CAPÍTULO 3

2169 Words
Era el final del día siguiente y yo estaba de pie junto a mi taquilla, sacando libros para poder estudiar algo en casa esta noche. No tengo ningún examen ni nada por el estilo; me gusta adelantarme a los acontecimientos. Quizá sea un empollón. —Hola, Lucifer. Uf. Cierro la taquilla y me doy la vuelta para mirarle. —¿Qué quieres?—, le digo. —Oh, Lucifer. Parece que cada vez estás de peor humor. ¿Dormiste lo suficiente anoche? ¿Tu flujo es cada vez más abundante? Entrecierro los ojos. —Si lo único que querías era fastidiarme, me voy—. Me alejo un paso de él, pero antes de que pueda avanzar más, me agarra del brazo y me hace girar para que me quede frente a él. —En realidad, lo que quería era preguntarte si podía copiar tus apuntes de química. Me salté las clases la última vez, pero no quiero quedarme atrás, así que necesito apuntes. —¿Desde cuándo te importa estar al día con el trabajo? Esto no suena a él. —Desde ahora. ¿Me los das? —No.— Intento alejarme de nuevo, pero me coge del brazo y esta vez no me suelta. —¿Por qué no? Te los devolveré mañana. —Las necesito esta noche. —Déjame hacerle una foto entonces. —No. —¿Por qué no? —Porque sí. —¿Por qué? —Porque he dicho que no. —Pero por qué... —¡Cállate! Bien aquí—, abro mi bloc de notas y se lo tiendo para que haga una foto. Se queda mirándola, luego mira mi taquilla y luego a mí. —No son esas las que quiero. Necesito los viejos. Vi tus libros viejos en tu taquilla antes de cerrarla. —Los únicos apuntes que tengo en esos libros son de año pasado. ¿Por qué los necesitas? —Porque los necesito. Solamente dámelos. Gruño, pongo mi combinación en mi casillero y luego lo abro, saco mi libro de química de décimo grado. —¿Qué parte necesitas?— Cuando me doy la vuelta está muy cerca de mi cara. Si me moviera un poco más, mi cara tocaría la suya. Se aparta rápidamente y se rasca la nuca. ¿Qué demonios ha sido eso? —Uhh... ¿Qué parte quieres?— pregunto vacilante. —¿Qué?—Arruga las cejas. —Las notas. De qué parte quieres hacer una foto. —Oh, um... Ya no las necesito. ¿Qué? —Pero tú... —Hasta luego, empollona—. Con eso se da la vuelta y se aleja por el pasillo hacia la salida. Qué raro. Confundida, vuelvo a guardar el libro en mi taquilla y salgo para encontrarme con Zoey y que me lleve a casa. Tengo el carné, pero ahora mismo no puedo permitirme un coche. De todas formas, no lo necesito, Zoey me lleva a todas partes, ya que la mayoría de las veces es con ella con quien voy a los sitios. —¡Hola, chica!— Me saluda fuera de la escuela. —Hola—, sonrío. Empezamos a caminar por el aparcamiento hacia su coche. Iba a ser una pesadilla salir de este lugar con todos estos adolescentes corriendo para llegar a casa. —¿Qué vas a hacer esta noche?— Me pregunta mientras caminamos. —Estudiar. —Siempre estás estudiando. Me encojo de hombros. —Tengo que mantener mis notas altas. —Amara, ¿verdad?— Pregunta una voz masculina. Giro la cabeza a mi derecha, para encontrar a Cole e Isaac apoyados en un coche, cada uno con un cigarrillo en la mano. —Es Amara, tu nombre, ¿verdad?—. Cole, el dios griego de ojos azules dice. —Sí. ¿Por qué me habla a mí? —Soy Zoey—, anuncia Zoey. —Hola, por cierto me llamo Cole. Al menos se presentó, no como Zayn, que asumió que sabíamos quién era. Lo sabíamos, pero ese no es el punto. —Este es Isaac—, señala al chico rubio con el cigarrillo entre los labios mientras inhala. —Hola—, dice antes de exhalar, con la voz ronca como cuando nos conocimos en el pasillo. Pensé que era solo por el cansancio, pero supongo que es sexy así permanentemente. —Sabes que si te pillan fumando en el campus, te meterás en un buen lío—, afirmo. Los dos chicos se ríen de esto, haciendo que mis mejillas se calienten. —¿Qué tiene tanta gracia?—pregunto. —Realmente eres una empollona—, dice Isaac. —Un empollón guapo—sonríe Cole. Miro al suelo, esperando que no puedan ver lo mucho que me estoy sonrojando ahora mismo. —Gracias—, digo en voz baja. Se ríe entre dientes. —Sabes, pareces tan inocente y dulce. Es una pena. Levanto la cabeza y le miro, confusa. —¿Qué? ¿Qué quiere decir con eso? —Nada—deja caer el cigarrillo sobre el grupo y se vuelve hacia Isaac. —Deberíamos irnos, los lotes empiezan a despejarse. Isaac asiente antes de meterse en el lado del pasajero sin siquiera mirarnos de nuevo. —Nos vemos, señoritas—. Cole guiña un ojo antes de meterse en el lado del conductor. Bueno, eso fue raro. * Un zumbido viene de mi lado, sacándome de mi sueño. Muevo la mano por la cama, buscando el teléfono, hasta que por fin lo cojo. Al mirar la pantalla, veo que tengo un mensaje de Zoey. Zoey: Estaré en tu casa en 10 minutos. Mi cuerpo se pone en posición sentada. ¡Azúcar y especias! ¿Por qué no ha sonado mi alarma? Dispara. Dispara. Dispara. Dispara. Salto de la cama y corro al armario en busca de algo que ponerme. Acabo cogiendo unos leggings y una sudadera con capucha. Es lo bueno de no ser popular: no tengo que preocuparme por mi aspecto. Me rocío desodorante por todo el cuerpo, esperando no oler demasiado mal, ya que no tengo tiempo de ducharme. Una vez lista, cojo mi bolso y mi teléfono, me pongo los zapatos y bajo corriendo las escaleras. Miro por la ventana y veo llegar el coche de Zoey, salgo y cierro la puerta porque mi madre ya se ha ido a trabajar. —Hola, zorra— me dice Zoey mientras subo a su vieja camioneta. —Hola, Zoe. —j***r, parece que te haya caído un rayo cuatro veces. —Vaya, gracias. Supongo que olvidé poner el despertador anoche, así que solo tuve diez minutos para arreglarme. —¿Y no pudiste cepillarte el pelo en ese tiempo? Mis manos van a mi pelo. —Dispara. —Busca en mi bolso. Tengo un cepillo. —¿Qué haría yo sin ti? —Te habrían asesinado socialmente hace 18 años si no me hubieras tenido a mí—, afirma. —Genial, ¿entonces habría muerto un año antes de nacer? —¡Sí! Sacudo la cabeza y me río. —Probablemente tengas razón. Llegamos al instituto y nos dirigimos a nuestras taquillas. La de Zoey está junto a la mía, así que nos despedimos hasta que nos vemos en tercero. Justo después de meter la combinación en mi taquilla, oigo a alguien gritar. —¡Amigo!— grita el chico. Me doy la vuelta y veo a Cole, señalándome. ¿Por qué...? Mi taquilla se abre de golpe, casi golpeándome, y el contenido de color beige se derrama sobre mí. Una bolsa de arena se vuelca dentro de mi taquilla, derramándose sobre mi pecho y por mi cuerpo. Doy un grito ahogado y me alejo de mi taquilla, casi resbalando con toda la arena que cubre el suelo. Mientras la arena sigue cayendo, oigo una mezcla de risas y jadeos. Al mirar a mi alrededor, me doy cuenta de que una multitud se ha reunido a mi alrededor. No, no, no. Esta es mi peor pesadilla. A mi izquierda, Zayn, Cole e Isaac están de pie, riendo. Zayn. Esa pequeña bola de caramelo. Me acerco a ellos y me agarro al cuello de la camisa de Zayn. —¡Tú hiciste esto! —Wow, cálmate, Lucifer. ¿O debería empezar a llamarte Sandy? Entrecierro los ojos, fulminándole con la mirada. —Solo era una broma, Amara—, dice Cole, sonriendo satisfecho. —¿Solo una broma? ¿Estás de broma? —¿Qué está pasando aquí?— Grita el director Sánchez. Suelto la camiseta de Zayn y me giro hacia nuestro enfadado director. Se está abriendo paso entre la multitud y mira con los ojos muy abiertos el desastre de mi taquilla. —¿Quién es el responsable de esto?— grita. La mayoría de los que nos rodean me señalan, otros dicen “la chica de la sudadera gris”. Me mira, y si era posible que su expresión se volviera más furiosa; lo hizo. —¡Tú! ¡Ahora a mi oficina! —¡Pero era Zayn!— le grito. Mira a Zayn un momento. —¡Entonces él también puede venir!—. Con eso, se da la vuelta y camina a través de la multitud hacia su oficina. Zayn me sonríe antes de seguir a Sánchez. —No te preocupes—dice Cole. —Estoy bastante seguro de que Zayn asumirá la culpa por ello. Le ignoro y me dirijo al despacho del director. —Siéntense—dice Sánchez desde la silla detrás de su escritorio. Zayn y yo obedecemos y nos sentamos en las dos sillas que hay frente a su escritorio. —¿Podría alguno de vosotros explicar lo que ha pasado ahí fuera? Zayn y yo nos miramos, ninguno de los dos dice nada. Desvío la mirada y me aclaro la garganta. —Bueno, abrí mi taquilla y me cayó arena encima. Zayn la puso ahí. Sánchez mira a Zayn. —¿Es verdad? Tarda un momento en contestar, pero cuando lo hace es con la voz más inocente que he oído nunca. —Ahora, director Sánchez, ¿cómo supone que llegué al casillero de Amara? Sánchez me mira. —Ese es un buen punto. Amara, ¿estás segura de que fue Zayn? —¡Sí!— Levanta las cejas ante mi vozarrón. —Quiero decir, sí, señor—, digo con voz calmada. —No sé cómo sabía la combinación de mi taquilla, pero sé que lo hizo. Zayn jadea y se pone la mano sobre el corazón. —¡Amara! No puedo creer que pienses tan bajo de mí. —¡Cállate! ¡Sabes que lo hiciste! Suena el timbre de primera hora justo antes de que Sánchez fuera a regañarme por gritarle al precioso y pequeño Zayn. —Amara, es injusto por tu parte culpar a Zayn de algo que no estás segura de que haya hecho. —¡Pero sé que lo hizo!— Le grité, arrepintiéndome de inmediato. —¡Basta! Tendrás detención todos los días por el resto de esta semana, y en el almuerzo de hoy limpiarás ese desastre en tu casillero. ¿QUÉ? —Pero yo... Zayn se echa a reír y levanta las manos en señal de rendición. —Vale, vale—dice entre risas. —Fui yo. Yo puse la arena en su taquilla. Dejo escapar un suspiro y doy gracias a Dios en silencio. —En ese caso, también tendrás castigo y ayudarás a limpiar la arena. ¿Ayudar? Yo no he hecho nada malo. —Valió la pena para ver su cara. No tiene precio, ¿verdad? Sánchez se queda con la mirada perdida. —Id los dos a clase. Os veré aquí a la hora de comer. —No puedo esperar—sonríe Zayn antes de que ambos salgamos del despacho. Cierro la puerta tras de mí, miro a Zayn y luego me alejo de él. —¡Eh! ¿No vas a darme las gracias?—. Me alcanza y camina a mi lado. —¿Por qué? ¡Tú hiciste esto! —Y yo asumí la culpa. De nada. Me detengo bruscamente y le miro a la cara. —Eres un imbécil. Empieza a aplaudir. —Vaya, ¿de dónde has sacado ese insulto? Ninguna chica me había dicho eso antes. —Cállate.— Empiezo a caminar hacia los baños para limpiarme. —¡Maldita sea, ataca de nuevo! Una vez más, me detengo y me vuelvo hacia él. —Sabes, al menos podrías disculparte. Estoy cubierto de arena gracias a ti. —No habría pasado si hubieras mantenido tu boquita de empollón cerrada. —Lo que sea.— Justo cuando estaba a punto de entrar en el baño de chicas, me agarra del brazo y me acerca a él. —Hoy me he tomado las cosas con calma contigo, y si se lo cuentas a alguien más; esta bromita de la arena no será nada comparada con las otras cosas que te haré.
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