésame o para comprobar que estaba bien de mis profesores del teatro, uno que otro conocido y de los vecinos, suspiré de aburrimiento. Salí al pasillo y Oliver no estaba.
Entonces, salí al pórtico y vi al árbol con su columpio. Me acerqué y vi las cuerdas desgastadas, la madera del asiento húmeda y avejentada y me encogí en hombros. Me senté y comencé a poner todo en orden en mi cabeza mientras una suave brisa me mese.
Recuerdo a mamá y me percato que no sé nada de ella ni de Erick antes de tenerme. Solo que adoptaron a Oli. Pero ¿En qué circunstancias lo hicieron?
Me como las uñas de nuevo. Pienso en si debo contarle todo a Gabs. Pero, ni yo sé cómo contarlo.
Pienso en las palabras de Erick, no de mi papá, “Éramos felices” ¿Qué tan felices eran antes de que yo naciera? ¿Cómo era la vida antes de mí? Me estremezco.
Porque solo recuerdo a mamá feliz, a Oliver absorto en sí mismo y a Erick peleando por todo, bebiendo y llegando ebrio. Intento recordar si Erick sonrió los últimos años, pero no tengo recuerdos de nada.
Entonces, si Erick no es mi papá ¿Quién lo es? ¿Quiero conocerlo? ¿Erick sabrá quién es mi verdadero padre?
Siento ganas de gritar, pero no quiero parecer loca.
Una mirada me recorre, me asusto y volteo. Pero, en vez de parecer un asesino a sueldo, es un hombre con barba prominente parado como a 10 metros frente a la casa del vecino. Me ve y sonríe.
Se acerca y dice —: No quería asustarte. Soy tu vecino. Es que eres idéntica a ella.
—¿A mamá? —él asintió. Se paró a mi lado.
—¿La conoció? —pregunté.
Él se carcajeó y me dijo —: ¿Conocerla? Era el amor de mi vida.
—Supongo que eres Jeremías.
—Sí. Y tú Ambar. Lo siento mucho —susurró—, la recuerdo como una mujer feliz.
Entonces lo miro mejor. Un hombre bajo, lleva sandalias, bermudas y una camisa roja con la cara del Ché Guevara ¿Podrá ser mi padre?
—¿Puedes contarme lo que recuerdas?
Se sentó en el pasto y empezó a hablar.
—Conocí a tu madre bajo este mismo árbol. La señora Teresa, tu abuela, le hacía unas trenzas preciosas en el cabello. Ella tenía 12 y yo 14. No la dejaba salir mucho. Su madre era una mujer muy estricta. Su única hija debía tener las mejores notas de todo el municipio, sino enfurecía. Así que Morgan estudiaba demasiado.
Estaba absorta escuchando a ese hombre desarreglado. Parece abierto e impulsivo. Un rebelde de alma. Tal como mi madre lo fue.
—Jugábamos a columpiarnos aquí. Yo la columpiaba y ella a mí. Tuvimos nuestro primer beso, sentados donde estoy ahora. Pero, pese a que siempre íbamos y veníamos juntos de la escuela y comíamos los fines de semana con nuestro grupo de amigos, cuando cumplió 18 se fugó con un chico de otro municipio.
Abrí mucho los ojos y eso le causó gracia.
—Rompió mi corazón y el de tu abuela. Los chismes decían que se convirtió en desnudista y vivía con el chico en un piso alquilado.
Hizo un largo silencio y entonces pregunté —: ¿Es posible que seas mi padre?
Jeremías empezó a reír como loco. Se revolcaba de la risa en el pasto.
—Nunca pasó más que algunos besos furtivos entre tu madre y yo —se agarraba el estómago aún por la risa—. Aunque me hubiese encantado ser tu padre, pequeña, luego de eso no volví a saber de tu madre.
La decepción me invadió. Debió verse en mi rostro, porque entonces me dijo —: Aunque, sé quién puede saber.
Lo miré con fijeza —: El mejor amigo de tu madre, Antonio, vive a dos calles de aquí. Puede que lo sepa.
—¿Crees que me diría algo así?
—Adora a tu madre. Estoy seguro que podía colaborar —dijo levantándose— Puedes ir cuando quieras. Una calle subiendo, la casa marrón con cuatro pilares en el frente. Vive solo y sé que en las mañanas está. No estoy seguro si ya se fue a su trabajo.
—Gracias, Jeremías —susurré mientras comenzaba a caminar hacia su casa.
—De nada, chica. Ojalá fuera tu padre.
Al entrar a la casa me consigo a Oliver comiendo, sentado en un sofá con mirada ausente. Casi pareciera que no me escuchó entrar.
—Sé que quizá no sea buena idea que salga con un loco buscándome, pero necesito saber quién es mi verdadero padre.
Oliver me mira. Pone el plato de pasta sobre sus piernas y cuestiona —: ¿Para qué quieres buscar a tu verdadero padre?
La pregunta me dejó unos segundos en silencio. Hasta que por fin encontré respuesta —: Quiero ver si puedo construir una relación con él, como la que nunca tuve con Erick.
Oliver asintió con lentitud. Suspiró y me dijo —: Hace unos días metieron preso al hombre que mató a mamá. Era un borracho que solía beber con papá en el bar. Lo delató y…
Dejó a un lado el plato. Se levantó y se acercó a mí —: Erick se suicidó incendiando la casa con él. Encontraron su cuerpo calcinado.
—¿Mi casa? —Oli me abrazó por primera vez en mi vida. Él nunca había tenido un contacto de ese tipo conmigo.
Las lágrimas rodaron solas. A eso le siguieron gritos y maldiciones. Pero no me soltó hasta que lo empujé y lo miré a los ojos —: Toda mi vida estaba en esa casa.
—Lo sé —contestó Oli. Luego suspiró—. Pero, puedes quedarte aquí.
Asentí, sin saber muy bien qué hacer.
—Sé que no soy buena compañía, pero —Oliver se encogió en hombros— quizá pueda, ya sabes, mejorar. Estoy abierto a —parecía como si no supiera ordenar las palabras y se sintiera incómodo— oírte e intervenir de vez en cuando en alguna conversación.
—Bien. Yo necesito ir mañana a ver a Antonio. Jeremías dijo que puede tener información sobre mi posible padre —contesté aclarando mi garganta.
—¿Antonio mi padrino? ¿Antonio el amigo de mamá?
—¿Lo conoces?
Oliver asintió.
—Perfecto.