Capítulo III

916 Words
Ella sabía cómo seducir, no parecía tan inocente como lo afirmaba. Para ponerme mal, empezó a bailar una canción que tocaba el DJ, se subió a una mesa para dejar su enorme traserote delante de mi cara. Ese día repetía en la mente el nombre de esa malvada mujer para asegurarme de jamás olvidarlo “Samantha” ese era su nombre artístico. Había intentado saber el verdadero nombre, pero no lo había conseguido. Con solo una mirada y dos palabras me persuadía de mi objetivo. Y yo estando tan inexperto, todo lo que ella dijese se convertía en verdad. Ese día, baile con ella un rato, como debía “cumplirme” ante los ojos de los presentes, tomó el micrófono y anunció que iría a entregar el premio. La vergüenza me quemaba la cara, nunca había pasado un momento tan bochornoso delante de tanta gente que me conocía. Sin embargo, ella me agarró de la mano y me guío por un pasillo que a la entrada tenía cortinas de lluvia. Era un lugar descuidado, las paredes estaban sucias, había muchos grafitis escritos con marcador, innumerables fechas unidas entre corazones. Movió unas cortinas de color rojo y entramos a una habitación. ¡No tenían puertas! Yo me preguntaba ¿Cómo hacían para tener sexo detrás de esas telas sin el temor de que otras personas los descubrieran? Ella se sentó en la cama y pidió que la acompañará. Me acerqué algo sorprendido, no olía mal, pero el sitio era extraño. La cama era pequeña y la colchoneta mediría menos de diez centímetros, las sábanas estaban arrugadas… No sé ¿Por qué me fijaba en esos detalles? Justo en ese momento. Bueno, es que mi abuela me había enseñado a tender la cama perfectamente y mi cuarto siempre estaba organizado e impecable. Preferí tomar una silla que estaba allí y sentarme frente a ella, igual y ya sabía que no la podría hacer mía esa noche. Puso su mano encima de mi paquete ya empalmado y preguntó: —¿Cuántas veces te la haces con Manuela? —Observé ni mano y le dije que muy pocas veces. Siempre me la pasaba ocupado pensando en acordes musicales de piano o de guitarra y terminaba el día agotado. Empezó a bajar la cremallera de mi pantalón y metió la mano dentro de mi boxer. El tacto de su suave piel y la mirada perversa que me tenía clavada en los ojos me aceleró la respiración y por más que trate de contenerme y pensar en otras cosas apenas ella me apretó un poco el pene acabé eyaculando. «Fue la decepción» Sin embargo, ella sacó su mano, la limpió y me volvió a cerrar la cremallera y ordenó: —¡No puedes hacerme el amor si vas a tardar solo cinco segundos para correrte! Anda práctica, medita, haz ejercicios, toma potenciadores… No sé, y cuando tardes más de diez minutos me buscas. —Ahora estaba hecho una “güeva” y avergonzado por precoz. Salí de allí con el fastidio de mis fluidos encima que me estaban generando piquiña y buscando la forma de escapar del lugar sin ser visto. Al llegar a casa pase derecho a bañarme. Cuando salí la abuela estaba sentada en mi cama y casi me mata de un susto. Tenía las revistas en la mano ojeándolas y quise regresarme al baño, era muy incómodo porque tendría que inventarme un cuento de cómo habían ido a parar a mis manos. ¡Es probable que el abuelo se las haya ocultado todo el tiempo! —¿Para dónde vas Chuy? ¿De dónde sacaste estás revistas?— ¡Uy si! «Soldado caído» —Lita, ¿Qué haces con eso? … Me las prestó un amigo y no las he devuelto… —Por estar de afanado para irme al club, olvide que en la noche anterior las había usado y las dejé encima de la cama. —¿Un amigo? O ¡Tu abuelo! Las reconozco… Trató de ocultarlas siempre en sus libros, pero yo se las descubrí a la semana de casados… Nunca le dije nada, las ha cuidado como un tesoro. ¡Viejo puerco! Y ahora te las heredó. —Las puso de nuevo en la cama y se cruzó de brazos —. Me puedes explicar ¿Dónde andabas hediondo? Todo el barrio ha estado hablando de la rifa de una vieja. ¿Qué sabes de eso? Ahora sí, me había cogido con los calzones abajo. No acostumbraba a mentirle así que le eché el cuento de todo lo que había pasado. —¡Cómo serás de bobo hijo! Ay que ver que tu abuelo si no supo enseñarte a tiempo. ¡Presta atención! —manifestó con voz susurrante y empezó a explicarme cómo funcionaba mi cuerpo. Me quedé aterrado porque yo creía que mi abuela no sabía tantas cosas, incluso me recomendó masturbarme antes de ir a verla porque estuvo de acuerdo que necesitaba estar por primera vez con una mujer para ver si dejaba “la tocoquera” no tengo ni la menor idea de a lo que se refería. Empezó a darme té de jengibre y no sé qué otras cosas. Era nuestro secreto, no quería que el abuelo se enterara de que estaba recurriendo a remedios caseros para demostrarle a Samantha mi hombría. También estuve haciendo mucho ejercicio, por primera vez había dejado la música tranquila por un tiempo. Estaba entrenando el cuerpo para experimentar un vicio del que no saldría jamás.
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