Las olas rompen con fuerza sobre las rocas del arrecife, en definitiva se le nota furioso al mar, pero eso no me intimida en absoluto, quiero encontrarme con él desde hace ya mucho tiempo. La verdad es que es la primera vez que vengo a un lugar como este y, pese a que ya no soy una chiquilla no me avergüenza decir que a mi mayoría de edad jamás tuve la oportunidad de conocer el mar hasta ahora, que mis amigos me invitaron y yo acepté salir de la cotidianidad de mi hogar y mi trabajo; mi mente presta atención a su sonido y de inmediato he quedado fascinada con su inigualable belleza.
Mis amigos se encuentran en el rancho platicando y haciendo bromas entre ellos mientras comen y beben, ya que no desearon acompañarme con el estado en que se ven estas olas, dicen que la marea está alta y que el oleaje parece aterrador; yo no podría hallar una diferencia ante tal discurso por obvias razones, pero eso no disminuye las ganas que tengo de alejarme de la cabaña para explorar. En ese momento me decepciono con todos y les digo que son unos cobardes, mientras me despojo de mi liviano vestido y mis sandalias para quedar en traje de baño y salir decidida a presentarme como se debe con ese ser de agua tan majestuoso que parece estarme pidiendo que me acerque con cada repiquetear de las olas.
–¡Ten cuidado, Delfina! —grita Jen, diciéndome aquel mote con el que suelen llamarme mis amigos siempre, debido a que me apellido como dicho mamífero acuático, aunque mi nombre no tenga nada que ver con el océano.
—¡Lo tendré, descuida! No soy una chiquilla, Jen —Le devuelvo el grito mientras agito mi mano y todos los demás comienzan a mover las suyas en el aire también para molestarme; ellos nunca toman nada en serio y menos cuando están con el alcohol hasta los cielos, pero así les quiero.
Me he traído mi bolso por si me apetece ponerme mi ropa más tarde, aunque de seguro que me olvidaré un poco de eso y me centraré en el océano ahora. En verdad estoy disfrutando cada paso que me acerca a mi objetivo. La traviesa arena ya comienza a meterse entre mis dedos y yo solo sonrío ante esta nueva sensación.
En verdad la sensación de la arena haciéndome cosquillas en los pies me parece única y de inmediato me río para mis adentros, parezco una niñita de cinco años emocionada por algún acontecimiento nuevo, eso es lo que soy en estos momentos.
A pesar de que ya casi caerá el atardecer, que es lo que todos están esperando, el sol me lastima un poco las retinas, así que me coloco mis gafas de sol y asunto arreglado.
La vista es espectacular y por primera vez en mucho tiempo me siento plena, con una felicidad indescriptible que recorre cada fibra de mi ser de una manera casi automática. Doy un largo suspiro y estiro mis brazos a los costados de mi cuerpo para poder sentir el viento que choca contra mi cuerpo y parece acariciarlo para devolverme la vida que no sabía que me faltaba, en verdad que yo no era consciente de cuánto mi alma necesitaba de este sitio. Su sola esencia ha cambiado mi humor por completo y pareciera como si me curara de los estreses de la vida.
Poco a poco me adentro a la refrescante agua, y de repente mi vista se dirige hacia las pequeñas olas que acarician mis pies. Pronto me doy cuenta de que entre la arena, que reluce con la luz del sol, hay una caracola de un color crema con lila muy hermosa, yo no la había notado hasta ese momento. Me parece como si fuera un regalo exclusivo del mar; una vez más me emociono y sonrío por inercia.
Cuando me agacho para recoger la caracola me doy cuenta de que hay muchas más por toda la orilla del mar y son de diversos colores, sin duda es un espectáculo que no me esperaba en absoluto. Pero como yo soy una curiosa empedernida no me quedo quieta y comienzo a caminar por la orilla para ver hasta dónde es que llega toda esa hilera de caracolas.
Continúo mi trayecto y volteo a ver hacia el rancho que alquilamos con mis amigos para ver cuánto me he alejado. Al parecer es bastante, pero eso no me detiene y continúo en línea recta mientras recojo las bellas caracolas que más me gusten y las guardo en mi bolso; después de todo ha sido una muy buena idea traerlo conmigo.
Con cada paso voy divisando una pequeña colina con pasto no muy crecido y no solo eso, sino que, las caracolas siguen en esa dirección. Ahora mi curiosidad aumenta más y me detengo por unos instantes para colocarme mi vestido, ya que no quisiera pescar un resfriado por el viento y porque voy sin mis sandalias o calzado adecuado. El frío del pasto hace que me dé un pequeño escalofrío, pero no paro hasta llegar a la parte más alta de esa subida.
Al estar en la cima me detengo a ver aquel panorama majestuoso que la vida me está regalando en este preciso momento: una más amplia y mejor perspectiva del océano, la luz del sol comenzando a languidecer, provocando que los colores del cielo se tornen de unos anaranjados y amarillos. Además de la sensación sutil del viento mientras juega con mi cabello y mi vestido; es mágico en todo el sentido de la palabra.
Me encuentro perpleja por aquel cuadro hermoso cuando un brillo destella en mis ojos desde el suelo. Direcciono mi vista hacia abajo y me doy cuenta de que en la orilla de la pendiente yace una caracola de un dorado intenso muy llamativo a mi parecer. Es tan rara y hermosa que deseo obtenerla a toda costa, así que me encamino a querer recogerla, no siento miedo, ya que por suerte no me encuentro en un lugar tan alto como para que me pase algún accidente.
Por un momento me imagino que estoy caminando sobre la rampa de un barco pirata para saltar al precipicio que conduce hacia una muerte segura. Esa imagen mental provoca que mi pecho sienta un poco de ansiedad, pero caigo en la cuenta de mi realidad y al fin estoy muy en la orilla, eufórica por agarrar aquel objeto tan genuino.
Me encuentro agachada para guardar la caracola, pero por la emoción no me percaté de que el suelo estaba inestable en ese sector y al meter el preciado objeto en mi bolso, la tierra se desmorona haciendo que me tambalee un poco. Yo trato de controlar el equilibrio, sin embargo es inútil porque en un parpadeo ya estoy dándome el chapuzón de mi vida y a pesar de que no era un lugar alto, hay un pequeño detalle: no sé nadar.
Con desesperación muevo mis manos y pies, sintiendo que mi corazón se me sale del pecho. Está tan honda esa parte del mar que pareciera como si el agua me jalara los pies hacia abajo. Poco a poco el líquido salado entra por mis oídos, nariz y boca. Ya no puedo sostener esto por mucho tiempo; me estoy ahogando.
Siento que mi fin ha llegado y solo le pido al cielo una oportunidad más; aún me queda tanto por vivir. Tengo sueños que me falta cumplir y quisiera regresar el tiempo hasta hace un momento en el que todo me despreocupaba. Mi vista se nubla y la respiración se corta por completo, lo último que veo es una figura borrosa lanzándose al agua y luego me invade una oscuridad fría que parece eterna.
...
No puedo describir lo que siento con exactitud, pero una vez más viene a mí ese aliento de vida que enciende una chispa de esperanza en mi ser. Lo primero que percibo es cómo mis pulmones se llenan de aire con desesperación y comienzo a toser sin parar. Abro mis ojos y observo la imagen de un rostro femenino que jamás había visto en mi vida. De un segundo a otro cobro consciencia de dónde estoy y en efecto, es la misma pendiente en la cual me caí hace un momento.
—Enhorabuena, pensé que todo sería en vano, pero ya estás bien. Deja que tu ser se adapte al cambio—Me dice esta chica con amabilidad mientras yo respiro y valoro cada bocanada de aire.
Con mucho cuidado me ayuda a levantar, vaya que es muy amable y empática a mi parecer. Me da unos golpecitos en la espalda y yo me pongo de pie con un poco de torpeza. Observo mi entorno y me doy cuenta de que ambas estamos empapadas y ahora sí ha caído el atardecer; está en su máximo esplendor. Por un segundo siento que he sido una imprudente al alejarme tanto de mi grupo, pero no me queda más que agradecer a mi salvadora.
Luego de que se presentara conmigo y yo con ella, me invita cerca de donde estamos para que conociera a su grupo de amistades, yo accedo de inmediato y comenzamos a caminar hacia otro punto de la playa no muy lejano. Al llegar observo una gran mesa con algunas personas que se alegran al vernos y yo les devuelvo la sonrisa. De pronto mis ojos se posan en un muchacho en especial y como por arte de magia mi corazón pega un brinco que me hace abrir un poco más los ojos ¿Pero qué es esto? Trato de no ser muy evidente, aunque no sé si lo he conseguido.
Me senté a la mesa con Ada, mi salvadora y con todos los demás que estaban allí, que son muy amables y escuchan atentos la peligrosa vivencia que acabamos de experimentar. Debo confesar que mi vista no se quiere despegar de aquel sonriente y bien parecido muchacho de cabellos dorados, ojos de cielo y lunares que adornan su fina tez. En cuestión de minutos ha logrado que solo con mirarme se aceleren los latidos de mi corazón y esto jamás me ha pasado con nadie más.
Luego de charlar un poco, todos comienzan a levantarse para tomarse fotos con ese atardecer tan espectacular. Yo me quedo algunos pasos detrás de ellos y respiro hondo, ya que aún se me hace difícil inhalar el vital oxígeno. Cuando abro los ojos observo que ese joven alto y fornido me está volteando a ver ¡Dios mío! Tengo que calmar mis nervios para guardar la compostura, pero él no me la deja nada fácil, porque se aproxima a mí a paso lento.
—Te has quedado atrás... ¿Todo bien? —dice frente a mí y su voz ronca hace que casi me tiemblen las piernas.
—S-sí, lo estoy, solo me quedé apreciando el oxígeno. —Pero qué frase más tonta la que acabo de decir.
—Podemos ir a ver el ocaso juntos, bueno si quieres. —Me sonríe con calidez y me ofrece su mano, la mía la acepta y se aferra a la de él como si se tratara de un imán.
Con lentitud nos encaminamos hacia un lugar apartado ante la mirada expectante de los demás y los colores se suben a mi rostro de inmediato. A pesar de que ni siquiera sé su nombre me siento como en las nubes con su presencia y su forma tan educada de dirigirse a mí; por ahora no necesito más información que la que estamos aconteciendo. De pronto nos acercamos a otra pequeña loma y mi corazón se llena de ansiedad, tanto así que él se da cuenta.
—No temas, estoy contigo y no dejaré que te pase nada —aprieta con delicadeza mi mano y yo me lleno de seguridad.
Juntos nos sentamos a admirar la inmensidad del mar iluminado por el astro rey y pareciera que ambos tuvieran una eterna conexión, justo como me ocurre con este joven que yace a mi lado, es una sensación diferente. Cuando salgo de mis cavilaciones me doy cuenta de que él me está observando con esa mirada tan profunda y amable que hace a mi corazón emocionarse.
—No sé qué me pasa —dice de repente —, pero siento que podría contarte lo que sea, y que iría contigo a cualquier lugar y me sentiría dichoso. Parece que algo me llamara a estar a tu lado, no sé cómo explicarlo.
—Sabes... yo estaba pensando lo mismo justo ahora —respondo sin temor.
—Le agradezco a Ada que te haya salvado y presentado con nosotros. —Me sonríe mientras se acerca un poco más a mí y observo que su mirada baja unos centímetros y se fija en mi boca —. Y si te digo que yo acabo de ser salvado por ella... ¿Me creerías?
—Claro que sí... Tenemos que agradecerle, porque sin Ada no nos hubiéramos conocido—esbozo mientras mi vista va de sus ojos a sus labios y el corazón me va a mil; en verdad necesitamos esta cercanía.
Él termina de acortar esa tortuosa distancia y nuestras bocas se funden como si hubiesen estado esperando este momento por mucho tiempo. Por un instante me olvido de todo, mientras nuestros labios acompasados se dicen más que mil palabras al acariciarse una y otra vez sin poder calmar esa sed de pasión.
Yo paso mis manos por su ancha espalda y él baja las suyas a mi cintura apretándola con suavidad y deseo, como si no quisiera soltarme nunca. Sin darme cuenta mis dedos se cuelan por su cabello y el beso se profundiza aún más, provocando una corriente de cosquilleos por todo mi ser. Nos estamos amando de una manera tan intensa que jamás imaginé sentir y mucho menos con alguien que en teoría acabo de conocer hace una hora.
Nos separamos con nuestras respiraciones entrecortadas y los labios enrojecidos e hinchados por aquel magnífico beso. De pronto me olvido del tiempo, del espacio y hasta de quien soy... Lo único que sé es que ya no quiero separarme de él nunca más y al parecer él se siente de la misma manera.
Cuando vuelvo en sí del trance pasional me doy cuenta de que mi amor tiene una especie de alas blancas que brillan con el reflejo del sol, se pone de pie y las despliega al compás del viento. Me quedo perpleja y volteo a ver a Ada, quien se acerca a nosotros con una gran sonrisa y ¡Oh sorpresa! Ella también tiene unas hermosas alas color rosa pálido y yo no había caído en la cuenta de la situación en la que estoy, la cual ahora es muy obvia de explicar.
—¿Están listos para partir, Delfina y Uriel? —esboza ella con amabilidad mientras él y yo nos veíamos con una sonrisa.
—¿Vamos, mi amor mareño? —mi amado me nombra con esa inusual palabra alusiva al mar y extiende su mano que me da seguridad.
De repente, en un lapso de segundo volteo a ver hacia abajo de la pendiente y observo un bolso flotando entre las olas. Unos milisegundos después logro reconocer a Jen y mis otros tres amigos que están casi al lado mío, gritando mi nombre entre sollozos. Como rayo vienen a mi mente recuerdos de mis padres, de mis abuelos y el alma se me acongoja de dolor.
«Ya no formo parte de su mundo, queridos míos... Adiós», pienso con melancolía y volteo a ver a los seres que ahora son mi presente.
—Vamos —respondo sin titubear, mientras tomo la cálida mano de Uriel y en seguida noto como de mi espalda crecen unas alas de color celeste claro.
Pronto comenzamos a dejarnos llevar por el fuerte viento y nos mezclamos con él, al parecer una tormenta se avecina. Yo me aferro con determinación a la mano de mi Ángel y en compañía de mi nuevo grupo emprendemos el vuelo y nos despedimos de esa playa que nos unió para nunca más separarnos; con suerte por toda una eternidad.
Fin.