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Reconquistando tu amor

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Blurb

Mérida y James fingen el matrimonio perfecto ante la sociedad, pero al cerrar la puerta de su hogar son solo dos extraños que no se reconocen.

Cuando Mérida exija el divorcio, James deberá luchar por reconquistar su amor, ideando un plan contra reloj

¿Podrá recuperar su amor?

¿O perderá al amor de su vida para siempre?

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Capítulo I: La maldita noche de bodas.
Los ojos de James la miraban con súplica, su corazón latía violento ¿Qué estupidez había hecho? No soportaba la idea de estar lejos de esa mujer, quería abrazarla, besarla, deseaba que lo amara que se lo gritara todo el tiempo, así como él lo hacía, pero Alina estaba ahí, con un gesto de rabia, observándolo como si él fuera la miseria más grande del mundo —¿Así que te casaste después de todo? ¡Sabía que eras un cobarde! Pero, no creí que lo eras tanto —sus ojos oscuros le miraron con firmeza, una sonrisa maléfica se esbozó en sus labios rojos—. Espero que tu nueva esposa sea muy hermosa para tentarte, y que no sea nueva, dile que necesitas mi experiencia para calentarte. Cada palabra de Alina lo hería más, recordó las veces que hicieron el amor, con ella se hizo hombre, y creía en su ciego amor —¿Vienes a reclamar? ¿Acaso no eres la mujer de otro hombre? —¡Tú y tu maldita familia me impulsaron a ello!  —Te supliqué que no te casaras, si buscas un culpable del c*****r de nuestro amor puedes ir a mirarte a un espejo. Ella rodó los ojos y sonrió irónica —Puedes estar casado con ella, fingir que la amas, pero lo juro, jamás serás feliz, mientras yo habite esta tierra, siempre me amarás; seré en tu mente un fantasma que jamás olvidarás —aseveró con los ojos nublados por lágrimas contenidas, todo el odio de su ser estaba ahí, miró a ese hombre, no significaba mucho en su corazón, pero cada día se parecía más a su padre, Samuel Epstein, el hombre que ella odiaba por haber despreciado su amor. Alina intentó irse, y la ansiedad se apoderó de James, se apresuró a detenerla, quería tocarla, pero su rostro rabioso lo hizo detenerse, la tristeza y el arrepentimiento se apoderaban de James —¡Alina! ¡No, por favor, espera! ¡Podemos arreglarlo! —exclamó desesperado, ella lanzó una carcajada —Nunca dejarás de ser un niño, ¿Crees que tus errores no tendrán consecuencias? Es el final, James, ahora ni papá, ni mamá van a salvarte. Tú elegiste esta vida, te quedarás con esa mujer en tu cama, ¡Se acabó! —ella tocó su vientre—. Aquí está gestándose mi hijo, que no será tuyo. Lo ves, ahora, todo está destruido. Los ojos castaños de James estaban brillantes de dolor, miró su vientre casi con pánico, herido y frustrado. Alina decidió irse, dio la vuelta y salió. James quiso alcanzarla y por primera vez sus pies le fallaron, se mantuvo firme ahí, como si algo lo detuviera. Tocó su entrecejo con desespero, miró detrás para observar a esa joven, estaba de pie con los ojos enormes, llorosos, temblorosa, mirándolo con decepción, James estaba sorprendido, ella lanzó un sollozo, y corrió subiendo las escaleras —¡Mérida...! —exclamó, no le hizo caso, resopló incrédulo, fatigado del drama. Decidió asomarse a la ventana para comprobar que Alina se había marchado. Fue a la mesa donde estaban las botellas de champagne y coñac, bebió de prisa. Vestía su elegante esmoquin, se sentía perdido, estresado. Había desposado a Mérida Britter, fue la elección de su madre, porque era una joven hermosa, educada, de apellido respetable e inteligente, todo lo que según su madre Leyda Epstein, la vizcondesa de Malvarrosa, le faltaba a Alina Robles. Pero, para James, era sólo una conocida, la hermana pequeña de una amiga de colegio, su ahora esposa no representaba nada en su vida. Mérida lloraba inconsolable, sentada al borde de la cama, no podía creer como su sueño de una familia feliz se destruía en unas horas, era verdad que ese matrimonio era más una decisión familiar, pero ella creía que su amor por James lo convertiría en un matrimonio feliz, estaba ciega y al fin se daba cuenta. Se enamoró de James a primera vista, era el príncipe azul de su cuento de hadas, ahora todo era una pesadilla cruel de la que no podía despertar. La puerta se abrió y él entró, lo miró con rabia, James tenía la mirada retadora y fría, estaba ebrio, lo suficiente para que nada le importara. —Deja de llorar, mujercita. Ella se levantó, incrédula —¡Cómo te atreves a engañarme! ¿Ahora me dices esto? ¡Eres un cínico! —exclamó hizo aspavientos con sus manos, e intentó golpear el pecho de James, pero detuvo sus golpes, tomando sus manos con firmeza —¡Cálmate! —gritó furioso—. ¡No vengas ahora con tus lloriqueos! Sabías bien cómo terminaría esto, sabías que este matrimonio era de conveniencias y apariencias, más que algo real, ¿Acaso tu padre no ha sacado una buena tajada de dinero por esto? —la voz irónica de James la destruyó, ella cayó al suelo de rodillas, lloraba, James quiso sentir lástima, pero estaba tan enojado que no pudo —¡Eres malvado y cruel! ¡Mi padre está muriendo de cáncer! lo sabes, tu madre también lo sabe, dijeron que querías casarte conmigo, que me amabas, y ahora me tratas así —dijo entre sollozos —¡Ya basta! Ahora sabes la verdad, ¡No te amo, yo amo a Alina! Eso no cambiará. Ella lo abofeteó con fuerza, la mejilla de James estaba roja, su rostro colérico y la mano de Mérida estaba caliente, los ojos severos y rabiosos del hombre le dieron miedo —¡Vete con ella! Mañana pediré la anulación de esta porquería... —Mérida intentó huir de ahí, había demasiado drama, caminó unos pasos, dispuesta a marcharse, cuando sintió la mano de James tomarla de la nuca para girarla a él, ese movimiento fue repentino, casi agresivo, cuando reparó estaban frente a frente, su rostro estaba tan cerca, podía sentir su aliento cálido con olor a vino, su perfume de menta y madera la envolvía, se sintió temblorosa, las pupilas oscuras de James eran enormes, su gesto descarado, casi sensual, comenzó a darle escalofrío —¡No te irás! Decidiste meterte en esto, y aquí estamos, nadie huirá de este infierno, ni tú, ni yo. —¡Suéltame! —¡Tranquila! ¿Qué es lo que quieres? —preguntó afianzando su agarre—. Ah, ya sé, te voy a dar lo que quieres —dijo con osadía, y besó sus labios con prisa. Mérida se asustó, después de lo que escuchó no deseaba nada del hombre, pero la besaba con mucha pasión, intentó alejarse, pero sus brazos fuertes la envolvían, sintió que sus agallas fallaban, su cuerpo cedía, ella lo amaba, cuando fue consciente estaba recostada sobre la cama, mientras James estaba encima de ella, sus besos exigentes la sofocaban, los abandonó para reclamar la piel de su cuello, el hombre iba dejando un camino húmedo en su piel, era demasiado ardiente, que Mérida supo que se incendiaría con él. James no tenía mente para pensar, se había abandonado a sus instintos, a su deseo s****l, fue quitándole el vestido, hasta desnudar sus hermosos senos, los besó sediento, eran tan suaves y perfectos, su piel pálida le gustaba y ese olor a violetas le fascinaba. Ningún recuerdo estaba en él, Alina no venía a su mente, estaba quemándose en ese cuerpo, como si fuera la primera, o la última vez, deslizó sus bragas y sus dedos acariciaron su sexo, ella estaba tan húmeda, hizo movimientos circulares y delicados, observando cómo se estremecía, arqueándose al ligero roce, siguió la caricia, torturándola de sensaciones placenteras, cuando ya ni el mismo soportaba la necesidad de poseerla se quitó su ropa, ella se quedó quieta, admirando el cuerpo perfecto, moreno, ejercitado, miró su pene, se quedó pasmada, un latido en su v****a le indicaba que lo deseaba, James sonrió al ver su cara de deseo —¿Lo deseas? Ella se quedó callada, su respiración la delataba, era tan rápida, estaba ahí desnuda y lista para él. James la admiró como si fuera una obra de arte de un museo —. Vas a tener que suplicar, Mérida, ¡Hazlo, suplica! Quiero que me lo pidas —dijo con cierta malicia y diversión, mientras se colocaba encima de ella y la colmaba de caricias con sus labios Ella estaba dudosa, no sabía que decir, tenía miedo y confusión, mientras él la derretía con sus caricias, —Dime, ¿Me deseas? ¿Quieres que te haga mía? Ella gemía diciendo que sí, al sentir la caricia en su clítoris, James lo disfrutaba, nunca había tenido semejante control, Alina siempre ponía las reglas en el sexo, él solo la complacía, pero en esa cama podía elegir como acariciar, besar, y llevar el ritmo, de pronto se encontró maravillado con la situación. Rozaba con suavidad uno de sus pezones rosados, ella se estremecía, —¡Suplica y seremos uno! —exclamó con ojos grandes y brillantes —Por favor, James... —gritó poseída por la excitación, James sintió como si aquello fuera una orden, comenzó a penetrarla despacio, ella estaba muy estrecha, sintió su cuerpo tensarse, besó su cuello y sus pezones, era su debilidad y fue cediendo, abriéndose para él, una sola embestida y estuvo dentro de ella, lo recorrió un placer que lo hizo estremecer, se movió con ímpetu, queriendo más, observó la pasión de Mérida, sus gemidos y susurros lo impulsaban a hacerlo más rápido, más fuerte —¿Te gusta? —ella asintió fuera de sí—. ¡Dímelo! —exigió Ella tocó su rostro y lo besó con ardor —¡Te amo, James, juro que te amo! —dijo al romper el beso, eso lo sorprendió, sonrió con algo de dulzura —¿Cuánto me amas, Mérida? —Hasta el fin del mundo. —¡Oh, Mérida! —exclamó moviéndose con rapidez, una corriente de calor y frío lo invadió. Ella sintió espasmos en su v****a que la invadían de goce, no pudo más, al sentir el orgasmo, estalló en éxtasis gritando de placer, él sintió que llegaba al clímax, lanzó un gruñido de satisfacción y eyaculó. Se recostó a su lado, su cuerpo estaba tan cansado, el sueño lo invadió, en minutos se durmió, Mérida lo observó, tocó su cara, su cabello oscuro y ese rostro varonil que le fascinaba, besó su mejilla y tomó el brazo de James, obligándolo a que la abrazara, no hizo mucho esfuerzo, James la enrolló en sus brazos, y se quedaron dormidos. El amanecer llegó, estaban durmiendo en la cama, abrazados, James despertó, abrió los ojos y miró la situación, se levantó como resorte, su cabeza dolía «¿Qué rayos hice?» pensó aturdido, se levantó y fue al baño, lavó su cara y boca, luego se dio una ducha rápida, fría, salió vestido, Mérida estaba despierta, sentada en la cama, aún desnuda, cubriéndose con la manta blanca —¿A dónde vas? —dijo perturbada al verlo dispuesto a marcharse James fijó sus ojos en ella —Oye, que te quede muy claro, lo que sea que hicimos anoche, no volverá a repetirse, yo no te amo, esto solo fue sexo, haz tu vida como quieras, no me importa ni siquiera que tengas un amante, solo sé discreta, y no interfieras entre Alina y yo —dijo con claridad, su cabello aún estaba húmedo, y la miraba con firmeza, observó su rostro triste, al borde del llanto —¿Por qué me haces daño? —preguntó con voz débil —Mujer, no seas dramática, aquí no hay amor. Si buscas un príncipe azul, en mí no lo encontrarás —esas palabras lastimaron a Mérida, James se sintió culpable, cuando su mirada recorrió la cama, se quedó perplejo al observar entre las sábanas pequeñas manchas de sangre, se quedó callado, un pesar golpeó su interior, era su conciencia, miró los ojos de Mérida, eran de un color azul grisáceo, era una mujer preciosa; con su cabello largo rubio y rizado, sintió pena, un nudo apresó su garganta, se mantuvo gélido, dio media vuelta y se fue. La dejó ahí, sola e inconsolable luego de hacer el amor, ella lloró por muchas horas, era un infierno, pensó en su familia, pensó en su vida, la decepción y la rabia la invadían —Te odio, James Epstein, te lo juro que algún día te arrepentirás, un día serás tú quien me ame, quien suplique por mi amor, y yo no tendré compasión de ti —la amargura ennegreció su alma y su amor.

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