Capítulo IV

2309 Words
Una cita —¡Hola Chuy! Me tenías abandonada… Hasta pensé que ya me habías cambiado por otro barbero. Pero ven, siéntate que de inmediato te dejo como un príncipe.—Ella es Emilyn, me trata con mucho cariño porque fue muy amiga de mi madre cuando eran jóvenes. Ahora debe tener más de treinta y cinco años. Es mi estilista personal, acudo a su salón de belleza por dos razones: me trata con mucho cariño y no le importa si no traigo el dinero completo para pagar por el corte de cabello. Siempre ha sido ella la que ha diseñado mi peinado, yo no me preocupo mucho si me queda bonito o feo. Igual y en mi nadie se fija. —Hola muñequita preciosa. ¡Como dices semejantes infamias! Sabes que no podría ir a otro lado. Es que he estado entrenando un poco, tengo un acontecimiento muy especial por disfrutar. Por cierto hace unos días pase frente a tu casa y estaba tu pequeñita sentada en la ventana; la saludé y con antipatía me enseñó la lengua y cerró la ventana. ¡Ah, carácter bravito que va a tener la Lucecita! —Era su pequeña de tres añitos, Emilyn había conseguido quedarse con la custodia de su hija luego de que se divorcio de un hombre que las abandonó por una mujer diez años más joven que ella. —Ahí está ella pintada. ¡Tan grosera! Pero le aseguro que lo hace porque no te conoce, apenas agarra confianza es una piña. Pero … ¿Eso del acontecimiento especial es de la noche de pasión? Ya sabes que el pueblo es pequeño y uno se entera de todo. —Con ella me daba un poco de vergüenza hablar del tema pero que más, me fui acomodando y empecé a exagerar un poco la situación: —Pues ¿Qué le digo? La muchacha justo el día del sorteo andaba en sus días. Ustedes las mujeres se ponen sensibles, además cuando cobre el premio le voy a dar hasta en la partida de nacimiento. ¡Ya sabes, joven, enérgico! Esa criatura lo que va a terminar es estropeada. —Se reía y decía que había crecido muy rápido, pero era verdad ya era todo un hombre. Ella siempre sabía cómo dejarme presentable, me tenía mucha confianza porque cuando retiraba el resto de cabellos pasaba sus manos por mi pecho y como las hormonas me iban a millón se me endurecía el pirulín. Me fijaba en el movimiento de sus tetas debajo del delantal. Me gustaba la forma de su cuerpo pero entonces ella salía con algún comentario respecto a mamá, porque habían sido las mejores amigas en la adolescencia y se me bajaba la emoción. —¡Quedaste melo! Como siempre… ¡No dejes tanto tiempo sin pasar por mi local, fíjate y dime si te gusta lo que ves. —Intentaba enfocarme en la imagen del espejo pero me costaba un poco, debía limpiar las gafas empañadas para decirle que había quedado “mono” aunque en realidad no detallaba mucho. —Emilyn el único detalle es que no tengo el dinero completo, no he tenido trabajo últimamente. —Le entregué los únicos centavos que me acompañaban y casi siempre hacia lo mismo, me los devolvía enrollados y decía que con un abrazo era suficiente. Ese negocio me encantaba así que la abrazaba y la apretujaba hasta dejarla sin aliento. Me gustaba el perfume que usaba. —¡Gracias! ¡Gracias! Prometo que cuando tenga mucho dinero te voy a pagar. —Sabia que algún día sería un cantante famoso. Todos los días me despertaba con esa ilusión. —Bueno ojalá no lo olvides. Por cierto conozco una pequeña banda que se está organizando y necesitan un baterista. Sé que eres muy bueno con todos los instrumentos. Será una banda de rock. ¿Qué dices? ¿Te contacto con alguno de los chicos? —Si bien era cierto que era experto en todo lo referente a música, era el género lo que no me terminaba de convencer. Sentía que lo mío era más romántico. —Te agradezco mucho que me quieras tomar en cuenta para tal proyecto. Pero por ahora prefiero esperar un patrocinador. ¡Quisiera iniciar como solista! —Tenia varias canciones que había compuesto y me había gustado el resultado pero no tenía ni medio partido por la mitad para pagar todo lo que conlleva grabar el primer sencillo. —Bueno si te decides, solo búscame. Si te conviertes en un famoso, seré tu fans y viajaré hasta el fin del mundo si es necesario para no perderme ni una sola presentación. ¡Me recuerdas tanto a la loca de tu madre! —Un día de éstos me iba a agarrar de mal genio y le iba a pedir que no la mencionara más, no me gustaba siquiera recordar que existía. —Bien, Emilyn gracias por tu bondad. Me gusto mucho como quedó mi estilo. Ahora te dejo porque no quiero que se me haga tarde. ¡Tengo una cita! —Ella arrugó su rostro y pasó su mano por mi mejilla pero al final me brindó una sonrisa. Siempre le decía que se buscará un hombre que la sacará de ese trabajo en el que tenía que estar oliendo tantos químicos. Pero ella decía que su corazón solo le pertenecía al hombre equivocado. Vaya a saber a qué hace referencia, seguro se enamoró del esposo de alguna clienta. ¡Qué desatino! Me fui corriendo hasta la casa a buscar la guitarra, había invitado a Samantha a salir y me había aceptado. Aunque me alcanzaba para un solo helado estaría feliz de verla un rato. Mi pueblo tiene un clima agradable y aunque por las tardes hace un calor impresionante en las noches corre una brisa ideal para sentarse bajo los higuillos o de los avellanos criollos y hablar con tranquilidad. Justo en la plaza Bolívar era nuestro lugar de encuentro. Debía caminar varias cuadras de mi bello San Juan de Colón para llegar a casa. Observé el reloj y eran las cuatro de la tarde, estaba hiperventilando… En dos horas la vería, mi abuela me sirvió una arepa frita con un pedazo de morcilla que ella misma había preparado, nadie más sabía hacerlas como ella porque les agregaba suficiente orégano y comino. —¿Y eso que fue a darle de comer al peluquero? Te ves más guapo que siempre. —Sabía que lo decía por levantarme el ánimo, pero en mi habitación tenía un espejo que me decía lo contrario —Pues Lita, voy a verme con Samantha, la invité a salir y ella aceptó. ¡Es tan bella, abuela! Por lo menos tengo la esperanza de que me diga cuándo aja … ¡Tú sabes! —Pues esa también era la razón por la que estaba loco por verla, quería escuchar cuándo sería el momento de intimar. —Anda zoquete, hala más un pelo de concha que una guaya. Pero por lo menos báñate, con esa cara llena de grasa pareces una tajada y no vas a provocar ni un mal pensamiento. Ademas, ya me hizo molestar, a las mujeres no se les busca solo para que abran las patas. ¡Yo no quiero un palurdo en la casa! Se comporta con un hombrecito y no ande divulgando esas cosas que no se cuentan. ¡M’hijo aprenda que el que come callado hasta repite! —¡Creo que la había embarrado! Bueno tal vez eran mi falta de experiencia que me llevaba a decir sandeces. —Y ahora ¿Qué pasó? ¿Por qué no me dice nada? —dijo preocupada por si me había enojado con ella, jamás nos habíamos puesto de malas ni por un minuto. Ella me regañaba y yo recibía sus descargas sin enfadarme pero ahora me había quedado pensando en Samantha —Pues abuela, usted dijo que el que come callado repite así que estoy esperando otra arepa ja, ja, ja… —Me lanzó unas chispas de agua fría y dijo que lo que me iba a repetir era una rumba de coñazos. Me bañé y como me dijo que tenía grasa en la cara fui y me la lavé con el jabón de lavar los platos, ahí decía: “corta grasa, suave con las manos y con aroma a limón”. —¡Qué diferencia! —Creo que de ahora en adelante se va a convertir en mi jabón facial. Me puse una camisa a cuadros y el único pantalón que sentía que me quedaba decente. Organicé el cabello como me había enseñado Emilyn, lo tenía ondulado y largo, bueno le había pedido un corte que representará a un artista y ese era el que me había sugerido desde hace algunos meses. Me quité los lentes pero no alcanzaba a ver prácticamente nada, en ocasiones me gustaría deshacerme de ellos. Pero la verdad es que era más ciego que un topo. Antes de salir fui y eché la respectiva miadita, nada más horrible que aguantar las ganas. Me despedí de Lita que me regaló un poco de perfume de mi abuelo. Ahora sí, me alce los pantalones y salí con mi cuerpo erguido como caballo de paso fino, llevando en mi hombro a mi fiel amiga (la guitarra). Saludé a unas cuantas amistades que se cruzaron en mi camino y pasé por una casa que la mayor parte del tiempo estaba sola y en el jardín habían girasoles. Miré en ambas direcciones y como no había nadie arranqué uno. No quería llegarle con las manos vacías. Debía aprender a ser algo romántico. Cuando ya pasé por Sigma Sistem, me empezaron a temblar las rodillas porque ya estaba llegando a la plaza Bolívar. Me detuve en la esquina del banco y empecé a recorrer con la mirada para cerciorarme si ya había llegado. No tuve que esforzar mucho mis ojos para reconocerla. —¡Si! —Ahí estaba, bajo la luz de un farolito que alumbraba su rostro y su cabello ondeando por la brisa. No cabía de la emoción y me apresuré a llegar a su lado. —¡Buenas noches Samantha! —dije entregándole la flor. Ella sonrió, la tomó e inspiró con fuerza en el centro de la flor. Mejor que no hubiese hecho eso, se le metieron algunas hormiguitas a la nariz y por poco le da una crisis de nervios intentando sacarlas. La verdad no sabía que esas plantas tuvieran diminutas plagas, bueno ni ella. Después de que pasó el susto le ofrecí disculpas por ese incidente, entonces nos terminamos riendo de nuestra mala suerte. Saqué mi guitarra y empecé a cantarle: “Yo no puedo creer que en poco tiempo Añore ver tus ojos fijamente Me cuesta el aceptarlo, pero lo hago Improvisando hasta en mis sueños para verte Lo juro me sorprende y me estremece El dulce coquetear de tu sonrisa Mi vida, sé que no estoy en tus planes Aquí estaré esperando que algún día No te de miedo conocerme, de pronto hasta quererme” Me detuve porque empezó a llorar. ¿Ahora no sé qué había hecho mal, solo estaba cantando la canción del maestro Pipe Peláez. Puse la guitarra a un lado de la banca y la abracé sin preguntarle nada. De pronto algún ex se la había dedicado y yo había hecho que se acordara de algo triste. —Esa canción me la cantaba mi papá… ¡Murió hace algunos meses! —Ahora comprendía su dolor. ¡Mucha bestia! Tantas canciones en el mundo y tenía que haber elegido preciso esa para cantarle. —Solo diré que es una buena pieza musical y una de mis favoritas. Pero no quiero que estés triste ¿Cuéntame cuánto tiempo llevas aquí en el pueblo? Nunca te había visto. —Suspiró y mencionó que solo dos semanas. ¡Estaba sola, sin familia ni amigos! —¿Qué te parece si nos olvidamos de las caras largas y te invito un helado? Son los helados más fantásticos de Venezuela, qué digo Venezuela; del mundo entero. —Guardé la guitarra en el estuche y también guardé la flor, ella no quiso saber nada más de eso. Al llegar hicimos la fila para pedir y le pregunté por sus sabores favoritos, mientras esperábamos pasé mi mano por su cintura y la tenía ahí pegada a mi cuerpo. —Un helado de chocolate y fresa por favor. —Le dije a la señora que atendía. Ella se quedó mirándome extrañada del ¿Por qué solo pedía uno? No podía decirle que estaba más pelado que la cabeza de Dwayne Johnson. Entonces se me ocurrió una excusa: —No puedo comer cosas frías porque me afecta las cuerdas vocales. Ya sabes hay que cuidar lo que me dará de comer en algunos años: mi voz. —Al parecer quedó satisfecha con mi explicación. Mientras se comía el helado yo estaba embelesado en sus labios. Quería besarla pero me parecía que no debía hacerlo porque ella estaba muy distante. Entonces le pedí recostarnos en la grama a ver las estrellas, con suerte y veíamos alguna fugaz para pedirle un deseo. Hablamos muchisimo de nuestras vidas, luego se quitó los zapatos y empezó a correr descalza. La perseguí y pude atraparla haciéndola girar un poco en el aire. Era pesada pero yo tenía suficiente fuerza, me habían alimentado bien. Empezaron a caer algunos goterones de agua que nos arruinó la velada, la acompañé hasta el lugar donde se estaba quedando y al despedirse, prometió vernos pronto. Me dio un beso en la comisura de los labios y se fue sin mirar atrás, yo me fui por la calle saltando y chocando las suelas de los zapatos, lo había visto en alguna película y deseaba hacerlo igual cuando estuviese experimentando dicha y éste era el momento oportuno.
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