Capítulo I
—Jesús Ernesto, estoy enojada contigo. Pasas todo el día metido en esa habitación pegado de esos instrumentos. ¡Acabarás en un hospital psiquiátrico! Ni comes bien porque se te ocurre una nota y dejas el plato para ir a escribir tus cucarachas saltarinas… ¡Si! No me pongas esos ojos que así suena lo que tocas. —Lita es mi vida, se preocupa tanto por mí, no sé ¿cómo viviría sin ella? ¿Ni que haría si no se hubiese hecho cargo de mí cuando era un niño?
—¡Anda Lita! ¿Otra vez? Ya tú vas a ver qué me voy a volver un artista reconocido, tan famoso que tú te vas a tener que esconder de tantos paparazzi que van a querer tomarte fotos ¡Tenme un poquito de fe abuela! —Le repetía cada vez que podía para ver su cara de horror.
No tuve el cariño de mi madre en mi niñez, bueno, ahora menos. Somos dos personas desconocidas, la saludo cuando la veo, pero le tengo más amor a la vecina que le tira piedras a mi ventana cuando hago mucho ruido que, a esa señora.
Es la única hija de mis abuelos, desde muy joven se les escapaba a los antros, en una de tantas fiestas resultó embarazada y nunca pudo dar con mi padre. Mi abuela la obligó a trabajar para mantenerme, no obstante poco a poco se fue alejando con excusas del trabajo hasta que ya no volvió más.
Le avisó a Lita que se había encontrado una nueva pareja y de mí no se iba a hacer cargo nunca más. Años después volvió arrepentida, me contó que tengo hermanos y quiere recuperarme, pero eso no me conmueve.
Diecisiete años se tardó para arrepentirse de su inmadurez. No siento nada por ella, ni lástima. Y no creo que pueda llegar a sentirlo. Mi madre santa es Lita y nadie más. Mi abuelo Lorenzo es un médico jubilado que se dedica a escribir libros de medicina y ensayos sobre los avances de la ciencia. Es un hombre brillante, fue él quien me inculcó el amor por la música.
Nunca me exigieron que debía cumplir con el p**o de algún servicio o alguna obligación en la casa. Al quedarse solos se dedicaron a cuidarme con recelo y sobre protección.
He estudiado en las mejores escuelas de música, sin embargo nunca he podido grabar un propio disco o ser captado por algún patrocinador. Algunos colegas han tenido suerte y dinero para las oportunidades que se han presentado.
Me considero bueno en lo que hago, aunque nada más consigo ganar algunas pocas monedas de algunas serenatas en las que me contratan como bajista. Sé tocar casi todos los instrumentos así que cuando falla cualquier músico me llaman a mí.
Tengo mucha fe que algún día llegará mi golpe de suerte, porque feo ya soy… ¡No puedo ser tan desgraciado en la vida!
Mi rostro está marcado por el acné y aunque deseo tener una barba prominente nada más consigo que me crezcan muy pocos vellos… (Algunos amigos me dicen Jesús Ernesto tres pelos Torres)
Se burlan de mi aspecto y de que siempre debo llevar unos grandes lentes para poder ver. Pienso que mi madre consumía algún tipo de droga durante el embarazo y eso, afecto tanto mi visión.
En la escuela no sufrí acoso, pero en la educación secundaria sí. No tenía admiradoras por ser tan poco agraciado.
Las niñas me hablaban para que les resolviera tareas de física o matemáticas. Era la única forma de conseguir atención del sexo femenino, así que me dedicaba a estudiar a fondo los temas de las actividades para crear popularidad con buenas notas.
Pero creía que ayudándoles con sus tareas tal vez llegaría alguna vez a que alguna de ellas me admirara como algo más que el amigo feo.
No obstante se llegaba el fin de año y ya no me volteaban a mirar porque ya habían aprobado las materias. Me sentía frustrado porque mi plan no había funcionado.
Luego ingresé a una escuela de música y ahí no había oportunidad de ligar. Todos estaban profundamente enganchados con sus instrumentos y solo tenían en mente aprender.
Cumplí los dieciocho años y ya podía participar en las agrupaciones que daban serenatas. Mi abuelo siempre me estaba preguntando por la novia y yo le hablaba con la verdad. Entonces él empezó a preocuparse porque “tenía que convertirme en hombre haciéndole el amor a una mujer” me regaló revistas playboy y videocasetes con películas calientes.
Nunca acudí a observar esos vídeos porque para eso podía ver pornhub u otro canal. «Seguramente las actrices porno que admiraba mi abuelo usaban pantaletas atrapa pedos» ja, ja, ja…
Entonces no creo que sirvieran de mucha inspiración. Además porque tendría que buscar una máquina del tiempo para poder reproducirlos.
Pero bueno, asumo que era algo de lo que se quería deshacer y el candidato perfecto fui yo.
Claro, no voy a mentir que las revistas tenían unas modelos que me causaban dolorosas erecciones. Tenía que correr a trancar con seguro la puerta de la habitación para masturbarme, porque donde Lita me descubriera me iba a poner a rezar unos quinientos rosarios.
Tenía dos meses de haber cumplido mis dieciocho años cuando un club de jubilados solteros sufrió los estragos de un conductor ebrio que con su camioneta destrozó el lugar. Organizaron un bingo bailable en el bar del pueblo, pero no hubo mucha asistencia así que optaron por poner otro tipo de premio que fuese más atractivo para los hombres de la zona y de esa manera recaudar los fondos necesarios.
Primero se habló de rifar una noche de pasión de una de las prostitutas del bar. Entonces se presentó una mujer de veinticinco años que juraba ser virgen y quería vender su virtud para obtener algún dinero. El dueño dedujo que con una oferta como esa podía beneficiarse y ayudar para que los fondos del club de jubilados aumentarán.
La noticia se regó por todo el pueblo y cientos de hombres empezaron a comprar un boleto para la rifa. Yo fui uno de los primeros curiosos que llegó para ver ¿Cómo era esa mujer tan valiente?