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Antología: Fiebre de amor

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La llegada del amor puede traer un sinnúmero de emociones intensas, espontáneas, efímeras o infinitas. En cada historia se albergan vivencias únicas, que conllevan sucesos muchas veces increíbles, pero a veces, predecibles. El amor desencadena lo mejor, pero también, muchas veces, lo peor de alguien.

¿Hasta dónde puede llegar un ser enamorado? Descúbrelo en esta antología romántica, que recopila todos aquellos relatos llenos de la fiebre del amor.

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Aquella tarde de invierno
La primera vez que mis pies se hundieron en el envolvente suelo de aquel nevado pueblo, la euforia llenó cada parte de mi ser. Mi corazón se henchía de emoción al saberme lejos de casa, en compañía de mis cuatro mejores amigos, disfrutando de aquel pintoresco y pacífico lugar que poco a poco revitalizaba mi cuerpo y alma. Nunca en la vida había imaginado que llegaría a toparme con semejante paraíso terrenal, escondido en algún lugar de Canadá. Podía ver todo el panorama y me seguía pareciendo casi irreal aquella alfombra blanca, recubriendo los tejados de las construcciones y los árboles. Natalia me había sacado de mi trance, puesto que si fuera por mí, me quedaría horas y horas contemplando aquella belleza natural; ella lo sabía, no por nada era mi mejor amiga. Entramos a la hogareña casita, que entre todos habíamos rentado por tres días y dos noches, la idea era disfrutar el tiempo juntos. Pasamos una tarde fenomenal entre chistes locos por parte de Noé y Natalia, chocolate caliente preparado por Esmeralda y por mí, y ambientados con algo de música, ya que nuestro amigo Marlon era guitarrista de una banda; él siempre nos subía los ánimos con su repertorio. Yo estaba fascinada con su talento y su sentido del humor, además el hecho de que le gustara ayudar a los demás, eran sin duda cualidades que me atraían de él. Llegada la noche, apagamos las luces y encendimos la chimenea, situación que Noé aprovechó para contarnos su lista de anécdotas paranormales, lo cual nos tenía temblando de miedo a todos, yo agradecí que Nat y Esme estuvieran ahí, porque si no, definitivamente hubiera estado aterrada en ese frío y lejano lugar. Como era de esperarse comenzó a nevar y fue tan emocionante ver cómo caían aquellas finas hojuelas de hielo; todas en conjunto creaban un ambiente relajante. Pronto apagamos las luces, yo dejé encendida la lámpara de mesa, ya que siempre he temido a la oscuridad y sin más, nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente, Esme se ofreció a prepararnos el desayuno, al parecer se había levantado temprano para comprar lo necesario en un pequeño supermercado del lugar. Nosotros nos emocionamos, porque en definitiva su sazón era exquisita. Mientras comíamos, nos dispusimos a planear las actividades del día. Lo primero que queríamos hacer, era entrar en contacto con la nieve, así que nos abrigamos y salimos a buscar un lugar con terreno esquiable, fue realmente divertido y emocionante, porque en realidad ninguno de nosotros sabía esquiar, lo cual sacaba de sus casillas al guía que nos estaba supervisando. Solo podíamos aguantar la risa al notar como la cara del guía se tornaba roja y su ceño se fruncía cada vez que nos caíamos a propósito, ya que el señor se había tomado la molestia de enseñarnos lo básico. Vaya grupo el que se topó ese día. Pronto dejamos de bromear y nos comportamos mejor; comenzamos a esquiar de una forma aceptable, aunque inexperta claro está. Yo estaba tan concentrada en dominar los esquís, que me asusté cuando alguien tiró de mi abrigo. Era Nat, a quien reprendí por haberme hecho casi brincar del susto. Mis dos amigas se reían de mí y me hice la enojada, claro, para molestarlas un poco. Luego tuvieron que "contentarme", para hacerme saber que yo tenía que ir a hacer las compras del almuerzo y como supieron que no reaccionaría de buena manera, me dijeron que no iría sola. Yo me quedé a la expectativa y solamente vi cuando se dirigieron hacia Marlon para hablarle. Cuando él volteó a verme y sonrió, mi corazón comenzó a latir sin control. El chico que se llevaba mis suspiros caminaba hacia mí de una manera tan despreocupada y sólo pude ver como Nat, Esme y Noé se reían con picardía. Ni siquiera supe qué expresión reflejaba mi cara en ese momento, al parecer el frío lograba camuflar un poco mi nerviosismo, cosa que agradecí. Marlon comenzó a hablarme de nuestra pequeña aventura esquiando y yo contestaba, aunque juro que me costaba un poco, el nerviosismo de hallarme sola con él podía más, pero luego de unos minutos, entramos más en confianza y yo pude expresarme mucho mejor, al punto de que terminamos riendo como dos locos. Poco a poco me di cuenta que me era fácil hablar con él y que amaba su compañía. Pronto llegamos al supermercado y compramos todos los ingredientes necesarios, me sentí muy bien de poder compartir con él un momento tan cotidiano, hasta nos visualicé como una pareja haciendo las compras de lo más felices, claro, solo por una ilusa fracción de segundo, para luego volver a la realidad. Al salir del supermercado, Marlon me preguntó si no me molestaría salir con él a explorar el pueblo luego del almuerzo, que quería charlar un poco más conmigo. Yo no cabía en mi emoción, por supuesto que acepté, nunca me habría imaginado recibir tal invitación de su parte, en definitiva este viaje sería inolvidable para mí. Cuando entramos a la casita, todos estaban esperándonos y en seguida noté las miradas de complicidad entre ellos, yo también los miré para hacerles notar que sabía del plan que armaron para dejarnos solos y cuando volteé, Marlon también los miraba así. Todos reímos y luego ellos comenzaron a molestarnos con sonidos de besos y comentarios cursis, a lo que yo reía nerviosa, en fin, no esperaba menos de mis amigos. Todos juntos salimos a cocinar en la parrilla que la casa tenía incluida y lo pasamos genial, aunque, Esme se tomó el trabajo de monitorear que lo estuviéramos haciendo todo bien, lo cual no funcionó del todo, porque Marlon quemó algunas patatas y Nat le echó demasiada sal a la salsa. Comimos sin preocupación alguna y disfrutamos de una buena charla apacible, rodeados de las casas de madera y la cantidad de altos pinos que soltaban su peculiar aroma, creando un ambiente único, tanto así que enseguida comenzamos a tomarnos selfies y fotos grupales para guardar por siempre aquel momento tan nuestro. No desaproveché la oportunidad de tomarme una foto con Marlon, quien asintió para enseguida rodear mis hombros con su brazo y acercarse más a mí para buscar el ángulo perfecto. Él no tenía idea de lo que estaba provocando en mí, en esos momentos no quería ser evidente, pero podía sentir una bandada de mariposas revoloteando en mi estómago; tuve que respirar profundo para calmarme. Marlon me sonrió con calidez y con su mirada me indicó que saliéramos a la caminata que teníamos pendiente, acción que no pasó desapercibida por los muchachos, que se limitaron a sonreír y a desearnos suerte en el camino. Mientras caminábamos, él me guio hasta un lugar donde la naturaleza se podía apreciar mejor. Cuando salí de mi estado contemplativo, divisé a Marlon a unos cuantos metros y me acerqué, estaba tan inmerso que no me notó llegar a su lado. Inmediatamente yo también quedé sorprendida por lo que él veía. Era una concentración de nieve, sobre una rama con forma de "Y", que en conjunto formaban la clara figura de un corazón. Me emocioné al poder presenciar este fenómeno increíble, al lado de la persona amada. De inmediato Marlon notó mi presencia y me vio con una intensidad que aceleró mi corazón una vez más. El chico tomó mis manos enguantadas entre las suyas y allí en ese mágico lugar lleno de nieve, naturaleza e ilusiones, me confesó su amor, el cual yo afirmé corresponder desde hace mucho tiempo. Marlon acercó su rostro al mío y yo terminé de acortar la distancia para sellar nuestra confesión con un beso que me estremeció de pies a cabeza. La suavidad de sus labios era justo y como la había imaginado, la delicadeza de su caricia tan envolvente me hicieron sentir que volaba hacia el infinito de mis emociones. Desde que lo conocí algo en mí me había dicho que él era la persona especial que quería conocer más que a los demás. Él en todo ese tiempo me había demostrado lo dulce y generoso que habitaba en su alma y corazón. El hecho de que mis sentimientos fuesen correspondidos fue como haberme encontrado un tesoro en medio del desierto; como haber descubierto un oasis en el desierto. Ninguna palabra podría describir con exactitud la dicha de sentirme en sintonía de emociones con el chico correcto; eso era algo que hallaba hasta imposible, sin embargo ahora todo había adquirido otro color y en el mejor de los sentidos para mí Nos abrazamos por largo rato y escribimos nuestras iniciales en la nieve, pero después de unos minutos, el frío nos hizo regresar para protegernos de la nevada. Cuando les contamos a los chicos sobre lo nuestro, se hicieron los sorprendidos. Así fue el comienzo de nuestro amor: aquella tarde de invierno en la que todo parecía utópico. Fin.

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