Mérida llegó por la tarde a Bahía Blanca, esa noche sería la fiesta de Jorge. Su madre estaba ahí, en el amplio salón de la casa de su hermana
—¡Querida! ¿Dónde está tu marido? ¿Cuál es su excusa ahora? —sentenció Veva, su madre, era una mujer de sesenta años, de cabello rubio como el trigo, que llevaba corto, de ojos azules y presencia elegante, portaba en su mano una copa de champagne—. Mérida, después de ocho años, aun no consigues domar a ese hombre.
Ella rodó los ojos, estaba fastidiada, deseó jamás haber ido, pero era inútil, de no haber asistido, hubiese tenido a «La Veva Britter» en casa, y nada era peor que eso, Mérida se crio con una madre dura, exigente, señalando sus defectos cada vez que la veía, la Veva nunca fue una madre amorosa o dulce, estaba al pendiente de su apariencia física y de su imagen social
—Ya te lo dije, necesitaba arreglar un problema laboral en Novoa.
—Supiste que esa mujerzuela, la Alina Robles, murió. Por lo menos puedes dormir tranquila, esa mujer nunca volverá a acechar a tu hombre —sentenció Veva bebiendo su trago, Mérida sintió que un escalofrío la recorría, no dijo más. Se alejó de la Veva, y encontró a Paul sentado, quien de inmediato la abrazó, era su mejor amigo de la infancia, junto a Farah
—No sabía que te habían invitado.
—Creo que Pilar no estaría feliz, pero a Jorge comienza a importarle un comino, igual que a mí —dijo Paul, sonrió feliz—. Me enteré del drama por los periódicos, ¿Cómo estás? ¿Cómo está James?
—Yo estoy bien, y él… encerrado en Novoa, ya sabes, casi enloquece de dolor, no quiero contarte sobre cosas tristes, pero, definitivamente lo que pase con ese hombre, ya me tiene sin cuidado —dijo Mérida, sorprendiendo a Paul, quien alzó las cejas con impacto
—¿Qué dices? ¿Estás segura de tus palabras?
Mérida tomó una copa de vino, bebió un largo sorbo, luego asintió, Paul notó su gesto dudoso, supo que no lo decía enserio, estaba convencido de que Mérida aún amaba a James
—¿Qué pensaste de la fundación Yakamoz?
—Acepto, ya se lo dije a Farah, les ayudaré en todo, y cuentan con la casa de mi familia en la Font roja —Mérida sonrió feliz y lo abrazó con fuerza
Un aplauso se escuchó al fondo, era Pilar quien los miraba con desprecio, se alejaron, observándola, con confusión
—Bravo, muy bonito, ¿Es así como se comporta la buena esposa Epstein? Aprovechando la ausencia del marido para flirtear con otros —dijo con amargura
Mérida y Paul se observaron con extrañeza, luego se echaron a reír en sus narices
—Pero, Pilar, ¿De qué tonterías hablas?
—¿Tonterías? Te las das de ser una mujer intachable, y respetada, pero todos aquí sabemos que no eres más que una trepadora social, arribista y convenenciera, ¡Vamos, Mérida! ¿Cómo conseguiste a James? ¿Lo olvidaste? —exclamó Pilar sus ojos castaños estaban brillantes por la ira que bailaba en ellos, despreciaba a Mérida, sin importar que fuera su hermana menor, la odiaba de veras con la fuerza del latido de su corazón
—Mejor cállate, Pilar, los invitados están llegando y te escucharán.
—¡Qué escuchen, no digo mentiras! Eres una ladrona, ¡James me había elegido a mí! Vino a casa para salir conmigo, pero tú, te cruzaste en su camino a propósito, ¡Para quitármelo! Te valiste de tu mojigatería, y capturaste la atención de Leyda, ¡Eres una hipócrita y la peor de las zorras! —una bofetada fuerte en su mejilla la hizo callar, Pilar abrió los ojos estupefacta, al sentir el dolor, una lágrima corrió por su mejilla
—¡Cállate, eres una reverenda estúpida! —exclamó Mérida incrédula y decepcionada, no era novedad enterarse de la envidia y el odio que Pilar le profesaba, pero su actitud de hoy sobrepasaba el límite
—¿Qué sucede aquí? —sentenció la Veva, junto a su yerno Jorge, que estaba impactado
—¡Lárgate ahora mismo de mi casa, te odio, Mérida! —exclamó Pilar con rudeza, Veva tomó su brazo, diciéndole que se callara, pero Pilar insistía, las niñas Rebeca y Tina corrieron a abrazar a su tía Mérida—. ¡He dicho que te largues! —exclamó y alejó a las niñas de mala gana de su tía, eso enojó a Jorge, quien apartó a las niñas
—¡Ya basta, Pilar! ¡No actúes de esa manera!
—¡Cállate, gordo! No me dices que hacer —dijo apuntándolo con su dedo, el hombre bajó la mirada, no era capaz de enfrentarse a su esposa Pilar, odiaba como trataba a todos, y sobre todo como lo trataba a él, menospreciándolo y llamándolo «gordo» haciendo alusión a su peso
—No te preocupes, Jorge, ¿Quieres que me vaya, Pilar? Lo hago —Mérida salió de ahí, Paul intentó irse con ella, pero le pidió que se quedara con Jorge, por más intentos que hizo la Veva no pudo convencer a Mérida de quedarse, ni a Pilar de arrepentirse, aún no llegaban muchos invitados, y Mérida pudo irse sin las habladurías del círculo social.
Mérida manejó, escuchaba la radio, las noticias interrumpieron la música para anunciar que el huracán Baltimore había desviado su destino hacia la Malvarrosa, y tocaría tierra en menos de una hora. El viento soplaba con fuerza, anochecía, y nubes negras cubrieron el cielo. Una lluvia ligera cubrió el pavimento, manejaba despacio, hasta que un estruendoso sonido hizo que, de pronto, el auto se detuviera en el camino, esas calles estaban desérticas, aún no llegaba a tomar la autopista, no podía creer su mala suerte, se sentía furiosa, mantuvo las luces altas encendidas, bajó para intentar verificar que ocurría, lo cierto era que Mérida no sabía nada de autos, abrió el cofre con dificultad, solo pudo revisar el nivel de aceite y el agua, todo lo demás le era desconocido, estaba desesperada, la lluvia dejó de ser ligera, y arreciaba. Las luces de otro auto, que se detuvo cerca de ella, le dieron algo de esperanza, pero se mantuvo alerta, vio la silueta de un hombre acercarse, respiró deseando que fuera un buen samaritano, que la ayudara a llegar a casa
—Hola, mi auto se averió, la verdad no se mucho de esto, ¿Podría ayudarme?
—Claro que sí, Mérida, ayudar a damiselas en apuros es mi pasión —esa voz la conocía, Mérida alzó la vista para observarlo bien, estaba sorprendida, y lo reconoció de inmediato, mientras la lluvia cubría sus cuerpos.