Capítulo VI: El fantasma de Alina

2356 Words
James despertó, había dormido en el sofá, con la televisión encendida, observó su reloj, eran las siete de la mañana, envió un mensaje de w******p a Mérida, preguntando si ya estaba en Bahía Blanca, pero la mujer no lo respondió, eso lo molestó mucho, intranquilo, decidió hacer una videollamada. Mérida se sorprendió, estaba arreglándose para ir a Bahía Blanca, a la fiesta de cumpleaños de su cuñado Jorge, observó su móvil, no era usual que James la llamara, menos por videollamada, decidió contestar ante la insistencia, observó a través de la pantalla a James, su rostro moreno estaba pálido, no tenía un buen semblante, ojeras moradas y tenues cubrían debajo de sus ojos, no se había afeitado y su barba crecía, tenía ese gesto seguro, pero sus ojos tenían un brillo que le hacía saber que algo lo mataba por dentro —¿Qué quieres, James? —espetó con dureza, desde hace tiempo le había perdido el miedo, y el respeto, si se hablaban delante de otros fingían amor y cordialidad, pero si les tocaba platicar a solas, ninguno lograba fingir que no se detestaban —Hola, Mérida ¿Cómo estás? —dijo al observar esa pequeña venda que cubría arriba de su ceja —Bien, dime —dijo con desespero, el apretó los labios, conteniendo el coraje de escuchar su tono de voz —Pensé que ya estarías en Bahía Blanca. —Ya casi voy de salida —dijo ella, la miró bien, se veía fresca, sin maquillaje, tenía una piel perfecta y rozagante, observó sus ojos azules que le miraban intrigantes, llevaba su cabello dorado atado en una coleta alta —Avísame cuando llegues, después me preguntarán y… hay que inventar que vamos a decir, porque no iré a la fiesta de tu familia. Ella arrugó el gesto, sonrió irónica —No te preocupes, James, nunca acudes a los eventos de mi familia, así que, nadie te extrañará, recuerda que la esposa rentada soy yo, la que tiene que actuar con tu familia, amigos y sociedad soy yo. Te dejo, nos vemos, y por favor, rasúrate, báñate, te ves horrible, no pareces un Epstein, y, además, come algo. Él se rio a carcajadas, de pronto la honestidad cruda de Mérida le parecía graciosa, pero un gesto cálido lo envolvió al escuchar sus últimas palabras —No tengo que comer aquí —el hombre giró la cámara para que ella observara la comida chatarra que había comido ayer —¡James no puedes comer gluten! ¡Eres alérgico! —sentenció con energía y preocupación, al observar en la mesa sándwiches de pan de centeno, así como botellas de whisky. —Bueno, ¿Qué hago? No tengo nada que comer. —Voy a pasarte un número de comidas caseras que tienen delivery, son sanas y te caerán mejor que esas porquerías, y si sigues comiendo así, terminarás viviendo en un baño o en un hospital. Él sonrió amargo, la miró bien, le pareció que se veía diferente a la última vez, seguía pareciendo tan jovial, pero su forma de hablar era tan segura, no supo cuando había crecido tanto —Está bien —dijo tranquilo —Hablemos después, James, adiós, cuídate. —Cuídate, Mérida. Colgaron la videollamada. Se quedó estático mirando a la nada por un momento, el sonido de un mensaje lo alertó, sonrió, al observar el número de contacto de la comida. Mérida era bondadosa, y una gran esposa de mentiras, asumía un papel perfecto, nadie sospechaba que eran solo una fachada de un falso matrimonio. Delante del mundo era cálida, dulce, amable y hermosa. Siempre cuidándolo, era el hombre más envidiado entre sus amigos y conocidos, todos alababan su magnífico matrimonio, todos admiraban el celebrado amor de Mérida, ese amor que tanto despreciaba. James siguió bebiendo whisky, los recuerdos golpeaban su mente, Alina volvía, las lágrimas cubrieron su rostro, puso música de despecho, y siguió martirizando sus sentimientos. Se embriagó muy rápido. Se sentó en el suelo frío, escuchó la lluvia volver a caer, y por un momento pensó que siempre llovería en el mundo —¡Alina! ¿Por qué me hiciste esto? De pronto, observó la silueta de esa mujer provenir del pasillo, se levantó de inmediato, con los ojos bien abiertos, dejando la botella en el suelo, sus ojos se cubrieron de lágrimas y horror, ¡Era ella! ¡Alina Robles! La miró de pies a cabeza; hermosa, descarada y fría, como tempano de hielo en la Antártida, sus ojos oscuros, su pelo lacio, largo, su cuerpo siempre tentándolo, sonrió con los labios rojos —¿Me extrañaste, cariño? —era su maldita voz chillona Las lágrimas bañaban el rostro de James —¿Por qué? —exclamó sollozando como un infante, el rostro de Alina parecía dulce, sensible a su dolor —¡Vamos! Cariño, calma, no llores, ¿No te das cuenta? Esto ya no es importante, ya pasó, frente a la muerte nada tiene importancia, las cosas, las personas; todo se vuelve insignificante. —¿Por qué me traicionaste así, Alina? ¡Yo te amaba! Te di todo de mí, y me pagaste ¡Revolcándote con mi padre! —Tranquilo —siseó y sonrió con ternura, ese gesto lo estremeció, Alina jamás era dulce—; ¿Qué ganas con ese odio quemándote? Mira donde estás, eres el vivo más muerto del planeta, y tienes tanto por vivir. James sintió un dolor quemante en la boca del estómago, caminó hacia la recámara principal, fue al baño, vomitó, cuando acabó, se lavó el rostro, se sentía tan mal, giró la vista para buscar a Alina, pero no era más que una alucinación de su borrachera, un invento de su despecho. Lloró, tocándose el estómago de dolor, volvió a vomitar, esta vez su saliva se mezcló con sangre, se lavó la boca, la borrachera estaba pasando, estaba matándose, y deseó que Mérida estuviera ahí, cuidándolo, fue a la cama y se recostó, observó el techo. Pensó en un destino diferente, uno donde Alina y él se hubiesen casado, ¿Cómo hubiera sido su vida? Sabía que Alina no era una mujer de hogar, ella gustaba de fiestas y viajes, tras su divorcio, su hijo se crio con el padre y su madrastra. Alina casi no veía a su propio hijo. Mérida, en cambio, era hogareña, se encargaba de todo, incluso compraba la ropa de James, porque conocía su estilo a la perfección, ella sabía todo de él, como dormía, que comía, que veía en televisión, y James pensó, que, si ella estuviera ahí, ya le hubiese curado su dolor de estómago, y quizás, también el dolor de su alma. Cerró los ojos y recordó la noche de bodas, esa maldita noche que inició su infierno, pero también recordó el cuerpo de Mérida quemándolo de placer, sonrió al descubrir sus pensamientos, y «Los lagos» volvieron a su mente, si pudiera elegir un momento feliz en su vida, ese lugar siempre sería su mejor recuerdo: Flashback Tres años antes «Mérida y James llegaron a esa casa en «Los lagos» era el regalo de su padre Sam, una exclusiva y rústica casa rodeada de prados y lagos de agua dulce, Sam quería que el matrimonio se fortaleciera, habían cumplido cinco años. James recordó a Mérida maravillada, era un lugar hermoso, al entrar, ella se apuró a acomodar las cosas, era raro no tener empleados en casa, ahora no tenían que fingir, y pensó que serían problemas, pero se sorprendió de su actitud tranquila, James había terminado con Alina, Mérida lo sabía. Alina se había divorciado, pero lo había rechazado, porque quería estar con otro amante, aunque James sufrió mucho, se sentía repuesto, había decidido tomar sus vacaciones e irse a ese lugar, pero no podía hacerlo sin Mérida, o todos sospecharían, además, creyó que, quizás ese chisme provocaría algo de frustración en Alina, y tal vez volvería. Las primeras noches fueron tranquilas, lejanas y serias. Mérida cocinaba, plantaba flores por todo el jardín. James escribía en su computadora, desde joven siempre gustó por escribir, pero jamás encontró tiempo suficiente, como en esa ocasión. Esa noche, Mérida limpiaba la alcoba de James, la computadora del hombre estaba encendida, ella quiso limpiar en su escritorio, pero el procesador de textos estaba abierto, leyó unas cuantas líneas y se quedó sorprendida, eran los pensamientos más bellos que había leído antes, cuando James entró en la habitación se quedó perplejo, se acercó y apagó la computadora, —¡¿Qué demonios haces?! —exclamó furioso, ella le miró atormentada —Lo siento, yo… —¡Nada! No te metas en mis asuntos —le dejó claro, ella asintió con rabia —. ¿Qué leíste? —dijo sujetando su brazo con fuerza —¡Nada! —exclamó —¡Mentirosa! Esos poemas son para Alina, no te atrevas a creer tonterías. Ella se quedó pasmada, ofendida —¡Suéltame! ¡A mí no me importa! —¡Lárgate! —exclamó, Mérida caminó alejándose, pero se detuvo —De todas maneras, ella te dejó por otro amante —aseveró con ese gesto cínico que James detestaba, la miró con los ojos rabiosos, James sintió como si un frenesí se apoderara de su cuerpo, no pudo contenerse, se lanzó contra ella, empujándola en la cama, quería hacerla padecer, borrarle esas palabras, pero encima de ella, no pudo hacerlo, besó sus labios por un instinto de deseo; sus besos eran exigentes, urgentes, ella intentaba liberarse, pero James era fuerte, se alejó de ella, mientras la escuchaba maldecirlo de mil maneras, intentó irse, James se había despojado de su camisa y su cinturón, no la iba a dejar ir, menos después de lo que había provocado en él, la regresó a la fuerza, ella lo miró preocupada, James sonrió maléfico, tomó su rostro en sus manos, la besó con ardiente lujuria, ella se esforzaba por rechazarlo, pero sintió que se doblegaba a sus caricias, era la primera vez que volvía a tocarla desde la noche de bodas, le quitó el vestido, dejándola desnuda, besó su cuello, sus pechos, ella gemía deseosa, acarició su clítoris sintiendo esa humedad, estaba lista para él, la penetró de una sola estocada, comenzó a penetrarla marcando un ritmo suave, que iba incrementando con vigor, estaba tan excitado, siguió embistiéndola, las manos de Mérida en su espalda, acariciándolo con fuerza, le confirmaban su goce, ella temblaba, continuó su movimiento, ella se estremecía, sus jadeos y gemidos incesantes resonaban en esa habitación, James se sentía enloquecido de tanto placer, luego ella liberó un grito de goce, supo que había llegado al orgasmo, le gustaba verla así, fue su turno, tembló entre sus brazos, la besó. Esa noche durmieron juntos, James despertó antes que ella, la admiró; era hermosa, lo suficiente para tentarlo, su carácter era agradable, y James creyó por primera vez, que podía olvidar a Alina. Durante tres meses, James intentó amar a Mérida, ella era atenta, dulce, apasionada, lo satisfacía, no solo en lo s****l, sino también en su alma, lo escuchaba, leía lo que escribía, le daba atención, eran afines en muchas cosas, y gustos. Y fueron felices, como dos novios, durante un tiempo que pareció eterno, hasta que volvieron a Malvarrosa para la firma de unos papeles legales. Cuando James llegó a la oficina de la naviera, ella estaba ahí; Alina le rogó por su amor, y James no pudo resistirlo, a pesar de todo, Alina sabía cómo atraerlo a ella. Y James era débil, un inseguro, que se dejaba manipular por una Alina bestial, que acrecentaba su ego con cada reconciliación. Mérida bajó la mirada cuando James le dijo que volvería con Alina. Sonrió con amargura, había creído que después del calvario, al fin había un final feliz, pero estaba de nuevo en el infierno —¿Qué tiene ella que siempre te hace volver? —Por favor, no empieces con tu inmadurez, ya sabes cómo es esto —espetó con fastidio, porque en el fondo se sentía culpable —El único inmaduro eres tú, James, me das lástima, esa mujer hace contigo lo que quiere, rompe tu orgullo, tu valía, y tú, le das el poder, no mereces algo mejor que ella, son tal para cual. —Cuida tus palabras, Mérida —amenazó —A partir de ahora, tú, no vales ninguna palabra, eres un pusilánime, estás con ella porque no te amas a ti mismo, te haces pasar por un hombre poderoso, pero eres un pobrecillo. —¡Cállate! No me hagas perder la paciencia, Mérida, puedo divorciarme de ti, y dejarte sin nada. Mérida lo miró con furia —¡Hazlo! Ni siquiera tienes ese valor, no podrías luchar por Alina, ¿Sabes por qué? En el fondo te avergüenzas de estar con ella, porque no puedes aceptar la crítica de la gente, eres inseguro, necesitas reafirmarte, no es que ames a Alina, es que no puedes tolerar que ella no te amé, porque significa lo poco que te amas a ti mismo. —¡Cállate! —¡Divórciate de mí! Eso es lo que más anhelo —James se quedó perplejo, sintió temor, no podía dejar a Mérida, era lo único estable que tenía en su vida, y ver a la mujer tan segura frente a él, lo hizo titubear, ella sonrió satisfecha —Yo me iré, pero ¿Qué les dirás a todos cuando pregunten por mí, y mi amor tan celebrado? James enmudeció, no tuvo valor para abrir la boca» James volvió a la realidad, todas las emociones de esos años vinieron a él de golpe. Después de eso, Mérida no volvió a ser una mujer dulce con él, lo trataba con crueldad, con desprecio y resentimiento, ante el mundo fingiendo, pero tras la puerta, era irónica, jamás volvieron a acercarse, salvo lo indispensable. Fingieron un problema de fertilidad, y así callaron los rumores. James pensaba en Mérida, tomó su móvil y le envió un mensaje, preguntando si había llegado a Bahía Blanca «He llegado, ahora déjame en paz» leyó el mensaje que Mérida le había escrito, James se sintió devastado, ella tenía razón, no amaba a Alina, necesitaba que ella le enalteciera su vencido orgullo.
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