Capítulo IV: Mar de llanto

1424 Words
Mérida tenía el rostro sobre el volante, sangre escurría por su frente, estaba inconsciente, un hombre intentaba abrir la puerta del auto, terminó quebrando el vidrio de la ventanilla del asiento trasero, para poder abrir y liberarla. Primero se aseguró de que tuviera signos vitales, iba a llamar a una ambulancia, la lluvia caía a cantaros, la oscuridad comenzaba a envolver la ciudad, pero cuando la mujer comenzó a balbucear y despertar, supuso que no era algo grave, después de todo, se esperaba la llegada de una gran tormenta, culpa de un huracán de poca intensidad, no podían quedarse mucho tiempo ahí, frente a la costa. Le quitó el cinturón de seguridad, observó su herida, no era profunda, ni muy grave, determinado la tomó en sus brazos y tomó el móvil, ella se quejaba, pero no abrió los ojos, la subió a su auto, en el asiento trasero, estaban empapados por la lluvia. Luego el hombre subió al auto, y manejó de prisa, la llevaría a un hospital, eso quería, pero escuchó las noticias, la lluvia sería intensa en cuestión de horas, no podía darse el lujo de quedar varado en la tormenta, optó por ir a casa, estaba más cerca que el hospital. James manejaba a toda prisa, pasó cerca de la camioneta negra que presumía haber tenido un accidente, observó atento, le recordó a la misma que manejaba Mérida, no lo pensó mucho, iba demasiado rápido, tomaría la carretera, quería irse, alejarse de todo, iría a Novoa, ahí estaba la casa de verano, o la casa de los exiliados como la llamaba Bárbara, ahí había pasado las mejores vacaciones, su noche de bodas, y ahora su peor infierno. El cielo era cada vez más oscuro, la lluvia caía intensa, impasible. Manejó por dos horas más, hasta que al fin llegó, entró rápido, era una casa grande, hermosa, pero ahí no había nadie. No ese día, le daban mantenimiento cada semana. James entró con rapidez y encendió las luces, estaba solo. Lanzó las llaves del auto a una mesa, y fue directo al mini bar, bebió de la botella de whisky, quería embriagarse, como si fuera una anestesia para su dolor. Su teléfono resonó, cuando observó la pantalla y vio el nombre de Mérida, se apuró a apagarlo. No quería hablar con nadie, menos con ella. Maximus Vertes colgó la llamada, al notar que el contacto apagó su número, estaba por llamar a otro número, para localizar a algún familiar, pero el teléfono se apagó por falta de batería. Maximus suspiró con desdén. Observó a la mujer tendida en su cama, inconsciente, por un instante la miró bien, era realmente hermosa; con el cabello largo y rubio natural, su piel era blanca, delgada, podría parecer una muñeca de juguete, pero era una mujer, su vestido largo y mojado se pegaba a su piel, tragó saliva para ignorar el deseo que despertó en su cuerpo. Corrió al botiquín de primeros auxilios y lo trajo para curar su herida. Trajo alcohol y vendas, comenzó a limpiar la herida de su frente, era pequeña, ella se quejó, pero no abría los ojos, estaba aún adormilada, una vez que terminó, le colocó una venda en su frente. Tocó su rostro, quería asegurar que no tuviera fiebre, pero el contacto con su suave piel lo excitó, quiso besarla, Max debía forzarse a detener sus bajos instintos. Se alejó de ahí, estaba en peligro, decidió dejarla descansar y buscar un cargador de batería para su móvil. James casi terminaba la botella de whisky, su rostro desencajado y la mandíbula apretada era un delator de que estaba por explotar, se levantó y lanzó la botella cuando bebió el último trago —¡Eres una perra traidora! —gritó poseído, como si esa mujer estuviera en aquella habitación, un sollozo escapó de sus labios, las lágrimas calientes caían, podía escuchar los truenos, y el crepitar de la leña al fuego en la chimenea—. Eres una mujer malvada, una mujer sin alma, ¡Te odio hasta el infierno, Alina! Cubrió su rostro, no podía dejar de llorar, de recordar ese pasado cruel, ahora todos los recuerdos estaban cubiertos por el odio, el rencor y la rabia. —¡Maldita seas! Ni siquiera estás aquí, ni siquiera puedo ir a reclamar, ¡No puedo gritarte lo mucho que te aborrezco! —dijo con furia, la fuerza de sus palabras resonaba por toda la casa—. Perdí mis mejores años contigo, mientras yo te amaba, tú te burlabas de mi amor, te di lo mejor de mí, y tú, me echaste al viento, me enviaste a este infierno ¡Y, por Dios! ¡Ojalá estés en el infierno! Pudriéndote con mi rencor —su llanto no se detenía, la frustración lo embargaba, su cuerpo dolía. Gritó como un loco, como si lo estuvieran matando, necesitaba liberar ese dolor que lo enloquecía. Salió corriendo, la lluvia lo empapó de pies a cabeza —¡Alina! ¿Dónde estás? —exclamó—. ¿Por qué me hiciste esto? ¡Devuélveme la vida! Porque estoy muerto, soy un muerto viviente en medio de este mar de llanto. Mérida abrió los ojos, los rayos de sol molestaron su visión, se movió de un lado a otro, por un momento su mente era toda blanco, pero pronto los recuerdos volvieron de golpe, se irguió incrédula, no recordaba cómo había llegado hasta ahí, miró alrededor, ¡Casi grita! No reconoció el lugar, miró en una mesa la foto de dos ancianos sonrientes, se asustó demasiado, ¡¿Había sido secuestrada?! Esos pensamientos la enloquecieron de temor, tenía una ávida imaginación, y empezó a inventarse una realidad donde estaría secuestrada por un monstruo, nunca sería salvada, porque James la odiaba demasiado y diría que había huido con un amante, su familia la despreciaría, la olvidarían, James se casaría con una nueva mujer, elegida por su suegra, su corazón latió fuerte, casi lloraba, pero escuchó unos pasos acercarse, su respiración rápida la alertó, tomó un florero vacío y se puso dispuesta al ataque. Maximus abrió la puerta y se abalanzó contra él, si no hubiese sido hábil, quizás lo hubiera herido, pero él le quitó el florero que se hizo trizas en el suelo, se quedó pasmado, y ella intentó correr, pero Max la detuvo, tomándola de la cintura y atrayéndola al cuarto, Mérida se arremolinaba, gritando, chillando que la soltara, intentó manotear, Max estaba encima de ella, gritando que se calmara —¡Déjame! ¡No me lastimes! —gritó —No te quiero lastimar. —¡Me secuestraste! —exclamó lanzando algunos manotazos que consiguió esquivar —¡Nunca! Te salvé, estabas en la carretera con un golpe, te ayudé, de verdad, si quieres irte, puedes hacerlo, pero déjame explicarte. Ella lo miró confusa, observó su rostro, su semblante, no era el típico hombre malvado que alguien imagina. Tenía los ojos verdes grandes, con enormes pestañas, piel clara, y cabello claro. —Bien, explica —dijo sentándose, el hombre se alejó de ella, la miró tranquilo —Casi chocas contra mi auto, pero terminaste estampándote contra un árbol saliéndote de la carretera, decidí detenerme, ver como estabas, y, tenías la herida en la frente —ella tocó, dolía solo un poco—. Luego iba a llevarte a un hospital, pero la lluvia era muy intensa, decidí traerte a casa, creí que no era tan grave, y te curé, pero no pude localizar a tus familiares, tu móvil se quedó sin pila. Ella asintió despacio, no tenía pruebas, pero la mirada de ese hombre, su buena ropa, le sirvieron para creer, Mérida era ingenua, siempre creyendo en los demás, así había caído en ese matrimonio cruel —Gracias por salvarme. —De nada, me llamo Maximus Vertes. —Mérida Britter —dijo ella y se saludaron de mano, él sonrió, eso le agradó —Bien, Mérida, si estás mejor, te dejo que te arregles, te veo abajo, fui a comprar un cargador de batería para tu móvil, ninguno de los míos sirvió, y así podrás llamar a tu familia, deben estar angustiados. Por otra parte, tengo el desayuno listo —aseveró, ella asintió y él salió. Ella estaba tan sorprendida de encontrar a un hombre tan amable. Samuel llegó a la casa de Novoa, abrió el portón e ingresó en su camioneta, estaba desesperado, quería encontrar a James, pero cuando lo vio ahí, tendido en el jardín, casi le daba un infarto, corrió a socorrerlo —¡James! ¡Responde! —el hombre no se movía.
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