Ocho años y dos meses después
El atardecer anaranjado cubría el cielo, pero pronto anochecería. El cementerio «Nova Luz» estaba por cerrar, pero James se negaba a marcharse, ningún guardia era capaz de oponerse a él, era el hijo de los vizcondes de Malvarrosa, dueño de la naviera Epstein, tenía un nombre respetable y demasiado dinero para que se sintieran amenazados ante él.
Mérida ingresó al cementerio, los guardias la observaron irresolutos, ya la conocían, sabían del perfecto matrimonio Epstein, siempre estaban en las páginas rosadas de los periódicos
—Buenas tardes, señora.
—Buenas tardes, busco a… —ella titubeó, no hizo falta que terminara de contestar, un guardia le señaló donde podría encontrarlo, asintió de prisa, caminó apurada, se había enterado hace dos horas, y había manejado hasta ahí, sabía que James estaría destrozado, y temió por él, incluso aunque no tuvieran la mejor relación quiso estar ahí, no podía dejarlo a su suerte.
Los guardias decidieron esperar a que el matrimonio saliera por propia decisión, aunque era extraño que el señor hubiese llegado desde hace cinco horas, que no hubiese abandonado el lugar, y que permaneciera frente a la tumba de Alina Robles, esa mujer que en vida había tenido una mala fama de infiel y libertina.
Mérida detuvo su paso al observar a James, estaba frente a la tumba de Alina, de cuclillas, cubriendo su rostro, se quedó quieta, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, era innegable su sufrir, y ella también sufría, como si una conexión con ese hombre los uniera en la alegría y el dolor, en cada emoción, su corazón latió rápido, de pronto se sintió tan débil, quiso huir, pero no podía, no iba a dejarlo ahí, no sin saber cómo estaba, se acercó sigilosa, escuchó los rezos susurrantes de James, una lágrima corrió por su rostro, esperó paciente, él tenía los ojos cerrados, pero cuando acabó, y se persignó, ella puso una mano sobre su hombro, acercándose
—¡Lo siento mucho, James! —dijo con tristeza y voz cálida. James se irguió, cuando miró sus ojos encontró el odio del dolor ahí, rabia, frustración, James tenía el rostro severo, su esclerótica estaba enrojecida de tanto llorar, negó, mientras sus ojos se nublaban por lágrimas contenidas
—¡¿Qué demonios haces aquí?! ¿Acaso crees que ella te apreciaba en algo? Es una falta de respeto que estés aquí, luego de todo esto, ¡Tú nos arruinaste! Eres una hipócrita, ¡Una maldita! —James sostuvo su brazo con tanta fuerza, la presión dolía y Mérida se quejó amarga, casi llorando
—¡Por favor, déjame!
—¿Por qué viniste!
—Quería ver si estabas bien —exclamó, James apretó con una mano su quijada, dos lágrimas corrieron por el rostro de Mérida
—¿Crees que estoy bien? ¡Acabo de perder a la mujer que amaba, y te atreves a preguntarlo, ¡No estoy bien! No estaré bien, ahora lárgate de mí vista, antes de que te envíe a la misma tumba —mordió con ira cada palabra
Dejó su rostro, y ella tocó su cara, sintiendo su quijada adolorida, lo miró con tristeza, sabía que estaba destrozado, aun así, no podía comprender porque siempre era tan cruel, James alzó la vista, estaba tembloroso, lleno de furia y tristeza, no podía entender por qué no se marchaba
—¡Lárgate, Mérida! —ella se quedó inmóvil, y él la miró con rabia, la apuntó con su dedo—; Deberías estar muerta tú, y no ella, ¡Ojalá te hubieras muerto tú y no mi Alina! Ese era el mejor final, pero la vida es injusta —dijo mientras lloraba, Mérida sintió su corazón roto, contuvo el aliento, no podía respirar, esas palabras le dolían, ella lo amaba, aún, después de esos malditos años terribles a su lado, negó con demasiado coraje
—Pero, no es así, la muerta es ella, y si yo también muriera, por lo menos sabré que ella no volverá, cada quien tiene lo que merece, James.
James se fue contra ella, Mérida caminó dos pasos atrás, pero lo miró fijamente, ambos rostros cubiertos de llanto.
—¡Vete al infierno, Mérida!
Ella comenzó a reír con amargura, y esa risa lo congeló, sintió miedo
—¿No lo sabe, señor Epstein? Usted y yo estamos en el infierno desde hace años —dio media vuelta, y caminó de prisa, se limpió el rostro, Mérida salió por la puerta dejando a los guardias pasmados, porque no salía junto a su marido, ella subió a su camioneta, y arrancó para alejarse de ese maldito lugar.
James leyó el epitafio en la tumba en su mente:
«Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no provienen de Dios, sino del mundo, 1 Juan 2:16
Alina Eugenia Robles Balmori 6 de noviembre de 1967 – 28 de febrero de 2015»
Se sentía confundido, no podía creerlo, los últimos años de su relación habían sido un auténtico carrusel de emociones, ella se había divorciado de su esposo, era una mujer libre, él quiso liberarse de Mérida, y al fin vivir su gran romance, pero Alina se lo impidió, diciéndole que no lo amaba, relacionándose con otros hombres, volviéndolo loco de celos y rencor, una relación caótica y tóxica que lo condenaba, pero los últimos tres meses fueron peores, ella se alejaba, y luego volvía a su vida como una bola de demolición, sin embargo, la última vez que se vieron, hace casi dos semanas, ella juró que era el final, se marcharía con su nuevo amante, que era muy rico, esa vez no la detuvo, estaba cansado, y decidió que si quería terminar, lo aceptaría, necesitaba paz, pero después, se enteró de que había tenido un terrible accidente de tránsito, mientras conducía rumbo a ciudad Lucía, chocó su auto contra un tráiler, ella y su amante habían muerto al instante, la tragedia era horrible.
James sacó del bolsillo de su chaqueta esa carta, la que Alina le había dado la última vez que la vio. Nunca la abrió, no podía, tenía temor de algo que no entendía, pero ahora, frente a su sepulcro, ¿Qué podía temer? No había nada que importara, nada que pudiera causarle más dolor, no podría reclamar, porque ella ya no estaba en esa tierra, el recuerdo de unas palabras de Alina, de hace ocho años, volvieron a su mente como un relámpago que lo estremeció:
«Mientras yo habite esta tierra, siempre me amarás, seré en tu mente un fantasma que jamás olvidarás» Una lágrima recorrió su rostro, ella estaba enterrada, pensó si ahora, muerta, podría olvidarla, no obtuvo respuesta, un viento agitó sus cabellos, el cielo estaba ennegrecido, quería anochecer, decidió irse, y se alejó, sosteniendo aquella carta en su mano.
Mérida manejaba de prisa, su rostro se desdibujaba entre el llanto, necesitaba ir a casa, conducía por la carretera Manises, la lluvia comenzó a caer, y sus ojos lloraban al recordar las malvadas palabras de James, no podía ser fuerte, su teléfono móvil resonó, observó la pantalla, era su amiga Farah, necesitaba hablar, era su confidente, como una hermana, intentó tomar el móvil, pero esa carretera llena de curvas era un pesar para su inexperiencia al volante, cuando alzó la vista, apenas pudo esquivar un auto, intentó frenar, oprimiendo el freno con fuerza, pero terminó estampándose contra unos árboles, golpeó su rostro contra el cristal de la ventana, y todo se volvió oscuridad.