La llegada del atardecer mostraba el inmenso cielo tan despejado, con esos matices azules y naranjas que indicaban la despedida del astro rey. Como de costumbre nos sentamos en nuestras respectivas sillas, al calor de una humeante taza de té, cuyo aroma relajaba nuestros sentidos.
Aquel feliz momento llenaba cada fibra de mi ser, mientras charlábamos de todo un poco y nos reíamos sin parar. Tú y yo siempre disfrutamos aquel espectáculo, tan poco valorado por algunas personas, quienes pasaban ensimismadas por la calle, sin notar ese gran regalo de vida por el cual estar agradecidos.
De lo único que estoy segura es que, aunque yo me vaya lejos de aquella casa y pasen los días, o incluso los meses, nunca voy a poder sacar de mi mente el paraíso que yo siempre he podido contempla
