Capítulo III: Una verdad que duele

1694 Words
«James: Cuando leas esta carta yo estaré muy lejos de aquí, lejos de ti, todo habrá terminado. Para mí será el recuerdo de algo satisfactorio, para ti, el despertar de un oscuro sueño oscuro, hacia el amanecer dorado. Debes estar agradecido, en algún momento he cambiado de parecer, habrá sido mi conciencia o el aburrimiento, pero me he determinado a dejarte. Eso es bueno, incluso si ahora no lo comprendes, he sido malvada contigo, aunque no lo veas. Cuando te conocí tenías veinte años, los mismos que yo tenía cuando conocí al hombre que rompió mi corazón, él me juró amor eterno, mientras yo era su amante, esperando paciente que cumpliera la promesa de dejar a su esposa por mí, eso nunca pasó, en cambio, ese hombre me robó la inocencia, la bondad, convirtiendo mi alma en una suciedad que no pude limpiar. Un día después de su abandono, me convencí de que debía vengarme, quería que sufriera el desamor que yo padecía, y supe que jamás pasaría, pues él nunca me amó, decidí que lo haría pagar con quien más amaba, entonces te conocí a ti, de inmediato te sentiste atraído por mí, pensé que cuando él se enterara volvería a mí, quizás por ego, quizás por vanidad, en cambio, me maldijo tres veces, me repudió, y me lanzó a una guerra con su mujer, quien al final me obligó a casarme con mi primer esposo, el dinero era tentador, pero su amenaza de muerte pudo más. Sí, James, ese hombre del que tanto hablo es Samuel Epstein, tu padre, el gran Vizconde de Malvarrosa. Ahora sabes que nuestra historia no ha sido de amor, sino de odio y traición, jamás te amé, ni te amaré, ahora que me vuelvo vieja, he decidido disfrutar mis años con pasión y paz, lejos de esta venganza absurda, por eso digo la verdad, sé feliz, eres un buen hombre, mereces lo mejor, algún día encontrarás a una mujer que te amé como yo no pude, o quizás ya la encontraste, la dulce Mérida siempre estuvo ahí, si le dieras una oportunidad, tal vez ganes la gloria del mundo. No espero perdón, ni odio, ya tengo suficiente con mis culpas. Tampoco esperes mi arrepentimiento, mi corazón es una piedra dura y fría, te deseo todo lo mejor. Alina Robles»  James tenía las manos temblorosas, sus ojos estaban por derramar lágrimas, un nudo apresaba su garganta, no podía respirar, un frío lo invadía. ¡No podía ser verdad! Su padre, el gran Vizconde de Malvarrosa, el intachable padre de familia y respetado empresario, era ahora su peor enemigo, apenas imaginó a Alina en los brazos de su padre sintió náuseas, un dolor en el estómago que ardía. Subió al auto, manejó tan deprisa, quería llegar al palacio de Candela que habitaban sus padres, iba a más de cien kilómetros por hora, no podía más, el odio y la rabia, la frustración lo envenenaban, pensó en ella: Alina Robles. La había conocido en un bar elegante, era la mujer más hermosa del lugar, con su hermoso cabello oscuro, y su figura seductora, era mayor que él por ocho años, no se notaba mucho, excepto por la experiencia, le gustó de inmediato y esa misma noche tuvieron relaciones sexuales, era la primera vez para él, jamás pudo olvidarla, ahora que sabía que todo era parte de una trampa siniestra, estaba roto. La lluvia caía, como si el mismo cielo sintiera su dolor, James ya no se reconocía, el dolor no tenía sentido, y creyó que la muerte de Alina, era la muerte también de su espíritu.  Llegó al palacio, se bajó con rapidez de la camioneta, aunque un empleado llegó para tomar su camioneta y estacionarla, él atinó a lanzarle las llaves e ir rápido al interior. Aquel lugar era el recuerdo de la mejor infancia, buscó por todos lados, supo que su padre, retirado de la naviera desde hace un año, debía estar donde siempre, en su biblioteca privada. Corrió como si lo persiguiera el diablo, necesitaba verlo, necesitaba escupirle el veneno que estaba matándolo. No tocó la puerta, ingresó empujando con fuerza, ahí estaba su viejo, sentado sobre un sofá, mientras leía «Crimen y castigo» de Dostoyevski, y James creyó que era un mal presagio. Samuel alzó la vista, y le sonrió con dulzura, era raro ver a su hijo ahí, se levantó como si fuera a saludarlo, pero el estupor lo invadió, al sentir las manos de su hijo sobre el cuello de su camisa, con la rabia hirviendo como una lava en sus ojos castaños. —¡Eres un miserable! ¿¡Como pudiste?! —exclamó sin soltarlo, el padre estaba atemorizado, no entendía las palabras de su hijo, incrédulo de su falta de respeto, por más que intentaba alejarlo, no podía —Pero, ¡¿Qué coño sucede contigo?! ¿Acaso te has vuelto imbécil? ¡Le hablas a tu propio padre! —gritó con fuerza, por un segundo James se alejó. Dio media vuelta, pero volvió el rostro para fijarlo en él —¡Lo sé todo! ¡Sé toda la jodida verdad! —¿Qué es lo que sabes? James, estás asustándome. —Sé sobre Alina, lo sé todo —dijo con los ojos brillantes, Samuel hizo su cuerpo hacia atrás, trastocado, pero se recuperó en un santiamén —Ah, es eso. ¿Quién te lo dijo? —dijo con tal paciencia, que James creyó que explotaría de furia —Ella me escribió todo en una carta, ¿Sabías que Alina ha muerto? —preguntó. Samuel se quedó perplejo, se quedó muy serio, negó —No lo sabía… Dios la guarde en su gloria. —¡Cállate! ¡Qué descaro! Eres… muy malvado, destruiste su corazón, y dices eso… —¡James! Debes parar, no sé qué haya escrito esa mujer, pero no es así. —¿No engañaste a mamá? Alina mintió, entonces, ¿No fue tu amante? Samuel bajó la mirada, resopló con fastidio, y lo miró bien, se sintió acorralado. Tragó saliva, su corazón latía mucho, quería sentirse en paz —Está bien, diré la verdad, hijo, sí, tuve una amante, Alina Robles fue mi asistente personal, y tuvimos una relación extramarital. Tú madre y yo teníamos severos problemas, y cometí un gran error. —¿Es tu mejor respuesta? —dijo con ironía —Cuando recuperé la cordura le conté todo a tu madre, debes recordarlo, incluso, ustedes, se fueron con ella a vivir a Novoa, hice todo por lograr su perdón, y nunca más volví a engañarla. —Es demasiado —dijo James, con lágrimas en los ojos, tocando su cara con desespero, verlo así, era un gran dolor para Samuel, quien padecía de veras, quería abrazarlo, pero no se atrevió —No quise lastimarte, perdóname, hijo. Cuando supe que estabas con esa mujer enloquecí, la enfrenté, ella me dijo que era una venganza, pero pensé que estaba loca, hablé con tu madre, le dije todo, ella dijo que se encargaría, y después, tú, te casaste con Mérida, no entiendo como esa mujer fue a contarte todo, después de este tiempo. —¡Padre! ¡Ella siempre ha sido mi amante, nunca la dejé! —gritó mientras los ojos de Samuel se abrieron casi saliendo de sus orbitas, no esperaba esa confesión—. ¡Nunca dejé a Alina, todos estos años, siempre estuvimos juntos! —¡Por Dios, James! ¿Y, Mérida? ¿Cómo puedes lastimarla así? —Mérida lo sabe, siempre lo supo, desde la primera noche le dije que frente al mundo fingiríamos, pero jamás fuimos un matrimonio real —Samuel se quedó irresoluto, negó con pesar—. ¿Por qué crees que nos vemos tan perfectos frente a todos? Solo es una maldita fachada para la estúpida sociedad; y lo del problema para concebir, ¡Es una mentira! Nunca la toco, ella no es mi mujer. Samuel cerró los ojos, se sentía cansado —Pobre Mérida, y todo por esa mujerzuela, que nunca valió la pena. —¿Cuándo lo supiste? ¿Cuándo te la cogiste, o después? —espetó con la mirada furiosa. Samuel lo miró con firmeza —Lo supe cuando vi llorar a tu madre por mí, entonces supe que era el peor hombre del mundo, Leyda merecía lo mejor, y supe que yo no era bueno para ella, pero verla con otro me destrozaría, perdería el tesoro de mi vida, entonces luché, cambié, mejoré por ella, así fue, puedes odiarme, ya eres un hombre, no eres mejor que yo por lo visto, no te atrevas a juzgarme, no cuando estás destruyendo el amor de Mérida —dijo con el rostro consternado y la honestidad en sus labios —¡Mérida! ¡Mérida! ¿Por qué les importa tanto esa mujer? ¡Yo soy tu hijo! ¿Acaso no te importa mi dolor? —dijo sollozando, cubriendo su rostro con las manos, Samuel se acercó y tocó su cabeza con ternura, sufría, una lágrima recorrió su rostro —Me importas más que nada en el mundo, James, mi corazón se dividió en cuatro: Bárbara, Ethan, tu madre y tú tienen mi corazón, y si no estuvieran, mi corazón estaría incompleto. Quiero a Mérida, por el amor que te tiene, ahí radica tu felicidad. —Ella no me ama, padre —dijo mirando sus ojos verdes, parecidos a los de su hermana Bárbara, el padre sonrió—; Ella solo finge, es una buena actriz, pero ella no siente nada por mí. Samuel acarició con su palma la mejilla izquierda de James, diciendo esas palabras le recordaba cuando era un pequeño niño al que corregía con ternura —Hijo mío, ella te ama, si pudieras ver con mis ojos la forma en que te mira, lo sabrías —¿Cómo? —preguntó incrédulo —Sus ojos se iluminan como si la estrella de sirio se posara en ellos, y así, hijo querido, así brilla el amor. James lloró y su padre lo abrazó. Se sentía tan culpable de su dolor, pero a pesar de todo, el padre sintió alivio, con la muerte de Alina, su peor error encontraba un punto final.
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